Foto histórica. Jorge Obeid, Néstor Kirchner, Carlos Reutemann, Daniel Scioli y José Manuel de la Sota, en el lanzamiento de la campaña del FPV, en Rosario, el 25 de agosto de 2005. Foto: Archivo El Litoral
Scioli, Massa, De la Sota y Rodríguez Saá recibieron el 80% de los votos válidos afirmativos. La crisis radical y el derrumbe del progresismo. ¿Fin del bipartidismo o de los partidos políticos?

Foto histórica. Jorge Obeid, Néstor Kirchner, Carlos Reutemann, Daniel Scioli y José Manuel de la Sota, en el lanzamiento de la campaña del FPV, en Rosario, el 25 de agosto de 2005. Foto: Archivo El Litoral
Luis Rodrigo
politica@ellitoral.com
Los votos a precandidatos que se identifican con el peronismo -y que la población considera peronistas- superan el 80% de todas las boletas que, el domingo pasado, llenaron las urnas en todo el país.
Son peronistas tres de los cinco precandidatos presidenciales con mejores resultados electorales: Daniel Scioli (8.424.749), Sergio Massa (3.121.589), José Manuel de la Sota (1.403.908), y también -en sexto lugar- el puntano Adolfo Rodríguez Saá (462.304).
En total, 17.475.743 sufragios tienen como aspirante a la Casa Rosada a un afiliado al Partido Justicialista. Y ese número, respecto de 21.936.472, es decir, el total de los votos válidos y afirmativos (sin contar impugnados, recurridos o en blanco) representa nada menos que el 80%.
La crisis del radicalismo -desde la debacle delarruísta de 2001 al presente- y el reciente florecimiento y estrepitoso derrumbe del progresismo, pueden explicar, sólo en parte, el fenómeno. Si se revisa la historia electoral argentina reciente, desde 1983 al presente, se verá que sólo dos comicios presidenciales pueden ser encuadrados dentro de la lógica tradicional del bipartidismo, con el PJ y la UCR como principales animadores. Ambas elecciones (las que ganaron Raúl Alfonsín en 1983 y Carlos Menem en 1989), ocurrieron en una década signada aún por la existencia de partidos políticos fuertes. Y de un sistema democrático que parecía ajustado para siempre al bipartidismo. En los ‘90 todo cambió. También eso.
Números ochentosos
En 1983, la fórmula Raúl Alfonsín-Víctor Martínez llegó al 51,7% de los votos y la de Ítalo Luder- Deolindo Felipe Bittel al 40.16%. Por entonces no era necesario hacer sumas de candidatos peronistas fuera de la boleta del PJ. Ni de radicales díscolos.
Aquella elección, como la que le siguió en 1989 fueron las dos últimas de bipartidismo clásico. El mapa político argentino era sencillo: había dos fuerzas políticas que tenían una estructura de comités y unidades básicas, de dirigentes y cuadros partidarios, y de inserción en el Estado y otras organizaciones sociales -como las universidades y los sindicatos- que alcanzaban a casi toda la sociedad.
En 1989 era peronista apenas el 47,3% de los votos. Carlos Menem (7.953.301) le ganó a Eduardo Angeloz y en total hubo 16.746.257 votos válidos afirmativos.
Si se piensa que luego Álvaro Alsogaray de la Alianza de Centro Democrático se sumó al gobierno peronista de las privatizaciones, también podrían añadirse sus 1.150.603 votos. Así, el voto de lo que luego sería el justicialismo en el poder subiría al 54,4%.
Reelección
En 1995 (tras la reforma del ‘94 acordada por Menem y Alfonsín) fueron peronistas el 81,5% de los votos.
Carlos Menem (8.687.319) fue cómodamente reelecto y José Octavio Bordón (5.095.929), resultó su principal rival electoral. También se anotaron en la oposición el militar golpista Aldo Rico (294.467), peronista y del Movimiento por la Dignidad y la Independencia. Por primera vez buscó la Casa Rosada Fernando “Pino” Solanas (71.620). Así se superaron 14,1 millones de votos sobre 17,3 millones de boletas.
Cuando los radicales quedaron en tercer lugar -su candidato era Horacio Massaccesi (2.956.087)- en la UCR se creyó tocar fondo. No era así.
Explosión
El 24 de octubre de 1999 Fernando de la Rúa (9.167.261) devuelve, con el 48,3% de los votos, a la UCR a la Casa Rosada y se reinstala la idea del bipartidismo y la alternancia.
La explosión de la convertibilidad, la economía y la credibilidad social en los dirigentes políticos cayó con más fuerza sobre el radicalismo que respecto de los dirigentes que reivindicaron otra vez la idea del movimiento, y muy pronto se desembarazaron sin complejos del menemismo.
El peronismo retuvo el 48,5% de los votos con Eduardo Duhalde (7.253.909) y Domingo Cavallo (1.937.556), a quien por entonces era inimaginable suponerlo sumado al gobierno radical.
