Queridos Amigos. ¿Cómo están? ¿Cómo se encuentran? En nuestra sociedad actual donde en el centro están la economía, lo material y lo tangible, la Palabra de Dios nos sale al encuentro con la pregunta poco común: "En aquel tiempo, Jesús iba enseñando por ciudades y pueblos, mientras se encaminaba a Jerusalén. Alguien le preguntó: Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan? Jesús le respondió: Esfuércense en entrar por la puerta, que es angosta, pues yo les aseguro que muchos tratarán de entrar y no podrán".
Aparentemente hoy a pocos les interesa esta pregunta. Tengo la sensación, y casi una convicción, que se está instalando el "ateísmo práctico". No se niega la existencia de Dios, pero se vive como si Dios no existiera. Y, sin embargo, Jesús no ignora la importancia del planteo del hombre del Evangelio, respondiendo con mucha seriedad: "Esfuércense en entrar por la puerta estrecha". La salvación o la condenación se juegan aquí y ahora, en esta vida.
No depende del horóscopo, ni de la bruja o de la gitana. Depende de los hechos concretos, de la vivencia y práctica de los valores humanos y cristianos en nuestra vida diaria. En el Evangelio de hoy, Jesús es contundente y afirma: sí al esfuerzo, sí al mérito y no al "facilismo" y a la "mediocridad". En este sentido me permito mencionar las palabras del doctor René Favaloro, que poco antes de su fallecimiento y refiriéndose a su educación, decía:
"No se consigue nada sin esfuerzo. Así nosotros realmente teníamos que estudiar tremendamente en clase y en nuestras casas, fuera de hora. En esta era en que el facilismo invade muchas áreas, es importante que los jóvenes aprendan que no se llega a nada sin esfuerzo. No existen genios; sí habrá alguno que tenga un poquito más de neuronas que otro, pero si se no pone trabajo, esfuerzo, dedicación y sacrificio, no se llega a ningún lado (...)".
¿Se puede agregar algo más a este mensaje tan contundente? Jesús no rebaja las exigencias, hoy nos invita al esfuerzo y a la superación de uno mismo. Y es así, porque las cosas grandes como el crecimiento en la auténtica humanidad, se consiguen con mucho esfuerzo y sacrificio, tal como nos recordaba el papa Juan Pablo II: "Cuánto más cuesta, más vale". Hay muchos que se creen con derechos casi absolutos a todo, sin hacer nada: "Se acercan a la puerta y reclaman: Señor, Señor ábrenos".
Y muchas veces dicen: "Somos nosotros los que hemos comido y bebido contigo, los que hemos escuchado tus palabras, los que cada fin de semana íbamos a la Iglesia". Sin embargo, la respuesta de Jesús es dura: "No sé quiénes son. No los conozco". La prueba decisiva de ser reconocido como "cristiano", no consiste tan solo en participar de los ritos y celebraciones, aunque sean muy importantes. Fundamentalmente son las obras las que determinan lo que somos, y la prueba decisiva es el servicio a los hermanos y la entrega incondicional al Reino de Dios, luchando por un mundo más justo y más fraterno.
Hace pocos días, el 21 de agosto, celebramos el Día del Catequista. Recordando a San Pío X, la Iglesia reconoce la noble vocación y servicio que brindan muchos hombres y mujeres de hoy. Felicito de todo corazón a todos los que tienen esta misión tan bella de evangelizar, de ir sembrando las semillas de la Palabra de Dios en los corazones de los niños, adolescentes y jóvenes iniciando el proceso de su crecimiento espiritual: "La catequesis es un camino de crecimiento y maduración de la fe en un contexto comunitario- eclesial, que da sentido a la vida".
El acento puesto en lo comunitario es esencial, porque, lamentablemente, muchas veces limitamos la catequesis a la instrucción de niños y su preparación para los sacramentos. Esta tarea sigue siendo necesaria, pero es insuficiente. El verdadero catequista del niño es la comunidad de adultos en la que vive. Si la comunidad no evangeliza, si la familia no evangeliza, todo lo demás está condenado al rotundo fracaso, y de hecho lo es. Ninguna comunidad puede enseñar lo que no vive. Los latinos lo manifiestan con la frase "Verba docent, exempla trajunt": las palabras enseñan, pero los ejemplos arrastran.
Hoy, muchos nos preguntamos: ¿Por qué nuestros niños no perseveran, no se acercan a los sacramentos, no celebran la vida los domingos? Sería sorprendente si lo hicieran cuando los mismos padres no lo hacen. Bien sabemos que la verdad declarada y no testificada, pierde su credibilidad. Pensemos por unos minutos en nuestro modo de ser catequistas, pues todos los cristianos de una u otra forma lo somos.
Una vez más dirijo mis palabras de reconocimiento, agradecimiento y mis más sinceras felicitaciones. Que nos acompañen en nuestra tarea tan bella las palabras que San Pablo un día dirigió a su discípulo Timoteo: "Trata de ser el modelo de los creyentes por tu manera de hablar, tu conducta, tu caridad, tu fe y la pureza de tu vida. Dedícate a la lectura, a la predicación y a la enseñanza. Cuídate de ti y de cómo enseñas; persevera en ello. Si así obras, te salvaras tú y los que te escuchan".