Luciano Andreychuk
landreychuk@ellitoral.com
@landreychuk
El Cuerpo de Taquígrafos del Concejo local registra todo lo que ocurre en las sesiones: cada palabra que se dice, cada gesto o episodio inesperado. Usando un sistema de signos especiales, hacen de todo lo dicho en el Deliberativo un documento de verdad total: la versión taquigráfica.

Luciano Andreychuk
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Todo empieza así: el timbre o “chicharra” del Concejo suena sin cesar y aturde, hastía, raspa los tímpanos. Es el aviso de que la sesión comenzará en cualquier momento.
Mientras suena, en la oficina del Cuerpo de Taquígrafos del Concejo hay dos deidades de la mitología griega: una es Cronos, el dios del tiempo; el otro es Harpócrates, el dios del silencio. En realidad, lo que hay son dos representaciones de éstos: de la primera, un enorme reloj; de la segunda, la clásica imagen de la enfermera con su dedo índice sobre sus labios haciendo: “¡Shh!”. Tiempo y silencio.
Y después se ven pilas de cuadernillos con hojas de tamaño A5 organizadas prolijamente, casi con obsesión. En algunas de ellas se ven garrapateadas apresuradamente rayitas, trazos que parecen rulitos de bebé, números invertidos o torcidos hacia un costado, y así. Todos esos “garabatos” son signos. Y cada signo puede significar toda una frase, una palabra, un gesto.
El arte de la taquigrafía es la codificación del habla mediante un sistema semiótico que tiene lógica propia. Y la decodificación es la instancia de la dactilografía, el momento en que todos esos signos pasan al sistema coherente de la lengua española mediante la traducción en un procesador de texto. Es decir, se digitalizan.
“Somos taquígrafos parlamentarios. Así como un médico es especialista en un área determinada de la salud, nosotros nos dedicamos a ámbitos legislativos”, dice a El Litoral Gustavo Lascurain, jefe del Cuerpo de Taquígrafos. Él, por su experiencia y trayectoria coordina todo el equipo. No hace el trabajo de registro en el recinto: sí lo hacen Graciela De Francischi, María Angélica Gabás, Carlos Segovia, Marisel Ferreyra, Karina Montemurro, Héctor Salomón y Mabel Salica.
Cómo trabajan
“Cada signo puede significar una palabra o un conjunto de palabras. Hay expresiones protocolares que se simplifican sólo en un trazo o signo”, explican. Hay un sistema taquigráfico universal que utilizan casi todos llamado Larralde, excepto dos, que usan el método Martí. Pero a veces, se combinan ambos.
Los profesionales trabajan con cuadernillos donde anotan todo —todo— lo que se dice en las sesiones del Deliberativo local. Usan las clásicas lapiceras Bic, ésas azules de capuchón blanco, o lápices afinados con puntas firmes. Y la mecánica de trabajo es por turnos: cada taquígrafo hace un turno de cinco minutos tomando registro durante la sesión, termina y es reemplazado por otro. Ese cambio es lo que denominan “empalme”. Así van rotando.
El que empieza retoma lo último que registró el taquígrafo que lo precedió: se “pisan” y es necesario, para no perder el hilo de toda la sesión. Y una vez que cada uno termina de taquigrafear durante su turno en el recinto, vuelve rápido a la oficina y empieza a decodificar sus registros, a traducir. Ahí empieza a desplegarse Cronos: el reloj manda, porque al terminar de rotar los 7 taquígrafos, el que empezó primero tiene que volver al recinto. La mecánica se asemeja a la ingeniería perfecta de un reloj suizo.
El timbre sigue sonando sin parar.
De la vieja Olivetti a la PC
“Somos taquidactilógrafos. Nosotros mismos traducimos en digital lo que se dice en las sesiones”, apunta con la sabiduría de años de oficio Graciela De Francischi, que ingresó al Concejo en el ‘83, tras el retorno de la democracia. Ella vio y registró todo lo que ocurrió desde entonces hasta hoy en el recinto de Salta 2943. Pasó de la vieja máquina Olivetti, luego a la máquina de escribir eléctrica y finalmente, a la computadora.
Una versión taquigráfica de una sesión promedio (unas 3 horas) puede terminarse de un día para el otro. Pero en el interín deben hacerse correcciones ortográficas que se deslizan, o gramaticales, y revisar a veces la traslación de la oralidad a la escritura. “Hay veces en que un concepto no se entiende si se traduce literal. Entonces, hay que saber elaborarlo sin que se pierda su sentido”, precisa Lascurain.
Los taquígrafos registran, además de las palabras, expresiones como alguna interjección, risas generalizadas, aplausos, silbidos. Las llaman acotaciones. Hasta manifestaciones en las barras. “Estamos muy atentos a lo auditivo, a lo perceptual, a lo que oímos mientras hablan los concejales, pero también a lo gestual”, coinciden. La versión taquigráfica integra el documento que avala lo que ocurrió en una sesión, y que es el acta. “Y la versión taquigráfica tiene una importancia muy grande”, resalta Lascurain.
Estudiaron en la Vieja Escuela de Taquigrafía que dependía de la Cámara de Diputados. Ya no existe más. “Hoy ya no hay más espacios para el aprendizaje de esta disciplina. También hay que tener en cuenta que el campo de acción laboral del taquígrafo es muy acotado: se limita sólo a ámbitos parlamentarios”, dice Segovia. Qué pasará con esta profesión, de acá a una década o más, ni ellos lo saben. Seguramente será cooptada por la tecnología.
El timbre del Concejo deja de sonar súbitamente. Ahí se activa el dios Harpócrates, y todos miran la imagen de la enfermera con su dedo índice sobre los labios. Pasarán desapercibidos a todos los ojos, pero la responsabilidad de registrar la verdad que tienen en inconmensurable. Silencio: los taquígrafos empiezan a trabajar.
Una anécdota y la buena onda como bandera
Carlos Segovia guarda en su memoria emotiva varios episodios curiosos por su trabajo como taquígrafo. Elige una anécdota: “Era mediados de los ‘90. Estaba en el Concejo la gente de la UTA (el gremio de los transportistas)”. La sesión estaban muy candente y todo detonó.
“Empezaron a volar sillas, bancas, sillones, de todo. ‘Rajemos de acá’, nos dijimos”, dice y sonríe. Al final los desalojaron a todos del edificio. “Hoy nos reímos pero en ese momento vivimos mucha tensión”, cuenta el taquígrafo.
La buena convivencia es fundamental. Son muchas horas de trabajo que pasan juntos, pero coinciden sin dudar en que la buena onda no falta nunca. “Somos como una gran familia”, dicen. Dentro del grupo hasta se formaron varias parejas.
El arte de la taquigrafía es la codificación del habla mediante un sistema semiótico que tiene lógica propia. Y la decodificación es la instancia de la dactilografía, el momento en que todos esos signos pasan al sistema coherente de la lengua española mediante la traducción en un procesador de texto. Es decir, se digitalizan.
Los taquígrafos registran, además de las palabras, expresiones como alguna interjección, risas generalizadas, aplausos, silbidos. Las llaman acotaciones. Hasta manifestaciones en las barras.
La buena convivencia es fundamental. Son muchas horas de trabajo que pasan juntos, pero coinciden sin dudar que en que la buena onda no falta nunca. “Somos como una gran familia”, dicen.




