Era el comienzo de una nueva etapa. Ya Bilardo había guardado en su mochila el título de campeón en México y el subcampeonato en Italia. Alfio Basile, con otro libreto, con una idea quizás diferente a la que el “Narigón” utilizó en el ‘90, iniciaba un ciclo que se destacaba por la ausencia de Diego Armando Maradona. Promediaba marzo de 1991 y Diego Maradona ya conocía la gloria con la selección argentina y con el Nápoli (dos scudetto y una copa Uefa lo habían entronizado al sitial de ídolo absoluto en ese postergado sur italiano). Pero un 17 de marzo de 1991, luego de un partido ante el Bari, la realidad le mostró un camino lleno de incertidumbres. Maradona fue suspendido por el Comité de Disciplina de la liga italiana de fútbol hasta el 30 de junio de 1992. Después de unos meses, el Comité absolvió a Napoli, que en un principio había sido denunciado por “responsabilidad objetiva” en el caso pero se supo que no tuvo injerencia en los hechos. Durante el juicio, Maradona nunca tuvo la intención de estar presente. De todos modos, el Comité señalaba que no se le había dado la máxima suspensión al no quedar claro que el uso de cocaína fuese para mejorar su rendimiento. La sanción fue de 15 meses.
En el “mientras tanto”, Basile comenzaba a armar un equipo con una idea clara: jugar bien al fútbol y no depender de la genialidad de un solo jugador. Su lugar lo ocupó Leo Rodríguez, un pensante número 10 que había pasado de San Lorenzo al Toulon de Francia. Lo rodeó con buenos jugadores. Zapata o Franco ocupando el sector derecho, Astrada metiendo en el centro y Simeone siendo su auxilio. Y adelante, Caniggia y Batistuta. Con Goycochea en el arco y una defensa que combinaba algo de prestancia en la salida clara de Basualdo por derecha, de Cáceres como gran tiempista y la fortaleza y experiencia de Ruggeri que se sumaba a la potencia para defender y para atacar de un hombre surgido de las inferiores de Unión, como el Negro Altamirano.
Leo Rodríguez fue elegido el mejor jugador del torneo. De un torneo que tuvo un pico muy alto de emoción la fria noche del 17 de julio de 1991, cuando Argentina venció a Brasil por 3 a 2 y se acomodó para lo que sucedería cuatro días después con el triunfo y la obtención de la Copa ante Colombia. Ese partido ante el Brasil de Falcao en el banco y con Taffarel, Marcio Santos, Ricardo Rocha, Branco, Mauro Silva y Careca, fue tan decisivo como luchado y friccionado, al punto tal que hubo cinco expulsados.
“Esta Copa América la ganaron los Pontoni, los Di Stéfano, los Eliseo Mouriño, los Tucho Méndez, los Masantonio, los Moreno, los Chueco García. Nada es casualidad; por aquellos campeones, estos campeones”, escribió Natalio Gorín en El Gráfico. Hacía 32 años que Argentina no ganaba la Copa América. “Es la Copa que me faltaba ganar”, decía Julio Grondona en el vestuario, en medio de la algarabía de un éxito que se nos negaba, aquella vez, como se nos está negando ahora. Dos años después, en medio de una racha de 33 partidos invicta de aquella selección de Basile, otra vez se ganaba la Copa América, esta vez en Ecuador. Fue el último título a nivel mayores. Fue en 1993, en el otro siglo, hace 27 años, algo que parece una eternidad y que hoy nos sorprende, injusta e ingratamente, contando con el mejor jugador del mundo.
Esas dos copas se ganaron sin Maradona. Apenas unos meses después del festejo en Ecuador, hubo que recurrir a él. Aquél golpe letal que nos propinó Colombia en el Monumental, con un 0-5 lapidario y deshonroso, puso en jaque la clasificación para el Mundial de Estados Unidos. Diego, sufriendo en la platea del Monumental como un hincha más, fue convocado por Basile para disputar el repechaje con los australianos. Después, como si fuera un volver a vivir, armó una selección que dio cátedra en los dos primeros partidos de aquél Mundial en el país del norte, hasta que otra vez la sombra del doping positivo de Maradona, apagó por completo nuestras aspiraciones.
El 21 de julio de 1991, Argentina ganaba invicta la Copa América de Chile jugando bien al fútbol. Ese equipo jugaba bien, ganaba y a veces goleaba. Las tres “G” (ganar, gustar, golear) se conjugaban en un equipo que, desafiando los malos presagios del post Maradona, hacía que por poco tiempo nos olvidemos de alguien a quien el tiempo se encargó de reubicar, cuando se lo fue a buscar para que nos salve de una afrenta.