Cinemark estrena esta semana “Valiente” (“Brave”), una película en animación 3D por ordenador, producida por Pixar Animation Studios y protagonizada en su versión original por las voces de Kelly Macdonald, Billy Connolly, Emma Thompson y Julie Walters. Dirigida por Mark Andrews y Brenda Chapman, con música de Patrick Doyle, será distribuida por Walt Disney Pictures, que también será la primera película en reproducirse en el Dolby Theatre, la película fue grabada con la tecnología Dolby Atmos, esta tecnología debutará junto con la película.
En la Escocia mítica, Mérida, miembro de la familia real, decide renunciar a su apellido para cumplir su sueño de convertirse en arquera. Mérida toma imprudentes decisiones, lo que resulta en la destrucción del reino de su padre y la vida de su madre. Luego Mérida lucha para restablecer el orden de las cosas. Hábil arquera, Mérida es la impetuosa hija del rey Fergus y de la reina Elinor.
Decidida a forjar su propio camino en la vida, desafía una antigua y sagrada costumbre de los señores de la tierra.
Inadvertidamente, sus acciones desatan el caos y la furia en el reino, y cuando Mérida acude a una anciana y excéntrica adivina en busca de ayuda, lo único que se le concede es un deseo mal logrado. El consecuente peligro la forzará a descubrir el real significado de la valentía, una virtud que necesitará para deshacer una bestial maldición antes de que sea demasiado tarde.
Historias obreras
“El puerto” (“Le Havre”), la última película de Aki Kaurismäki (que se estrena esta semana en Cine América) es un cuento de hadas proletario. Es también una comedia dramática sobre la inmigración y la solidaridad obrera. Es una fantasía disfrazada de realidad que asoma al Canal de la Mancha, una historia universal que habla desde lo local.
Se constituye como relato ejercido desde la síntesis narrativa, pero también de los sentimientos, de la elisión de toda concesión dramática y la fragua de un estilo personal en el que cabe un optimismo humanista desconcertante, y no el tremendismo de habitual inherencia al subgénero de migraciones.
Como un contrapunto milagroso y sencillo, de emotiva contención que nunca redunda ni subraya en el proceder o sentir de los personajes, Kaurismäki demuestra que otro cine social es posible desde la distancia. Esa distancia es la que marca una cámara que nunca deja a sus protagonistas descubrirse, que filma el tiempo justo y opta por el retrato colectivo en el que las particularidades de cada uno se definen en contraste con el paisaje de la localidad portuaria de Le Havre y en relación con las herencias reconocidas del director.
El protagonista André Wilms se refirió en una ocasión al realizador finés como “un pesimista alegre”, uno que “se encuentra cómodo en los barrios periféricos, en las ruinas con los desclasados, la gente sencilla”. Sin apologías ideológicas, sin reivindicaciones políticas ni más mediación que la bonhomía asumida y no explicitada, Kaurismäki borda una pequeña historia de parias más dos subtramas románticas, de igual sensibilidad y emoción en la que la cercanía hacia esos seres tan humanos se acaba consiguiendo con la innegociable mediación de la distancia para con ellos.






























