Hay ciertos recorridos en una vida que vistos con la perspectiva que brinda el paso del tiempo merecen una mirada atenta. Si ese camino resultó una simple distracción, solo puede brindar anécdotas.
El hijo del histórico DT sabalero, Juan Eulogio “El Vasco” Urriolabeitia, escribió sobre los orígenes y la carrera de su padre como jugador, en donde se evidenciaban características que luego les imprimiría a sus equipos en Colón.

Hay ciertos recorridos en una vida que vistos con la perspectiva que brinda el paso del tiempo merecen una mirada atenta. Si ese camino resultó una simple distracción, solo puede brindar anécdotas.
Pero si para quien lo transitó fue una vocación, constituida a consciencia y con esfuerzo generando frutos que transcendieron hacia los otros, prestarle atención es cosechar para la actualidad sus valores.
Vale la pena observar, entonces, las huellas que dejaron los botines de un adolescente platense en la plaza o potrero de su barrio, que tuvieron la misma impronta que tiempo después se vio cuando pisó el césped de la cancha del pincha en 1 y 57, el Monumental de River Plate o el Maracaná en el día que debutó Pelé para la selección brasileña.
En la década del cuarenta, solía estar jugando a la pelota en la ciudad de La Plata, un pibe bondadoso, circunspecto y estructurado tempranamente, a quien en la familia le decían "Tito" y sus amistades "El Vasco".
Era habitual verlo en los picados de la plaza Belgrano cercana a su casa, en la calle 14 entre 36 y 37, en donde vivía con sus padres, doña Juana Gerónima Sifre y don Eulogio, y sus hermanos Nelly y Osvaldo.
Nació el 8 de enero de 1931, era jueves y doce días después fue anotado registrándose una fecha distinta, el 10 de ese mes. Sus primeros días sucedieron en el barrio Los Hornos, pero la familia tuvo varias mudanzas, hasta ubicarse en la zona de aquella plaza, quizás por el año 1944.
En su adolescencia, el tiempo de “El Vasquito” no se repartía exclusivamente entre el colegio y el fútbol, sino que las circunstancias le exigieron, ante una situación económica ajustada, también trabajar.
Responsabilidad y seriedad combinadas con generosidad, fueron rasgos incipientes que no lo abandonarían jamás. Obviamente, como buen vasquito, el carácter fuerte pedía permiso en la conformación de su personalidad.
Una vez que nos circunscribimos a su pasión, el fútbol, no es habitual encontrar testimonios de acontecimientos barriales protagonizados por chicos decididos a matar el tiempo con la pelota.
Pero ya sea por el capricho del azar o el inexorable destino que quiere articular los hechos de un modo favorable para que sean contados o, simplemente, conocer ese pasado gracias al arbitrio de un hijo que no pudo ver jugar a su padre futbolista y, entonces, deja que la imaginación haga de las suyas a partir de fuentes reales.
En esa alquimia, de pronto, la pluma de un periodista se convierte en la palabra de un vecino y el potente “shot” que no pudo atajar el “arquero cantor” boquense, Julio Elías Musimessi, en el estadio platense en un día de junio de 1955, no será otra cosa que el remate del “Vasquito” de tiro libre.
Un preciso lanzamiento que salvó la barrera y sorprendió al "Chueco" Adolfito -el único de los pibes que aceptaba ir al arco sin chistar- quien creyó que la pelota se iba afuera pero entró pegada a la campera, en un día a pleno sol en la canchita del barrio.
Nadie que haya cruzado la plaza Belgrano en dirección a calle 39 casi esquina 14, pudo haber obviado la presencia constante de Don Alfredo. Sentado detrás de un pequeño muro con su mate de tacita enlozada y la pava a un costado, veía los partidos de los pibes. Era un vecino solitario, que un día despertó de una sempiterna incomunicación social y se despachó con una descripción entusiasta.
En forma pausada, hiló una conclusión a la que arribó de tanto observar y ante un interlocutor casual señaló a ese muchacho sonriente. Sí ese pibe, ese que me saluda cada vez que tiran la pelota cerca y viene a buscarla como disculpándose, el que según escuché le dicen "Vasquito", le dijo Don Alfredo al atónito oyente.
