Bárbara Korol
Bárbara Korol
Hoy salimos a hacer las compras. Apenas nos subimos a la camioneta, mi hija pequeña se pone su barbijo fucsia con lunares blancos para resguardar su salud del virus que amedrenta al mundo entero. ¡Se la ve tan hermosa! El mío es igual, pero rojo. El elástico se rompe al primer intento de usarlo. Afortunadamente hay uno, inmaculado, de repuesto. Sujeto mi revoltoso pelo castaño en un rodete para poder ajustar mejor el tapabocas. Un mechón de plata resalta el costado de mi rostro, que ahora casi no se ve. Después de transitar unos kilómetros por el camino dificultoso, debido a los baches más que a la geografía, llegamos al pueblo. El Piltriquitrón con sus cumbres nevadas enmarca la esquina donde duerme el viejo carrusel. En la calle hay poca gente. Todos parecen más desconocidos con esta protección obligatoria. Primero voy a buscar los lácteos. Cuando pago el hombre apenas me mira. Trato de hacer un comentario amable, pero él me ignora. Seguramente no llega reconocerme detrás de esta máscara nívea. Sigo hasta la carnicería. Ahí todos son atentos y caballeros. Mis sentidos de mujer se despiertan. En el mostrador se esmeran por aconsejarme sobre lo mejor que puedo llevar a casa. Ante tanta gentileza puedo elegir con tranquilidad. En la caja abono con tarjeta y muestro el documento. El muchacho me lo devuelve sin mirarlo. ¡Ahora es difícil identificar a la gente!, bromeo. Es joven y con la cara cubierta se destacan sus orejas con dos lindos aros que parecen de plata con una piedra verde. Puedo ver tus ojos… me dice, con eso basta. Detrás de la tela se dibuja una mueca divertida apenas perceptible. Me río. Después de todo no somos tan anónimos. Tenemos una hendija por donde se ve nuestra alma. La soberbia y la indiferencia desbordan sin disimulo. La tristeza asoma con tenues humedades que cuestan ocultar. La alegría, la dulzura y la bondad también se traslucen por los sentidos con sus colores y matices. Las miradas hablan, dicen cómo somos, muestran nuestro mundo interior, enigmático y único. Me despido del cajero. Nuestros ojos se encuentran un segundo en ese espacio recóndito, sin nombres, sin perfiles, donde todos somos casi nadie. Un destello de humanidad fusiona ese instante y nos descubre. Los tiempos de crisis generan nuevos paradigmas. La vida cambia, el mundo se transforma, pero siempre se puede sonreír con la mirada.