Excepción
Para el 27 de abril de 2003 las elecciones generales dejarían el país en manos de la segunda minoría electoral, encabezada por Néstor Kirchner (4.312.517). Sólo hubo primera vuelta, porque el candidato con más votos, Menem (4.740.907) renunció al balotaje. Otro justicialista Adolfo Rodríguez Saá (2.735.829), uno de los ex presidentes del período más inestable en la Casa Rosada, haría su primera aparición en el cuarto oscuro.
Los candidatos peronistas sumaron 11.789.253 votos sobre 19.387.895 votos afirmativos, es decir, el 60,6%.
Ese año, por primera vez desde el regreso del sistema democrático, no hubo ninguna boleta con la sigla PJ, como si fueran los tiempos de la proscripción (de 1955 hasta 1973).
Transversalidad
En 2007, el kirchnerismo ya en el poder fundó la etapa de la “transversalidad” y creó radicales K, socialistas K y hasta aristas K. El radicalismo le respondió con un candidato presidencial peronista, portador de los derechos de autor del plan económico que permitió salir de pozo: Roberto Lavagna.
La presidente Cristina Fernández de Kirchner logró ser electa y suceder a su esposo sin conceder ninguna entrevista periodística.
Por entonces, casi todos los candidatos con votos provenían del peronismo, que sumaron el 28 de octubre, el 72,7% de los votos. Cristina (8.651.066), Lavagna (3.229.648), Rodríguez Saá (1.458.955), Pino Solanas (301.265) y Jorge Sobisch (268.255) estuvieron en el cuarto oscuro. Si se descuentan los votos al economista justicialista (hoy con Sergio Massa) porque iba en la boleta de la UCR, la suma caería al 57%.
Reelección II
La presidente (11.865.055) logró, cuatro años atrás, su segundo mandato con el 54,11% de los votos. Y muy atrás quedaron otras dos fuerzas políticas, cuyos números de entonces contrastan con los actuales: Hermes Binner, por el progresismo expresado en el FAP, sumaba 3.684.970 votos y el radicalismo, con Ricardo Alfonsín, 2.443.016.
La suma de los candidatos peronistas a la Casa Rosada daba, en la elección general de 2011, el 67%. Sobre 21.927.282 sufragios afirmativos, hubo 14.896.239 para seguidores de la doctrina justicialista. También estuvieron en carrera Alberto Rodríguez Saá (1.745.354) y Eduardo Duhade (1.285.830).
¿Votos de ...?
Ese año se estrenaron en el país las Paso, un sistema que ya había sido utilizado en Santa Fe. Vale la pena comparar qué pasó entre las Primarias y las Generales: la presidente subió del 10,7 millones de votos a 11,8. Binner dejó el tercer lugar y pasó al segundo, al desplazar a Alfonsín (h) y crecer de 2,1 a 3,6%. No lo hizo a expensas del radical (que perdió unos 200 mil sufragios) sino -sobre todo- de Duhalde que en primera vuelta tenía 2,5 millones de votos y bajó a 1,2. En cambio, los votos al puntano se repitieron casi matemáticamente.
La dudosa fidelidad de los electores, dentro y fuera del peronismo, debería imponer el uso de la expresión “votos a ....” en lugar de “votos de ...”.
análisis por L.R. El mito del movimiento Un repaso liviano de los procesos electorales, desde 1983, facilita la lectura sobre el último comicio presidencial. Y lo primero que debe advertirse es que el sistema electoral vigente -las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias-, le permiten al peronismo seleccionar sus candidatos de la forma que mejor se acomoda a su declamada condición de “movimiento”. A los radicales y sus descendientes varios, la tradición orgánica partidaria les reclama en cambio una coherencia que -no pocas veces- luce insostenible. El caso más claro son las declaraciones de esta semana de varios dirigentes radicales locales que, para disgusto de otros radicales, han dicho que obedecerán lo dispuesto por su partido y que votarán a Mauricio Macri. Esa concepción partidaria, y sobre todo orgánica, es menos voluble (pero más vulnerable) que el pragmatismo peronista, que sí se dobla, rompe, contrae y extiende pero al final del camino se une, entre lealtades y traiciones, por la vía del ejercicio del poder. Otro ejemplo local de esto último: con la misma pasión que los dirigentes de UPCN llevaron sus candidatos al PRO en la elección provincial, ahora vuelven al PJ con su apoyo a Scioli. Del amarillo al naranja sin ponerse colorados. A nivel nacional, Scioli pasó de ser el blanco de las diatribas K al pedestal de los elogios del kirchnerismo, antes y después de convertirse en el único candidato del oficialismo en las Paso, cuando el gobernador bonaerense y la presidente pactaron la unidad. El mito del movimiento funciona. Y para quienes lo reivindican no es reprochable cambiar de vereda, según donde caliente el sol. La concepción “movimientista” pretende cubrir que formen filas en el partido incluso los actores económicos en pugna. Es el sueño de la mayoría hecha totalidad, una verdadera pesadilla, expresada por el propio Perón al decir -nada en broma- que “peronistas, somos todos”. Del lado del radicalismo, se consolida la idea de que importa más la interna que el poder. Mito o no, son los propios radicales quienes parecen creerlo. politica@ellitoral.com




