Cuenta Carlos Cantini, en su imperdible "Cafetines de Buenos Aires", que gracias a la posibilidad de conocer algunos de los relatos que sostienen en el tiempo la leyenda del Bar Pinon, pudo enterarse de una de las tantas entrañables historias que cobijan las paredes del popular recinto: la del "Gardel Judío". La misma que prometimos volver a referir hace un tiempo en el espacio que periódicamente me brinda El Litoral a través del ciclo La Tangoteca (en la edición del pasado 1 de marzo para ser más precisos), donde puedo desandar mi pasión por el tango.
Jevel "Kátzele" Katz, artista multifacético al que de manera póstuma se lo conoció como el "Gardel Judío".Cantini recuerda que la primera aproximación a los pormenores sobre la vida y muerte del citado artista -de alguna forma comparado con el "Morocho del Abasto", ya van a ver por qué-, la tuvo allá por septiembre de 2003, cuando celebraba Rosh Hashaná en casa de una amiga. En el momento más alegre de la noche, la dueña de casa y sus tres hermanas armaron un interesante número musical. Paradas en fila, junto a la ventana que daba al pulmón de la manzana, se pusieron a cantar en un lenguaje inentendible. Solo por la melodía y puesta coreográfica, Cantini dedujo que estaban entonando "Rubias de New York", de Carlos Gardel.
Cuando las improvisadas Naty, Peggy, Betty y Julie terminaron de cantar, el bueno de Cantini se acercó a preguntar qué era lo que habían escenificado, a lo que su amiga le dijo: "Jevel Katz, el Gardel Judío". Como en ese momento la charla no pudo continuar, su amiga le prometió a Cantini abordar nuevamente el tema más adelante, café de por medio. Así fue como una semana más tarde, en una de las mesas del Bar Pinon justamente, y en el marco de la conmemoración del Año Nuevo Judío, Cantini tomó conocimiento de la existencia del comediante y cantante judeo-polaco Jevel Katz, el famoso "Gardel Judío".
Interior del Bar Pinon, Buenos Aires, lugar que encierra una singular variedad de anécdotas.La comparación con Carlitos merecía obviamente algún tipo de explicación más profunda, o al menos con mayores detalles, habida cuenta de que el protagonista de turno tenía dotes artísticas muy disímiles a las de Gardel. Entonces fue que Cantini supo, y yo ahora les transmito a ustedes por si no lo saben -aunque supongo que lo podrán encontrar "navegando" en internet también-, pequeñas cosas que desentrañan el porqué. Así fue como se enteró que el bueno de Jevel Katz había nacido el 10 de mayo de 1902 en la capital de Lituania, Vilna, "La Jerusalén del Norte", en esa época parte del Imperio Ruso. Y que en mayo de 1930 llegó a la Argentina, país en el que luego se nacionalizó.
A poco de instalarse en la que será su nueva patria, el joven Jevel empezó a trabajar como cantautor callejero haciéndose muy popular entre la colectividad judía. Cantaba en "castídish", una especie de colcoliche propio, mezcla de yidish, castellano y lunfardo porteño. Sus presentaciones las hacía vestido de gaucho, con smoking o travestido de mujer. En apenas diez años compuso unas quinientas piezas que, con desprejuiciada ironía, narraban la vida cotidiana de los judíos que vivían en Buenos Aires y en las colonias agrícolas de Entre Ríos y Santa Fe.
¿Eran tangos los que hacía? No necesariamente. ¿Era folclore? Un poco de eso tenía, al margen de que a Jevel también lo entretenía modificar las letras de algunas canciones famosas, como "La cucaracha", "Manisero" o "La cumparsita". Entonces, se preguntarán ustedes, como igualmente se preguntó Cantini… ¿por qué fue que se lo comparó con Carlos Gardel? Bueno, en realidad póstumamente se lo comparó con Carlitos por la increíble repercusión de su muerte y la cantidad de gente congregada para despedirlo. Jevel, en vida, prefería definirse como el "más alegre de todos los judíos".
Jevel Katz murió el 8 de marzo de 1940, a los 37 años. El parte médico oficial dice que no superó una complicada operación de amígdalas. En el barrio se hablaba, sottovoce, de sífilis. El hecho, que alcanzó la categoría de extraordinario, cuenta que fue velado en la Sociedad de Actores Judíos, por aquel entonces ubicada en Paso 550. Y que una conmovedora multitud se acercó hasta el lugar para rendirle su último homenaje. Es más, los diarios de la época se hicieron eco del fenómeno y señalaron que fue la mayor expresión colectiva de dolor después del sepelio de Carlos Gardel, ocurrido un lustro antes ("El Zorzal Criollo" falleció el 24 de junio de 1935).
La calle Paso y las laterales, desde Corrientes hasta Córdoba, se cubrieron de curiosos y seguidores por completo. El carro fúnebre, que tomó por calle Corrientes con destino al cementerio de Liniers, fue seguido por centenares de automóviles que formaron una compacta caravana. Hubo dos paradas, recuerda Cantini: la primera frente al Teatro Mitre y la segunda frente al Teatro Excelsior, inexistentes en la actualidad. A lo largo de todo el trayecto hacia el oeste de la ciudad un gentío, impactado por la pronta partida de su ídolo, acompañó en silencio el paso del cortejo. Fue en esa jornada en la que Jevel (que también gustaba de presentarse como Jévele o Kétzele), con indiscutible justicia, se ganó el mote del "Gardel Judío".
"Esta es una de las infinitas historias que se esconden en los bares de Buenos Aires, una ciudad que cobijó a personas de todas las geografías del mundo", relata Cantini. Y no deja de insistir con sus ricas anécdotas de "cafetines", con parroquianos que encontraron en una copa o un café la compañía del otro. Por eso remata así esta historia: "Amo sentarme en sus mesas, allí practico la escucha y ejercito la mirada. Sospecho que así habrá sido desde siempre. Voy por los cafetines y rescato anécdotas... solo para poder contarlas".