No sabe lo bien que juega, exclamó, tendría que venir a chusmear un rato, vale la pena. Luego de un sorbo intermitente, apoyó su mano en el hombro con una confianza extraña, hasta que soltó:
"Mire, tiene un andar cauteloso, pausado, tranquilo, me hace recordar a Adolfo Bernabé Zumelzú, diagramando pases hacia todos los ángulos, se acuerda de Zumelzú?... el que jugó en la Selección en el Mundial de 1930... Este pibe se para como si conociera el secreto de todas las gambetas, apoyando y tirando al arco con mucha peligrosidad”.
Agarró el mate, volvió a cebar y agregó: “(...) tiene una técnica exquisita en la pegada, parece que acaricia el balón y, además, sale con una potencia increíble".
El otro solo se limitaba a unas muecas de aprobación hasta que Don Alfredo retornó súbitamente a su quicio, ese silencio y quietud con que hacía puerta por años, pero dejó escapar unas tímidas palabras, una especie de murmullo, en el sentido de que verlo jugar le había alegrado más de una tarde.
Para nada era nuevo lo que manifestó sobre el “Vasquito”, había un consenso en el barrio que cuando la pelota salía de sus pies el juego adquiría sentido. Veían que en él se perfilaba un jugador con una particular postura en su cuerpo, una estampa que con el tiempo sería inconfundible.
Detenido en el centro del terreno, acomodándose el cabello ondulado y, luego, con las dos palmas de sus manos abiertas hacia atrás apoyándolas sobre la cintura, generaba un lenguaje corporal de que inequívocamente ahí reinaba la tranquilidad, que sus compañeros sepan que por el medio campo estaba todo bajo control.
Era como si para él, ser “centro half” o inclinado a cualquier de los dos costados, dado que era ambidiestro, fuese su destino inexorable en el fútbol y que lo honraría siempre de esa manera.
Otros vecinos le disputaron a Don Alfredo la descripción del "Vasquito", como si fuera un descubrimiento que traería réditos. Estaba el sentencioso y ácido Don Francisco, cuyas opiniones herían, eran corrosivas.
Cuando vio más de un picado, sin embargo, con él fue elogioso, no tardó en destacar que con un jugador así lo que enseguida se nota es cómo se divierten los “forwards”, pues pone en sus pies cuantas pelotas quiere y, aforísticamente concluyó, es un "reloj de permanente cuerda".
Pero antes de retirarse lanzó en el aire un nombre, "José Ramos” dijo, “sí, me hace pensar en Ramos, el half izquierdo de 'La Máquina' millonaria, ese pibe pinta por ahí, va por su senda creo,… bueno, adiós, tengo que hacer".
Un personaje extraño era el almacenero que tenía su negocio frente a la plaza. Nadie sabía su nombre, para todos era simplemente "El Turco", voy al almacén del turco, este turco no me fio, el turco tiene cosas en mal estado. En cuanto no entraban clientes, se apoyaba sobre el mostrador que hacía las veces de un mirador dirigido a la improvisada cancha con arcos de camperas o palitos enterrados.
Desde allí, meditabundo, solía tomar notas. Fue la curiosidad que llevó a que uno de los pibes, nunca se supo quién, aunque se señaló al sospechoso de siempre que -gracias a una distracción- le extrajo esos papelitos, que eran la intriga de la muchachada cuando percibían que "el turco" los miraba y algo escribía.
La letra cursiva y poco legible del almacenero, provocó que su lectura llevase una tarde entera en la vereda de la casa del “Cabezón” Rodríguez. En una de las hojas que lograron al fin desentrañar, leyeron:
"...le dicen 'Vasquito'. Es una exhibición de calidad y alarde de recursos. Suelto, sereno, elegante, habilísimo e inteligente. Un espectáculo. Está siempre donde debe estar y pareciera que la pelota lo busca, como si se hubiera encariñado con él, que la trata suavemente”.
En otra hoja de color diferente a la primera: “Es grande en el apoyo este vasco, acompaña de cerca a sus delanteros. Regresa rápidamente a su defensa, cuando las circunstancias lo exigen. Manda en su equipo y sus compañeros le obedecen. Remate potente, tanto que los que atajan se quejan de sus tiros. Prueba puntería desde cualquier ángulo".
Los vagos envolvieron las notas con un papel cualquiera y se la regalaron al "Vasquito", ausente tanto en el hurto como en su lectura, con la picardía de que siendo que así piensa “el turco”, entonces, no le quedaba otra que ir a manguearle algo, lo que sea, para comer o tomar después del fulbito.
