En otro texto, el arzobispo de Santa Fe, Mons. José María Arancedo, sostiene que en Navidad contemplamos un acontecimiento de la historia de Dios, que se realiza en nuestra historia. El que nace en Belén es el Hijo de Dios, y lo hace en el seno de una familia. La fe cristiana, que se apoya en la promesa de Dios y en el testimonio de su cumplimiento en Jesucristo, es la que nos permite descubrir esa dimensión divina en la humanidad de este nacimiento. Pero también, este cálido marco de una familia nos habla del camino o pedagogía de Dios. Dios llega al hombre a través del mismo hombre; el nacimiento de su Hijo se hace en el ámbito natural de una familia. Esto no menoscaba la divinidad de Jesucristo, sino que al hablarnos así ennoblece lo humano, en este caso el valor y dignidad de la familia.
Si el Evangelio es la Palabra de Dios en la que se nos revela el sentido de la vida del hombre podríamos hablar, a partir de Navidad, del Evangelio de la Familia como camino de revelación de Dios. Ella, la familia, forma parte de ese designio creador de Dios que hizo al hombre, varón y mujer, orientados al encuentro en el amor y en la responsabilidad de la transmisión de la vida. Este mismo proyecto de Dios Creador es el que se hizo Evangelio en Jesucristo. Anunciar la verdad de la familia en toda su realidad y belleza es predicar el mismo Evangelio. A la familia, como al Evangelio, antes que defenderla hay proclamarla, necesita testigos más que abogados.
Evangelio de la familia
Cuando vemos las crisis y rupturas de muchas familias, podemos tener la tentación de pensar que se trata de algo del pasado, que ya fue, que no sirve como estructura ideal para el hombre y la mujer de hoy en su relación de amor, abierta a la vida y a la educación de los hijos. ¿Qué decir frente a esto? Como toda vocación o camino de realización en esta vida, la familia implica preparación y madurez, no sólo gozar de derechos sino asumir obligaciones. Hay una cultura de corte individualista, egoísta, con primacía del tener sobre el ser, que no ayuda a sostener actitudes de entrega, solidaridad y responsabilidad, tan necesarias en el desarrollo de una familia. Creo que antes de descalificarla, que es un juicio muy simple, habría que revisar con sinceridad las causas de estas situaciones para recrear actitudes nuevas, no sólo en lo personal sino también en lo social. La familia vive cierta orfandad cultural y política.
Como toda realidad que implica la libertad de las personas, en nuestro caso la familia, no debemos temer hablar de las exigencias que implica lo que hemos formado, que nos pertenece, y que debemos asumir para el bien de todos sus miembros. Comprendo los casos límite en los que la separación parece lo más apropiado, pero no debemos hacer de ello su acta de defunción sino recrear, en un contexto actual, las condiciones para vivir lo que es esencial, lo que no puede cambiar. La familia como primera comunidad de vida y formación, forma parte de ese patrimonio de la humanidad que debe ser anunciado, pero también tutelado.
Navidad es una fecha de familia, que en torno a ella sepamos encontrarnos para dar gracias a Dios por el don de la vida y que nos permita tener, además, un corazón bien dispuesto para reconstruir, si es posible, algunas relaciones que hacen a nuestra historia personal y familiar.































