Por Darío Pignata
Unión es, en muchos casos y en muchas cosas, la verdadera historia sin fin. Una gastada bolsa de gatos, donde todos se pelean por lo mismo. Pasó con Malvicino, Citroni, Molina, Vega, Ponce y ahora Spahn. Los dirigentes pasan, la deuda queda. El que sale dice que agarró Pensilvania y lo transformó en Disney on Ice. El que entra afirma que Unión está como el Ibis Sport Club de Perú conocido como “el peor club del mundo”. Lo que sorprende es que, a excepción de Spahn que aparece de golpe en la vida de Unión, todos los otros estuvieron en el mismo lodo todos manoseados. Fueron dirigentes y opositores. O viceversa. Es decir, en la misma película hicieron de policías y ladrones. Se abrazaron para las fotos, lloraron juntos y se pelearon. En el medio, la gente, sin entender nada de nada.
Tanto Spahn como Ponce deben saber que todo lo que hagan como presidente y ex presidente, respectivamente, retumba en Unión. Con más de 20 años en esto del fútbol, nada sorprende. De todos modos, algunas cosas cansan. Por eso, para mi gusto, la mejor dirigencia del mundo es la que asumió en Newell’s Old Boys de Rosario con Guillermo Lorente a la cabeza: el 29 de abril de este año denunciaron penalmente a Eduardo López y sus colaboradores bajo la figura de “responsable de administración fraudulenta”. Esa figura hoy duerme en la Fiscalía de Primera Instancia Nº 1 de Rosario, a cargo de Lucía Araoz.
Acciones dirigenciales de ese tipo reflejan compromiso hasta el hueso. Toda otra receta, ya está comprobado, no sirve para nada. Sólo ensucia el nombre de Unión. Molina, peronista de la primera hora, sabe que “mejor que decir es hacer”. Y Spahn, que vendió de todo en su vida y armó su fortuna trabajando, conoce que “las medias son para calzarse”. Mientras tanto, el cuento de la buena pipa sigue en Unión.
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