En estos recuerdos, de sospechosa veracidad en cuanto a los vecinos y sus características, pero de una verosimilitud innegable en la descripción de “El Vasco”, a partir de quienes lo vieron jugar en la Primera de Estudiantes y de River Plate, se suma otro apócrifo personaje del lugar, Don Antonio.
Era un tipo entrador y despreocupado, uno de los pocos que le hablaba al dueño del almacén, quien por ello le compartía ese palco privilegiado que era el mostrador. En una oportunidad, cuando "El Turco" le confió su opinión, Don Antonio, breve y terminante dio la suya:
"Creo Turco que da la "impresión que ese pibe,… ¿Vasquito le dicen, no?... con su andar pausado, firme, elegante, lleno de calidad, marca el ritmo de estos picados, ¿no te parece? Pero lo más importante, para mí, es que se está divirtiendo en grande cuando juega".
Sin que ellos lo percibieran, entró “el tano” Franco al boliche junto a Adolfo un querido docente del colegio, quienes escucharon todo. El tano no aguantó en sumarse pues se sentía parte de la historia. Pregúntenme a mí si quieren saber algo de los muchachos, cada tanto me dejan participar de algún partido.
Escuché que hablaban de “tito”, anoten lo que les digo, cuando sea grande será un crack, crecerá y su modo de jugar estará “en los límites de un tratado de lo práctico y lo bello del juego de centro half, y no exagero!”, dijo con bastante gesticulación. Era así de poético “El Tano” para hablar.
Mientras sonreía el maestro Adolfo al escuchar semejante expresión, les manifestó que podía, si querían, contarles lo que había visto en varios picados de los recreos. Allí también les aseguro -dijo- que Juancito Urriolabeitia pone su “sello distintivo, porque es de los que sabe pegarle a la pelota, la trata con una técnica admirable”.
Precisó que le llamó la atención la “ascendencia sobre sus compañeros y eso dice de su personalidad, un temperamento que lo convierte en patrón del equipo en donde juega”. Hizo una pausa y añadió, “había momentos en que la pelota tenía que pasar por los pies de Juancito para que su equipo pueda armar un buen ataque”.
Y llegó un día de un año de mediados de la década del cuarenta, tal vez 1944, en que se jugó un torneo para equipos juveniles llamado "Victorio Atilli". Merodeaba por allí alguien con presente en ese momento y un pasado glorioso, en donde supo alimentar de balones a un quinteto de “forwards” inolvidables en el club Estudiantes de La Plata.
Tenía la inteligencia y sus sentidos adiestrados para identificar lo potencial, lo que todavía no es, pero será. En su historia figuraba ya el mérito de haber descubierto a “El Beto” Infante. Era Alberto Viola.
El Mocho, así lo llamaban, formó parte del equipo pincharrata de "Los Profesores", que deleitaron con su juego lleno de habilidad y precisión, bello y ofensivo, dejando una huella imborrable en el fútbol argentino.
Viola integró la línea media con Uslenghi y Pérez Escalá, quienes apoyaban desde allí al fenomenal quinteto de delanteros: “Flecha de Oro” Lauri, “El Conejo” Scopelli, “Don Padilla” Zozaya, “Nolo” Ferreira y “El Indio” Guaita. En el arco estaba Scandone y, en la defensa, Nery y Rodríguez.
En esos tiempos Viola era el entrenador de la Primera de Estudiantes, aunque en ese preciso momento, esencialmente, oficiaba de arquitecto del futuro.
Dentro de la línea de cal, estaba jugando el "Vasquito", que no dudó ese día -con su habitual elegancia- a entablar un diálogo con el balón de cuero, ponerlo contra el piso y distribuirlo a gusto con pases precisos hasta adueñarse del medio campo y manejar el partido a su ritmo.
No consta en lugar alguno si sabía que era observado, tampoco de notas escritas o apreciaciones de Viola. Sí se sabe, en cambio, que ese día fue el inicio del vínculo entre Estudiantes y Urriolabeitia, porque "El Mocho" al verlo jugar decidió incorporarlo a las divisiones inferiores del club.
Frente a ello no hay lugar a dudas que Viola supo ver antes que todos lo que bastante tiempo después observaron y escribieron Dante Panzeri en la revista El Gráfico (en las expresiones aquí, unas palabras más u otras menos, del vecino Don Francisco), y el periodista "Pororó" en el periódico Noticias Gráficas (en la voz de Don Alfredo, otro del barrio).
