Podríamos decir que "Ciudad sitiada", nouvelle de la escritora rosarina Gloria Lenardón (Casagrande, agosto de 2024), es un viaje retrospectivo en clave de ficción, a la página más oscura de nuestra historia reciente. Un recorte posible de los años 70 (evidentes en las marcas indiciales), con foco en una ciudad sin nombre explícito que podría ser Rosario o cualquier otra, cuyas calles se ven dominadas por una raza de perros que -se dice-, sin ser salvajes, actúan como si lo fueran.
La trama aparentemente simple apoya en la representación de dos protagonismos antagónicos. Por un lado, la vida cotidiana de una familia compuesta por cinco mujeres, una tía abuela, tres nenas y la madre -apodada también Nena (quien parece preocuparse solo por su aspecto físico, el bronceado de la piel y su sueño de vivir en Estados Unidos, meta sobrevalorada para muchos en el periodo aludido)-, y Willy, padre de las niñas y esposo de Nena, momentáneamente ausente, a la espera de superar la debacle económica familiar abriéndose camino en dicho país del Norte.
Y por otro lado, está una ciudad cuyas calles son asediadas y "deformadas" por jaurías violentas que merodean, y atacan a los desprevenidos transeúntes, escenario óptimo para desplegar las atrocidades progresivas cometidas. La similitud del accionar de los perros con los llamados "grupos de tareas" durante el complejo periodo evocado, permite la asociación: "Su historia como raza, el periodo de la historia que les corresponde a estos perros se conocía en materiales por demás dispersos, y no había muchos, y los que había no eran de acceso fácil".
Abundan las marcas espacio-temporales que reinstala la década en cuestión: la venta "del Torino" (ícono en los 70 de la industria automotriz), la omnipresencia de la carta manuscrita, "los moldes del Burda" (revista de moda muy popular entonces), el bronceado, mandato de la moda que ignoraba los daños irreversibles del sol en la piel, el maquillaje facial exagerado, la fascinación por los Estados Unidos, por su idioma, sus brillos, su penetración; el cierre de la fábrica de lavarropas (las fábricas en quiebra, otro denominador común setentista); se nombra incluso a Mario Kempes, goleador de la selección argentina durante el mundial de fútbol 1978, posiblemente el dato temporal más explícito.
La fisonomía de los perros se describe en trazos esenciales con la precisión de un boceto: "Frente estrecha, hocico afilado, cabeza muy puntiaguda (…) muy parecidos entre sí". Quedan resonando las palabras que a lo largo de las páginas remiten a un contexto de asfixia, de repliegue en el silencio: olisquean, muerden, desgarran, acosan, ensañamiento, ataque, cacería, aullidos, gritos, exasperación, indefensión, mandíbula, trote, sangre. Los perros han construido un orden autoritario y aterrador en el secreto que el silencio colectivo alimenta, en las bocas cosidas o en la complicidad de algunos y la indiferencia de otros: "(...) nada se escuchaba ni había información sobre los ataques de los perros, salvo algún rumor lanzado al azar, o alguna murmuración, se perdía lo que no se repetía de boca en boca".
Portada de la obra de Gloria Lenardón, publicada en 2024. GentilezaLa familia protagonista no sabe con certeza qué ocurre en las calles, o lo sabe sesgado, lo que no le impide proyectar sueños domésticos tras los cuales imaginar un futuro de película. La Nena, cuyos días transcurren entre la escalera que lleva a la terraza, y la terraza donde puede entregarse al bronceado diario, se mueve en ese reducido espacio donde el único perro visible es Dulce, su caniche inofensivo, y donde el sol, con todo su brillo, es capaz de relegar a un cono de sombra, las carencias personales y sociales de ese tiempo intervenido.
Un sitio desde donde es posible mirar -un poco de reojo, sin detenerse demasiado- el río o la calle; más pendiente de una planta rastrera o del esmalte para uñas, que de los tenebrosos acontecimientos que suceden en las calles. Un saber recortado que los protege de lo que no se quiere o no se puede aceptar. El mundo exterior se ha vuelto hostil, enemigo. Lo aterrador es secreto para la mayoría: "Por su tía supo que un perro de la jauría había matado a alguien y lo había ocultado tan bien que resultaba imposible encontrarlo (...)" , su tía escuchó el comentario, "(…) lo guardó bien guardado y nunca más lo mencionó".
En entrevista publicada en el diario La Capital (Rosario, 4 de octubre de 2024), Lenardón dice: "Evadir lo que sucedía en las calles resultó un lugar común, un aferrarse a no mirar afuera; lo que sucedía fuera lo devoraban los pequeños acontecimientos individuales, tales como pintar un mural en la pared del pasillo, la lectura de una carta esperada o el estreno un vestido nuevo para ir al cine".
"Ciudad sitiada" puede leerse de una sentada, como un cuento, aunque en su brevedad quepa cómodo el núcleo aberrante de una pesadilla que nos involucró a todos, cuyas esquirlas esperan -aún- ser extirpadas de las heridas que no cierran. Visualmente, los párrafos compactos impresionan como bloques, sin quiebres, pocos puntos, pocas comas, pocas pausas, sin espacios en blanco, salvo en el pasaje de una página a la siguiente; especie de continuum que impulsa a seguir leyendo, una página se engarza como un eslabón a la anterior y la cadena no se corta, como no se corta el avance progresivo de la embestida de los perros.
La escritura precisa y visual dibuja espacios y movimientos dinámicos casi fotogramas que pasan por la mente de quien lee, como si fuesen las imágenes que podrían acompañar el texto si se pensara en una novela gráfica. A modo de ejemplo: "La calle se desgajó en gente que huía. Los perros con su cabeza puntiaguda adelantada y amenazante como un arma, embestían (…) a los que dudando entre correr y quedarse quietos se movían tropezando (…)".
Si el sustrato del que se nutre la ficción es la vida. Si, en palabras de Ricardo Piglia ("Formas breves"), "todas las historias del mundo se tejen con la trama de nuestra propia vida". Si, como ha dicho Carson Mc Cullers, "la imaginación es más verdad que la realidad", esta ficción -en la cual Gloria Lenardón recorre los pasillos y hendijas de su memoria (como esa tía abuela que compone su idea de la realidad espiando "con sus ojitos repintados aplicados a la hendija de la persiana", y recopila una información que luego, a diferencia del objetivo de esta narración, se guarda de reproducir)-, reúne y construye -con la reverberación de lo vivido y oído- una metáfora del pasado; una escritura que -aunque en su devenir material sucede en el presente-, se propone sacudir, interpelar las aristas de un tiempo ya cristalizado. Sumando así, una vía más de acceso a la comprensión de cómo y cuánto de ese pasado sombrío, pervive en los claroscuros que hoy atravesamos.