Rogelio Alaniz
La noticia está más cerca del folklore que de la historia: a partir del 2011 la familia Kennedy no ocupará cargos políticos en el Estado. Después de medio siglo de presencia gravitante en el poder, los Kennedy se retiraron o, según se mire, los retiraron. El sueño duró medio siglo; no es poco.
Para algunos lo sucedido es un síntoma de la decadencia política de Estados Unidos, para mí es apenas una noticia o el dato cierto de que no pueden sostener la paradoja de compatibilizar la democracia con el clan y, para más dato, el clan aristocrático, donde el apellido, la fortuna y, si se quiere, el carisma, constituyen los fundamentos de la representación política.
Para quienes tenemos más de cincuenta años la novedad, sin embargo, tiene un leve toque melancólico. Los Kennedy poseían encanto y estilo. No sé cuánto había de propaganda y cuánto de realidad en la construcción de ese estereotipo, pero ya se sabe que cierta clase, cierto glamour no lo fabrica ningún publicitario por más ingenioso que sea. Los Kennedy eran seductores, talentosos, lúcidos, agradables. Nunca sabremos qué distancia había entre la realidad íntima y la que nos mostraban, pero con lo que mostraban alcanzaba y sobraba. Sus desgracias familiares y políticas contribuyeron a fortalecer la leyenda, pero hasta para las desgracias hace falta cierta calidad moral. Fue la que tuvieron John, Robert y, si se quiere Edward; es la que no fueron capaces de representar los herederos de la tercera generación.
Se dice que hasta el último momento de su vida, el viejo Edward, curiosamente el menor de los grandes hermanos, se esforzó para preparar a sus hijos y sobrinos para que asumieran el mandato familiar. Fracasó en toda la línea. Los muchachos y las chicas ocupaban las páginas de los diarios y revistas de moda no por su inteligencia sino por su afición a las drogas, el alcohol y los escándalos sexuales. John, el niño travieso que con sus flequillos rubios recorría los pasillos de la Casa Blanca de la mano de su padre o jugaba debajo del escritorio presidencial y se burlaba de Gromyko, murió en una accidente de avión; su primo, Michel, se mató esquiando luego de protagonizar un escándalo de polleras y drogas.
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