Un acontecimiento que podemos rápidamente calificar como trágico y luctuoso, vuelve a poner nuestra mirada sobre un tema muy recurrente: la eutanasia o acción por la cual activa o pasivamente haciendo algo que quita la vida o privando de un recurso necesario para la vida de la persona humana- el hombre dispone de la vida del otro suprimiéndola.
Es el caso de Eluana Englaro, que tenía vida autónoma, es decir, sus funciones vitales funcionaban por sí mismas -sin necesidad de aparatología médica-, pero porque ella no lo podía hacer por sí, necesitaba de su prójimo para el sostén vital básico, es decir, la alimentación e hidratación, la higiene y un hábitat digno.
¿Qué ocurrió en el caso? Falleció porque se le quitó la alimentación e hidratación necesaria para su sustento vital. Trágico, por la connotación familiar y judicial, luctuoso porque se privó injustamente de la vida a una persona humana.
En un análisis bioético, las consideraciones que se pueden hacer -en general y en particular, porque nos ceñimos a la situación reseñada- son: si el hombre está llamado a la vida, jamás es legítimo -y por lo tanto, inmoral- realizar una acción o omitir la necesaria, que por sí misma o por la intención de quien la pone, provoque la muerte de otro para suprimir el dolor o una situación de vida que algunos puedan considerar “indigna”. Es un homicidio gravemente ofensivo de la dignidad de la persona humana y de Dios; los cuidados ordinarios debidos a una persona enferma, jamás pueden ser legítimamente quitados; la exigencia de amor y solidaridad hacia los otros exige de cada uno que haga todo lo que es conducente para sostener y mejorar su vida, que es un bien fundamental de la persona, en la medida en la cual está bajo mi responsabilidad. La colaboración en la muerte de alguien, cualquiera sea el grado de participación: el gobierno, el padre, la Justicia, los medios de comunicación, los grupos de presión, siempre constituyen una cooperación en la muerte. Una función esencial del Estado, que hace a la promoción del bien común, es ayudar a vivir en el mejor grado posible según la condición natural de cada uno. Hay personas que sufren de enfermedad o privaciones, a veces muy dolorosas o persistentes, pero jamás es un bien para ellas privarlas de su vida.
En el caso de Eluana hubo muchas presiones pero la certeza está siempre en el bien de la persona: la vida. De modo que la conducta del hombre siempre debe ir según la lógica de proteger los bienes personales, nunca privarlo de ellos. Cotidianamente hay presiones y condicionamientos hacia lo que no es bueno para la persona, pero ello no justifica que se proceda mal, sin perjuicio de la difícil valoración de la efectiva libertad de un sujeto cuando obra para que pueda decirse que su acto es voluntario.
Como bien dijo Benedicto XVI: “La respuesta del hombre al dolor jamás puede ser la de privar de la vida, sino la del amor que ayuda a afrontar el dolor y la agonía humana”.
* Director del Instituto de Bioética Jérôme Lejeune de la U.C.S.F.






























