Danilo Chiapello
dchiapello@ellitoral.com
Alfredo Risso fuma un cigarrillo en la puerta de su taller. Tiene la mirada perdida en algún punto. La bronca contenida aflora en sus ojos, que ahora lucen llorosos.
Hace apenas unos minutos varios delincuentes lo dejaron al borde de un abismo. En cuestión de minutos los rufianes lo despojaron de costosos elementos, además de otros objetos, indispensables para poder desempeñar su trabajo.
Fue poco antes de las 11 cuando tres sujetos, que se conducían en dos motos, arribaron al taller ubicado en San Lorenzo al 5100, en el corazón de barrio Ciudadela.
De los malvivientes se supo que eran todos hombres, de entre 25 y 30 años, los que actuaron armados y a cara descubierta.
Primero uno de los individuos le solicitó a Alfredo si podía facilitarle una herramienta. Pero ni bien el mecánico giró para cumplir con dicho pedido, se encontró con el cañón de un arma apuntándole a la cabeza.
“¡Quedate quieto que esto es un asalto!”, le dijo uno de los ladrones a Alfredo, quien quedó paralizado por la situación.
Sabían lo que buscaban
“El tipo que me encaró me pidió una llave inglesa”, comenzó recordando Alfredo en diálogo con este diario.
“Yo le contesté que no tenía eso. Pero que si había sufrido algún problema con su moto podía prestarle otras herramientas. No me dio tiempo a nada. De repente sacó un arma de fuego, me apuntó y me dijo: ‘Andate para allá que esto es un robo’.
“Yo estaba preocupado por el hombre que me ayuda acá, que estaba trabajando debajo de un auto. Los cacos no lo vieron. Pero yo tenía miedo que mi compañero, al ver la situación, se largara a correr porque entonces le iban a pegar un tiro.
“Una vez que lo ubicaron nos llevaron a los dos para el baño. Nos dijeron que nos quedemos ahí. Nos sacaron los teléfonos celulares. También me pedían las llaves de la moto. ‘Llegaste tarde -les dije- porque me las robaron la semana pasada’.
“Luego me pidieron el scanner automotriz (herramienta que sirve para diagnosticar problemas en los vehículos) y los teléfonos celulares. Fijate que sólo en esas cosas se hicieron de un montón de guita. Sin dudas que sabían lo que venían a buscar”, reflexionó.
Acorralado
“Todo esto te llena de impotencia”, prosiguió. “Ahora ¿cómo hago para poder trabajar? Yo no puedo encerrarme acá adentro. Incluso si lo hiciera, nada te garantiza que no te vuelvan a robar”.
“El problema es que estos tipos se manejan con una impunidad total. Y el resto de la gente no puede hacer nada. Te quedas sin opciones. Porque si uno reacciona y agarra a golpes al delincuente, entonces enseguida vienen las represalias. Te queman el lugar o pueden hacer cualquier otra cosa.
Hace siete años que estoy acá y jamás había vivido una situación semejante. Al final uno termina agradeciendo que no golpearon a nadie y que no robaron el auto de algún cliente. Ahora, la verdad es que no sé cómo voy a hacer para reponer las cosas que me robaron”, sentenció.


