Al igual que Eduardo Baliari también en ese diario (en el poético tano Franco), Pasquato “Juvenal” de la revista River (en Don Antonio, también de la vecindad), un periodista marplatense del diario La Mañana (en el turco almacenero), y el crack de “La Máquina” de River Plate, Adolfo Pedernera (en el docente, Don Adolfo). (*)
A partir de su ingreso al club Estudiantes, recorrió las inferiores hasta integrar la Primera en los inicios de la década del cincuenta.
Ese “Vasquito” que movía la pelota con estilo en una plaza o potrero, comenzó entonces -allí y más adelante en otros clubes, River Plate, Deportivo Cali, Atlético Nacional de Medellín y América de Cali e incluso en la Selección Argentina- a vincularse y conversar -en el lenguaje del balón bien tratado- con “El Beto” Infante, “El Payo” Pelegrina y “El Cochero” Antonio.
Y luego hizo lo mismo con Amadeo Carrizo, Angelito Labruna, “Pipo” Rossi, “El Gallego” Pérez, “El Negro” Ramos Delgado, “El Doctor” Prado, “El Beto” Menéndez, “El Cabezón” Sívori, “El Botija de Oro” Walter Gómez, “Chaplin” Loustau y “El Loco” Corbatta.
A su vez, a la hora de recuperar la pelota y enfrentar adversidades con los rivales, salió airoso frente a jugadores como los “cinco diablillos rojos” de Independiente, Micheli, Cecconato, Bonelli, Grillo y Cruz; batalló en el medio campo contra “El Gallego de Oro” Mouriño y “El Rata” Rattín; trabó y chocó botines con “El Comisario” Colman y “Perique” Edwards,
Y si no eran los de Boca Juniors y venían, en cambio, de la Academia, no tuvo problemas de vérselas con “Don Pedro del Área” Dellacha, “El Bocha” Maschio y Angelillo.
Ni qué hablar cuando supo estar a la altura de las circunstancias para enfrentar a Edson Arantes do Nascimento (Pelé) y la Selección de Brasil, como también a Waldir Pereira (Didí) y Manuel Francisco dos Santos (Garrincha) del Botafogo...
O ante los campeones de Europa, “El Pequeño Napoleón” Kopa, Ferenc Puskás, “La Saeta Rubia” Di Stéfano, “El Nene” Rial y Paco Gento, “La Galerna del Cantábrico”, inolvidables delanteros del Real Madrid.
Desde el barrio los movimientos futboleros de su cuerpo tuvieron una técnica exquisita, depurada por una disciplina que cultivó siempre, junto a la pasión que tenía por el destino que eligió, jugar al fútbol.
Era un “centro half” clásico, “la llave del equipo”, con todo un lenguaje romántico –por la belleza de su técnica y debido a que siempre buscó el buen juego y la creatividad- transmitido desde ese equipo de “Los Profesores”.
No en vano en los diarios de la época, ante su aparición, decían que hacía “recordar aquella inolvidable estampa de Ulises Uslenghi”, quien “…solía ser mitad fogonero y mitad maestro de ballet, tal era su aliento en la lucha y su plasticidad armoniosa en el juego…
"El Vasco", como Uslenghi, juega los noventa minutos sin alardes inútiles, a veces pareciera apático a los tablones impacientes, pero como su antecesor ilustre, sabe lo que hace. Y cuando el equipo domina, entonces, es un sexto forward impecable, por su prestancia y muy temible por su dinamita”.
Al ascender Estudiantes en 1954 a la Primera División, retornando a su lugar, desde la revista El Gráfico se celebró su regreso bajo el título de “La vuelta de un romántico”. En ese equipo tuvo una destacada actuación “El Vasco”, quien a lo largo de toda su carrera fue consecuente con esa línea de conducta y estilo deportivo que destacó la prestigiosa revista.
Siempre tuvo exquisitez y precisión en la técnica, elegancia y belleza en el juego brindando un espectáculo. Toda una ética y estética deportiva, compuesta de valores y principios que mantuvo durante su larga trayectoria como jugador y, luego, con igual énfasis, al ser entrenador.
(*) Con alguna que otra licencia se utilizaron las palabras vertidas por los mencionados periodistas y Pedernera sobre Urriolabeitia, poniéndolas en boca de supuestos vecinos, cuyas características son pura ficción y nada tienen que ver con aquellos.




