Trashumante, inquieto, permeable, observador e inmensamente talentoso, Atahualpa Yupanqui logró traducir esas vivencias en una obra inmensa y trascendente que le valió tanto persecuciones como reconocimientos.
El 31 de enero de 1908 nació en la localidad de Peña, en el partido bonaerense de Pergamino, Héctor Roberto Chavero, quien bajo el nombre artístico de Atahualpa Yupanqui devino en un creador esencial del folclore y la cultura argentina.
A los 6 años empezó a estudiar guitarra y violín con el profesor Bautista Almirón. Pero no fueron los estudios musicales los que le permitieron descubrir los sonidos, que le dieron fama mundial, sino el paisaje de su tierra.
Decía Yupanqui: "Los días de mi infancia transcurrieron de asombro en asombro, de revelación en revelación. Nací en un medio rural y crecí frente a un horizonte de baldíos y relinchos. Era un mundo de sonidos dulces y bárbaros a la vez, pialadas, vuelcos, potros chúcaros, yerras, espuelas crueles, risas abiertas, comentarios de duelos, carreras, domas, supersticiones".
Luego del traslado de su familia a Tucumán y la temprana muerte de su padre, se convierte en el jefe de familia, pero a los 18 años, con su guitarra, una pequeña valija y unos pocos pesos, se larga por los caminos del país para conocer su geografía y su canto.
Afirmando su condición de caminante, es el noroeste argentino el ancho horizonte que alcanza Don Ata para conformar un sentimiento comarcal que los señalaría para siempre, con diferentes escalas por Tucumán, Salta, Jujuy, la Puna y Santiago del Estero.
Yupanqui, como afiliado al Partido Comunista, padeció al peronismo gobernante que prohibió la difusión de su obras y también sus actuaciones en radios, teatros, bibliotecas y escuelas.
Fue detenido varias veces y eso inspiró su obra de mayor envergadura: "El payador perseguido" con que comenzó a recorrer el mundo y ancla en París, donde firmó su primer contrato con Chant Du Monde, la compañía grabadora que editó "Minero soy", su primer larga duración en Europa.
En 1953, regresó a Buenos Aires y su vuelta fue festejada por el pueblo, que entendió su elevado mensaje musical y poético. Su compromiso estético y humano suma otros paisajes, otros hombres y otras culturas que ratifican la universalidad de su mensaje.
Varias de las canciones que interpretaba incluían la firma de Pablo del Cerro, sin embargo este nombre tan masculino y rural escondía a Antonieta Pepín Fitzpatrick, la mujer de Yupanqui (Nenette), a quien conoció en 1935 en Tucumán.
Fiel a ese destino peregrino, Yupanqui fue sorprendido por la muerte en Nimes, Francia, cerca del Mediterráneo, el 23 de mayo de 1992, pero este tampoco fue el final de su andar. Hubo de regresar, cenizas ya, a su pago querido del Cerro Colorado (Córdoba) donde descansa bajo el ombú del patio junto a su querida Nenette y a Santiago Ayala, el Chúcaro.
A lo largo de su vida encarnó un cancionero plagado de títulos increíbles como, entre otros, "La milonga perdida", "El arriero", "La olvidada, "Piedra y camino", "Le tengo rabia al silencio", "Los hermanos", "Chacarera de las piedras", "La tristecita", "Milonga del peón de campo", "Luna tucumana", "Trabajo quiero trabajo" y "Recuerdos del Portezuelo".
Entre sus textos, en tanto, se cuentan "El payador perseguido", "El canto del viento", "Cerro bayo" , "Cartas a Nanette", "Aires indios" y "Del algarrobo al cerezo".
Fuente: Télam

































