Por Rogelio Alaniz
En el Uritorco, las agencias de turismo promocionan la llegada del fin del mundo y compungidos turistas pagan un ojo de la cara para ser testigos de la tragedia o del inicio de una nueva era.
Los precios no son módicos, pero hay lugar para todos. Las agencias aseguran comodidades, diversión y buenos espectáculos. Apurarse porque quedan pocas localidades. El fin del mundo justifica eso y mucho más.
Mientras tanto, en Bariloche, San Fernando, Resistencia y Rosario, los “hambrientos” asaltan supermercados ante la mirada atenta y protectora de la policía que tiene órdenes de no reprimir las protestas sociales. Que el botín de los hambrientos no sea comida sino televisores y bebidas alcohólicas, representa un error de ortografía menor en la textura del relato. Los “hambrientos” lucen saludables y enérgicos. Destrozan autos, eligen las mejores marcas de vinos y whiskies y los televisores más caros. Los muchachos practican el pillaje y el vandalismo y a ese mamarracho social no faltará el teórico nacional y popular que lo califique como fermento de la nueva era que se avecina. Entre tantas zozobras espirituales, sólo un consuelo nos acompaña: esta vez el promotor no es Duhalde.
Mientras las hogueras del lumpenaje social se levantan en diversos puntos de un país cuya máxima autoridad se jacta de haber garantizado la inclusión social, el gobernador de la provincia de Santa Fe intenta comunicarse con el ministro Randazzo, pero a los teléfonos del ministerio nadie lo atiende. Bonfatti corta resignado porque supone que el compañero Randazzo está festejando con sus pares la decisión revolucionaria de la señora de expropiar el local de la Sociedad Rural en Palermo.
El razonamiento es sencillo y eficaz: ya que no hacemos la reforma agraria inmediata y profunda, entre otras cosas porque muchos compañeros serían los perjudicados, nos quedamos con el local de la Sociedad Rural. Ya que en su momento no pudimos inaugurar el Hospital de Niños en el Sheraton Hotel, ahora vamos a garantizar cumbia villera para el pueblo en el corazón de la ciudad puerto y en las instalaciones de la Sociedad Rural, símbolo de la oligarquía explotadora.
Y ya que estamos hablando de ventas a precio vil. Pregunto: con las tierras compradas en el Calafate, ¿qué hacemos? Y ya que estamos hablando de explotación y trata de blancas: con los cuarenta prostíbulos inaugurados por Él en Río Gallegos, ¿qué hacemos? O nos van a hacer creer que como el personaje de Arlt, los prostíbulos son los instrumentos que se valen los revolucionarios para financiar la revolución social. Si es así, la estrategia me parece formidable.
Néstor es Haffner y Ella, la Visca. Lo demás es todo literatura.
Regresemos a Buenos Aires. La mesa está puesta y la fiesta ya se inició. Para quienes el espectáculo no lo satisface demasiado, a pocas cuadras de allí, disponen de los placeres que el compañero Cristóbal López brinda a precios razonables en las instalaciones del Hipódromo de Palermo. Ya que no hacemos la revolución, vamos a divertirnos. El programa de todos modos es nacional y popular: cumbia en la Sociedad Rural y máquinas tragamonedas en Palermo.
Como diría algún lector de Laclau: estamos latinoamericanizando a Buenos Aires. Y además, nos estamos haciendo multimillonarios, agregarían los epígonos de Santa Cruz, ante la mirada rapaz y codiciosa de los aguiluchos de La Cámpora. No vamos a tomar el Palacio de Invierno, pero vamos a tomar Puerto Madero. Como se dice en estos casos. “Contra toda la traición, Boudou conducción”.
El 21 de diciembre está llegando a su fin y la única estación real que nos aguarda es la del verano. Ni fin del mundo, ni nueva era, ni cambios revolucionarios. Pobreza, desmanes, barbarie social y arbitrariedad política. El espectáculo es deplorable, pero digno de contemplarse. No sé si es lo que nos merecemos, pero es lo que hay. La Argentina de fines del 2012 ha transformado a Oliverio Girondo en un poeta regional y al tango Cambalache en sinónimo de literatura evasiva.
































