"¿En qué rincón luna mía,/ volcás como entonces/ tu clara alegría?" (Tinta roja)

"¿En qué rincón luna mía,/ volcás como entonces/ tu clara alegría?" (Tinta roja)
Melancolía, nostalgia, añoranza del arrabal, cambios sociales urbanos y recuerdos de juventud. Todo se refleja en este tango que es del año 1941 y se titula "Tinta Roja". Al autor de su letra, Ovidio Cátulo González Castillo, su padre, que era militante anarquista, pretendió anotarlo en el registro civil como "Descanso Dominical González Castillo", pero no se lo permitieron. El pequeño con el tiempo será mucho más conocido simplemente como Cátulo Castillo y por su enorme talento lo distinguirán como el "Poeta del Tango".
En su vida moza, Cátulo (que competía con su nombre completo) se dedicó al boxeo y hasta llegó a destacarse como púgil amateur en peso gallo primero y luego en pluma, consagrándose campeón argentino en esta última categoría, lo que ameritó su inclusión en el preseleccionado argentino que se preparaba para los Juegos Olímpicos de Ámsterdam 1924. En cuanto a Sebastián Piana, el autor de la música de "Tinta roja", fue un compositor que supo conservar en sus creaciones la auténtica cadencia tanguera y fue, además, quien rescato y revitalizó la milonga. Sus seguidores no mezquinaron elogios cuando decían que "los tangos sonaban diferentes cuando él los tocaba".
Mi radar descubrió que "Tinta roja" nació del compromiso de Sebastián quien le regaló una melodía a su esposa por su cumpleaños pero que esta lo aceptaría con la condición de la incorporación de la letra. Piana no dudó en solicitársela a su gran amigo Cátulo y entonces el tema salió de forma inmediata:
"Paredón/ tinta roja en el gris del ayer/ Tu emoción, de ladrillo feliz/ sobre mi callejón,/ con un borrón pintó la esquina/ Y el botón que en el ancho de la noche/ puso el filo de la ronda como un broche".
El poeta ya nos sumergió en un viaje por el pasado, por un barrio que ya no existe, por un tiempo que se ha ido y arrastró la juventud. En todo el recorrido el poeta no abandonó su paleta de colores con predominio del rojo y del gris. Nos enfrento al paredón y a la tinta roja, en definitiva: a la pasión y la intensidad de los recuerdos versus el gris de la melancolía y la pérdida:
"Y aquel buzón carmín/ y aquel fondín donde lloraba el tano/ un rubio amor lejano, que mojaba con bon vin/ (…) ¿Dónde estará mi arrabal?/ ¿Quién me robo mi niñez?/ En que rincón luna mía, volcás como entonces, tu clara alegría"
Y aparecen los elementos concretos del antiguo barrio y testigos de esa historia: el buzón carmín, el fondin, el botón y el tano, en referencia a aquellos inmigrantes que dejaron su tierra natal y lloran el amor lejano mezclando sus lagrimas con un bon vin. Y no faltan las preguntas que agrega aun más la capa de nostalgias de lo que fue y ya no es: ¿Dónde está mi barrio, qué se hizo de él?¿Cuál es su paradero? Y el lamento, pues el poeta está sugiriendo la pérdida de identidad y por último el anhelo: como volver a esos momentos de alegría y felicidad. Imaginemos la escenografía. Volvamos la mirada al pasado y por más que la nostalgia y el dolor nos confundan, nos derroten los sentimientos de la infancia perdida y de nuestra inocencia, no perdamos la oportunidad de darle sentido a nuestra ilusión:
"Veredas que yo pisé/ Malevos que ya no son/ Bajo tu cielo de raso trasnocha un pedazo de mi corazón/(…) Paredón/ Tinta roja en el gris del ayer/ Borbotón de mi sangre infeliz/ que vertí en el malvón/ de aquel balcón que la escondía"
Todo el tema recrea la viva imagen del barrio e insiste en el juego de colores aflorando situaciones a través del encadenado de sus versos, revive la memoria que explota de euforia por el recuerdo de un tiempo que se fue para siempre. Lo invito amigo lector a que sigamos disfrutando y haciendo volar la imaginación de lo que encierra ese paisaje. El lugar, la vereda, la esquina, el aire irrespirable del bodegón donde se aprecian, casi imperceptiblemente por el humo del cigarro, las imágenes de los parroquianos, las bicicletas apiladas en ese paredón pintado de rojo que contrasta con el gris del empedrado y el negro de la noche y de las penas del tano, si, del tano el que sigue encurdelándose para apagarlas y vaya a saber si es con un bon vin o con que, por el solo hecho de tomar:
"Yo no sé si fue el negro de mis penas/ o fue el rojo de tus venas mi sangría/ Porque llegó y se fue tras el carmín/ y el gris fondín lejano/ donde lloraba el tano/ sus nostalgias de bon vin (…)"
No hay dudas que "Tinta roja" es una oda a la nostalgia, es un lamento por lo que fue y ya no es, fiel reflejo de la historia y de los cambios transformadores de la ciudad y que tocaron a los barrios que dejan vivos los recuerdos en aquellos que la vivieron. ¿La próxima? "El bailarín de tango".
Su padre, José González Castillo, fue un poeta y dramaturgo de alto vuelo que lo obligó aprenderse de memoria todos los versos de Evaristo Carriego. Para conversar con González Castillo se llegaban hasta su casa, ni más ni menos, que Homero Manzi, Sebastián Piana, José Betinotti, Roberto Casseaux y Gabino Ezeiza, entre otros. Cátulo Castillo recordaba que una vez llegó el poeta Rubén Darío y le regaló una foto "que la vida le llevó". Era lógico y casi obvio que apenas pasado los 20, cumpliera el itinerario casi obligado para los jóvenes como él: la bohemia porteña.
Horacio Ferrer fue categórico: "Cátulo es pueblo". Él solo fue un pueblo: músico, pianista, compositor, profesor de música, director de orquesta, periodista, charlista, poeta, gremialista, peregrino, trovador y sabe Dios cuantas cosas más... y por añadidura "perrólogo" y "gatólogo".También pasó por el deporte de los puños, fue boxeador. Fue por eso que escribió con "polenta" y con refinamiento de pugilista romántico a lo George Carpentier (el francés al que llamaban "El Hombre Orquídea").
Tengo la certeza que en sus tiempos de "pegador", Cátulo boxeaba con imaginación de poeta loco, capaz de desafiar al diablo y ganarle a la muerte. Es cierto que Ovidio Cátulo González Castillo (1906-1975) pudiendo, no quiso escribir -por respeto-- mientras tuvo vida su padre, convirtiéndose después en su natural heredero. A partir del 22 de octubre de 1937 le llegó el momento de mostrarse como poeta en toda su dimensión y nunca dudó de su capacidad, dándole forma al dicho que afirma que "un tango es una pequeña obra de arte que requiere talento", siendo que él no escatimo esfuerzo en derrocharlo a raudales. Por eso sus letras están en el silbo de cualquier nochero veterano con " olor" a tango.
En sus composiciones afloraba la intelectualidad que demostraba desde chico y una especie de latitud espiritual inteligente, la que supo expresar en sus grandes sucesos como letrista. Entre ellos, además de "Tinta roja", pueden mencionarse "Organito de la tarde", "El aguacero", "Silbando", "María", "La última curda", "El último café", "Desencuentro" y "La calesita", entre tantos otros más.
(*) Adaptación de texto original de Eduardo Rafael, publicado en la edición Nº 1.038 de la revista Noticias.




