El que no sabe es como el que no ve, dice el dicho. Ignorar que el comportamiento de los chicos en situación de calle no es casual ni caprichoso significa seguir condenándolos por algo de lo que no son responsables.
Para conocer el cómo y el porqué, El Litoral consultó a Patricia Rosciani, integrante del equipo interdisciplinario que trabaja en el Centro de Permanencia Transitoria para niños y adolescentes en situación de calle, que depende de Promoción Comunitaria y de la Subsecretaría de la Niñez.
El proyecto se creó en diciembre de 2005, y el grupo está integrado por Patricia, que es terapista ocupacional, una asistente social y un psicólogo. También hay operadores de calle y nocheros coordinados por una directora.
``Nosotros tomamos contacto con los chicos que están en la calle de manera permanente o transitoria. A partir de entonces, se piensa en un proyecto de trabajo según las necesidades urgentes, otras a largo plazo y la demanda'', explica Patricia sobre su trabajo.
Una de las cosas que más llaman la atención al hablar con los chicos sobre ellos es la imposibilidad de contar su vida ordenada cronológicamente o en relación con determinados momentos o lugares. A veces, también fabulan o mienten.
-¿Por qué ocurre eso?
-Los chicos que viven en la calle no se manejan con la cronología habitual de cualquier persona. Presentan primero una asincronía con su historia personal; tienen un montón de hechos yuxtapuestos, mezclados y que están incluso desordenados. Obviamente, los tiene que unir un hilo, que no tiene que ver con un tiempo y un espacio, sino con cuestiones significativas para ellos, como la fuerza afectiva o la importancia que radica cada hecho que han vivido, por bueno o por malo.
Esto de la disociación cronológica se da porque no los ha albergado ninguna institución en la construcción de su estructura psíquica, afectiva. La institución familia, escuela, comunidad; instituciones barriales, clubes y otras, permiten el ordenamiento de los espacios y de los tiempos, del antes y del después, del para y el por, pero a ellos, al vivir fundamentalmente experiencias de exclusión de esos espacios, se les hace difícil. Aprenden a sobrevivir al hoy y a manejarse con los tiempos subjetivos, con los que nosotros llamamos el kairos, que son los tiempos personales. Entonces, por eso cuesta mucho generar hábitos de estudio, de trabajo, que demandan un ordenamiento''.
-¿Se recupera ese orden?
-Es complicado porque el sistema de por sí es excluyente. Si bien pensamos que todos los chicos son ``recuperables'', se hace muy difícil hacerlo desde la mirada del sistema porque están por fuera de prácticas que habilitan al ser humano para realizar determinadas ocupaciones sociales legitimadas.
Primero, tienen que creer que lo pueden hacer, ése es el primer paso. Pasa, por ejemplo, que los chicos quieren ir a jugar al fútbol y no pueden hacerlo porque es pago o requiere estado físico que no tienen por la droga; entonces tenemos que armar una escuelita de fútbol para `los chicos de...'.
Acá no hay reglas generales para que se dé el resultado positivo. Cada chico presenta su posibilidad.
Además, cuando son más grandes, es más complicado. Ellos se han ordenado con parámetros de comunidad en la calle, que tiene toda una serie de códigos y de experiencias de vida muy particulares.
En el diálogo con los chicos se observa una permanente lucha interna entre el querer mejorar y la furia que les genera su condición.
-¿Cómo se trabaja eso?
-También es duro, sobre todo, cuando ellos empiezan a darse cuenta de que quedan afuera de muchas cosas. Desde las intervenciones de las instituciones se trata de devolverles una mirada de posibilidad, porque lo que perciben son prohibiciones que les generan comportamientos ambivalentes. Es una pregunta constante en el grupo, el cómo sacarlos de ahí... A veces, las herramientas funcionan y salen.
-Pero los chicos tienen una visión positiva a futuro de ellos mismos y la pueden decir.
-El hecho de imaginarse a largo plazo, de determinada manera, que no se corresponde con las acciones del presente que tiendan a eso, tiene que ver con la asincronía, con la falta de orden lógico y cronológico: si yo quiero ser abogado, debo estudiar la carrera. La continuidad de su historia hace que se pierda la visión de que, para llegar a algo, tengo que llevar a cabo una acción en el medio. En eso trabajamos un montón, pero son proyectos más cortos, por ejemplo, para qué guardar las monedas que juntan vendiendo tarjetitas. Eso tiene que ver con una espera y un pequeño proyecto a largo plazo; necesitan hacer ese ejercicio.
Patricia dice que el grupo de trabajo está convencido de que los chicos tienen posibilidades de cambiar su vida, pero que, ``a veces, los éxitos son muy diferentes de los esperables por la sociedad. No tienen que ver con que terminen la escuela, sino con pequeños proyectos que hacen a su vida personal''.
-¿Cómo ves el acompañamiento de políticas de Estado que favorezcan esos proyectos?
-Creo que están mejorando, un poco por la experiencia nueva que tiene este trabajo en la calle; antes estaba, pero no se veía. Todavía no logra ser una prioridad. En el caso de Palomita, por ejemplo, el Estado debería garantizar recursos materiales para restituir el derecho a estudiar. Pero acá también se juegan la sociedad civil y el sector privado... nos tenemos que responsabilizar todos. También están los comerciantes que les venden el Poxirán; nadie hace nada con eso, es más fácil quejarse.
-Parece que, a veces, muchos se olvidan de que estamos hablando de chicos. Se los objetiviza de tal manera que pierden todo rasgo de humanidad.
-La gente les tiene miedo, pero la imagen que ellos dan es la que necesitan para sobrevivir en el ambiente en el que están. Sin embargo, se supone que el adulto tiene que leer en sus conductas que es un armazón y no un niño peligroso.
-¿Cómo se trabaja la mirada de rechazo?
-Ha pasado que vecinos van a quejarse al refugio porque les robaron y creen que el chico esta ahí adentro y obviamente no está porque, si va con elementos robados, no lo dejamos entrar, para que no se transforme en un ``aguantadero''. Cuando pasa, lo hablamos; la acusación surge también por el hecho de que alguna vez robaron.
Nos pasó también de ir a un evento cultural y que nos manden al fondo. Están acostumbrados a ser tratados así, entonces, lo primero que hacen es ``bardear'': ``¡Son unos ratas! ¡Vieja de mierda!''. No es más que una respuesta a la actitud de rechazo.
También hablamos del aspecto físico: ``No estés croto porque te va a levantar la policía; vestite bien, bañate, cortate el pelo''. A los chicos les encanta bañarse, lo hacen hasta dos veces por día, es hasta terapéutico.


































