Por Enrique Cruz (h)
“Se fue el hombre pero jamás su nombre”, tituló El Litoral hace exactamente un año. Ángel Malvicino pasaba a la eternidad dejando detrás suyo una vida de película, con un común y sentimental denominador: Unión. Don Ángel tenía 84 años cuando fue electo presidente la última vez. Cansado, agobiado por algunos problemas de salud que le habían quitado su natural e increíble energía, el hombre volvía dispuesto a darle su último aliento al club de sus amores, buscando una revancha a lo que había sucedido en 2003, cuando el descenso y la derrota en las elecciones lo dejaban con la sangre caliente.
No sería justo ni productivo quedarse con esas últimas imágenes del gran luchador. Malvicino fue un hombre demasiado importante en Unión no sólo por logros y generosidad, sino también por permanencia y tenacidad.
En algún lugar de esa eternidad, don Ángel seguirá pendiente de Unión. Es la resignación que, más allá de la que tiene hoy su familia, pasa por cada uno de los hinchas tatengues, desde sus defensores hasta sus detractores, desde quienes lo admiraban y le perdonaban todo, hasta los que le marcaban sus errores.
Hoy, no sólo Chola, Mónica, Maga y Patricia, más yernos y nietos, extrañan al generoso cascarrabias de don Ángel. Todo Unión derrama una lágrima por esta pérdida irreparable, a la que se sumó la de Juan Vega y la de tantos dirigentes que formaron parte de esa vieja guardia de notables que hoy, desde el cielo, observan este delicado momento institucional.
Seguramente, ellos mismos también fueron partícipes y responsables de esta situación. Pero así es la vida y don Ángel, en algún momento, se convirtió en el guía de una espectacular recuperación —la de 1996— que ningún tatengue puede olvidar. Como al mismo Malvicino, depositario de la consideración y el respeto eterno en un club que quiso tanto, que el día que se fue supo que era para empezar a morir.
































