Tal vez una novela pueda contar la historia mejor que una crónica. No fue, en términos convencionales, una historia de amor conyugal; pero el corto matrimonio de Adelfa Volpe (82) -fallecida ayer- y Reinaldo Wabeke (24) refleja, a su manera, afectos y miserias de este tiempo.
Una mujer grande y sola, en el ocaso de su vida, decide dejarle sus bienes y una pensión al desamparado hijo de su amiga, cuya única ocupación es cuidarla. Vista de lejos, es una escena de necesidades materiales y afectivas compartidas, de recursos y virtudes escasos.
Soledad, abandono y discriminación fueron más fuertes que la flaca dignidad. El oportunismo mediático despejó a los actores "indeseables" según las ambiciones de la lente televisiva; casamiento y luna de miel alimentaron el grotesco escénico de un negocio que no repara en huesos ni carnes a la hora de entretener su insaciable insania.
Humanos al fin, los actores se ofrendaron a la arena, en la versión moderna de un juego que replica al circo romano. Las fieras mediáticas se lanzaron sobre ellos, con el excitado consentimiento de multitudes morbosas acostumbradas a consumir -ávidas- lo que la obscenidad ofrece.
La fría crónica dirá que una anciana, cuyos vecinos solían darle algo de dinero cuando ella lo pedía, se prestó al juego y consintió un viaje a Brasil que terminó por precipitar lo inexorable. El joven, sin otro mérito que el oportunismo legal, se quedará con una pensión que pagará toda la sociedad.
Jubiladas solas y jóvenes desocupados y discriminados hay muchos, pero no son noticia; al menos no para quienes montaron la historia para hacer su negocio. Adelfa se casó por libre albedrío y en plenitud de sus facultades según los cumplidos requisitos del Código Civil. Ella viajó a Brasil, antes de despedirse de esta vida; él es joven, viudo y desocupado, pero propietario y pensionado.
































