Rogelio Alaniz
Es raro. En los países árabes las multitudes salen a la calle a luchar contra sus tiranos y por primera vez en muchos años Israel ha dejado de ser noticia. Es como si a la hora de discutir con el lenguaje áspero y subversivo de la lucha contra las dictaduras, Israel perdiera importancia o no tuviera nada que decir. El hecho es sorprendente porque en los últimos sesenta años los gobiernos de la región consideraron a Israel el enemigo número uno, el responsable de la miseria de las masas árabes. Sus políticos, sacerdotes e intelectuales no se cansaron de decir, en diferentes tonos, que sólo habría paz y felicidad en el mundo árabe cuando los judíos sean arrojados al mar.
¡Ironías festivas y trágicas de la historia! Cuando por primera vez los pueblos de la región se movilizan en la calle para luchar por objetivos propios, la emprenden no contra el ogro sionista sino, contra sus propios dictadores. La lista ya es larga: Túnez, el santuario de la OLP en los buenos tiempos; Egipto, la tierra de los Hermanos Musulmanes, la banda proveedora de dirigentes para la red terrorista de Al Qaeda; Libia, condenada a gemir bajo las botas de un dictador narcisista y psicópata; Siria, la satrapía responsable de la mayor masacre de musulmanes en la localidad de Hama en 1982 y el azote político y militar del Líbano.
Podemos seguir con las enumeraciones. En la improvisada lista faltan los emiratos del Golfo Pérsico con sus jeques depravados, viciosos y multimillonarios; la monarquía corrompida de Jordania, autora de la mayor degollina de palestinos que se tenga memoria; esa satrapía infame, corrupta y viscosa que es la de Arabia Saudita con sus pozos de petróleo abierto a la codicia del lobby petrolero de Estados Unidos mientras sus chequeras están siempre disponibles para financiar bandas terroristas por el mundo.
Capítulo aparte merece la teocracia de Irán y el confuso sistema político de Irak a quien la incalificable invasión yanqui no libera a su clase dirigente de las responsabilidades de haber sostenido a un dictador que masacró a su propio pueblo, además de haberlo comprometido en una guerra contra Irán donde hubo más de un millón de muertos, sin olvidar -por supuesto- los gases venenosos lanzados contra los kurdos.
Pues bien, en ese escenario de horror, de exterminios en masa, de sometimiento y discriminación a mujeres y disidentes, la única Nación excluida de las noticias es Israel. Quienes con tanto empeño se preocuparon por calificar al Estado fundado por Ben Gurión y Golda Meier como el submarino del imperialismo yanqui en Medio Oriente, deben admitir con su silencio que el supuesto submarino es democrático y que, como todo orden democrático, podrá contar con gobernantes buenos y malos, lindos o feos, pero en ningún caso con dictadores y, mucho menos, con psicópatas verdugos de sus propios pueblos.
(Lea la nota completa en la Edición Impresa)































