En la madrugada del lunes Rusia ejecutó uno de los bombardeos más intensos desde el inicio del conflicto en 2022. Según informó el presidente ucraniano Volodímir Zelenski, fueron lanzados 440 drones y 32 misiles, dirigidos principalmente a zonas residenciales e infraestructuras civiles de Kiev y otras regiones.
La magnitud del ataque fue tal que las defensas antiaéreas ucranianas, aunque activas, no lograron evitar la destrucción masiva en múltiples distritos de la capital.
Víctimas y daños colaterales
El saldo humano es devastador: al menos 15 personas murieron —14 en Kiev y una en Odesa— y más de 130 resultaron heridas. Entre los fallecidos se encuentra un ciudadano estadounidense de 62 años.
Uno de los puntos más afectados fue el distrito Solomianskyi, donde un edificio de nueve pisos quedó parcialmente destruido. Allí, los rescatistas trabajaron durante horas para liberar a vecinos atrapados bajo los escombros.
También se reportaron impactos en centros educativos, hospitales y edificios públicos. Solo en Kiev, 27 infraestructuras fueron alcanzadas, según confirmó el ministro del Interior, Igor Klimenko.
Al menos 15 muertos. Crédito: Reuters.Contexto internacional
El ataque coincide con la cumbre del G7, donde Ucrania busca apoyo adicional. Zelenski calificó la ofensiva como “terrorismo puro” y pidió a los países occidentales endurecer las sanciones contra Moscú y acelerar la entrega de armamento defensivo.
La guerra, sin horizonte de paz. Crédito: Reuters.La guerra, sin horizonte de paz
A más de dos años del inicio de la invasión rusa, el conflicto entra en una fase prolongada y cada vez más violenta. Los ataques aéreos masivos se han vuelto más frecuentes, reflejando una estrategia de desgaste por parte del Kremlin.
Ucrania, por su parte, sigue apelando a la solidaridad internacional para resistir y proteger a su población civil, que una vez más ha quedado en el centro del fuego cruzado.
El ataque del lunes deja en claro que el conflicto en Ucrania sigue lejos de encontrar una salida diplomática. Mientras los misiles continúan cayendo y las víctimas se acumulan, la comunidad internacional enfrenta el desafío de frenar una guerra que ya no conoce límites.
En este escenario, los ucranianos viven bajo una amenaza constante que trasciende lo militar: la pérdida diaria de hogares, escuelas y hospitales erosiona el tejido social del país. Cada ataque no solo destruye infraestructura, sino que multiplica el trauma colectivo de una nación que resiste, pero a un altísimo costo humano.
A medida que se intensifican los ataques, la población civil enfrenta un escenario cada vez más desesperante. Familias enteras se ven obligadas a pasar las noches en refugios subterráneos, mientras los servicios de emergencia trabajan sin descanso entre escombros. La resiliencia del pueblo ucraniano se mantiene, pero el desgaste psicológico y material es creciente y, en muchos casos, irreversible.