A principios de los ’60, un muchacho comenzaba a llamar la atención con sus canciones y sus movimientos: con su meneo de caderas al estilo de Elvis Presley y sus éxitos de rock castellanizados, Sandro encendió junto a Los de Fuego la pantalla de los “Sábados Circulares” de Pipo Mancera y comenzó a convertirse en un ícono, tanto musical como sexual: en los rígidos tiempos del Onganía, este Gitano de labios gruesos, pelo revuelto y patillas invitó a miles de jovencitas a liberarse, cosa que quedaba en evidencia cuando no dudaban en revolearle sus bombachas hacia el escenario en cada una de sus presentaciones, las que fueron virando cada vez más hacia la canción romántica: género en el que Roberto Sánchez descolló.
El tiempo pasó para el artista (que fue alejándose paulatinamente de aquella estilizada figura) y para su público, pero sus “nenas” (devenidas madres de familia y hasta abuelas) se mantuvieron fieles a su ídolo a lo largo de los años: así se consagró el ritual de ir a visitarlo a la puerta de su casa cada 19 de agosto, fecha de su cumpleaños, hasta que la salud le impidió retomar ese contacto.
Los largos años de bambalinas y camarines, matando el tiempo y la ansiedad con un cigarrillo entre sus indómitos labios cobraron su precio: el desarrollo de la Epoc (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica) lo convirtió primero en un referente de la lucha contra el tabaquismo, y más tarde en un estandarte de la donación de órganos.
En el final de su vida, logró conmover una vez más tanto a sus seguidores como a quienes lo resistieron en el campo artístico, con su lucha por vivir, y por hacerlo con dignidad.
Pero los mejores homenajes se dan en vida, y Sánchez tuvo el suyo con la edición de “Tributo a Sandro: un disco de rock”. Allí buena parte de la comunidad rockera argentina reinterpretó sus canciones y lo aceptó como uno de sus pioneros: el “Elvis latino”, el mismo que alquiló La Cueva y la abrió a esa música nueva y estridente: el lugar donde Tanguito, Lito Nebbia y muchos otros comenzaron a atar los palos de una balsa que nunca más paró de navegar.

































