Julio Migno: escritor criollista argentino (Ma. Luciana Bertucci Zanin)
Una obra literaria con deriva musical
Julio Migno ha diseñado una literatura que resulta musical porque eligió el verso para contar historias tomadas de su terruño y esa característica constitutiva, la hizo apta de apropiación por parte del cancionero.
Un 5 de diciembre del año 1993 fallece en Santa Fe el escritor Julio Migno, nacido en San Javier, localidad costera del norte santafesino, en 1915. Su figura suele asociarse con la canción popular santafesina ya que la primera difusión de su obra fue oral, a través del recitado del propio autor (en escenarios y programas radiales santafesinos) y después, por medio de la música folklórica. Julio Migno ha diseñado una literatura que resulta musical porque eligió el verso para contar historias tomadas de su terruño y esa característica constitutiva, la hizo apta de apropiación por parte del cancionero; de manera que buena parte de su obra terminó convertida en letras que se difundieron rápida y ampliamente. Como es natural y como ha sucedido con los grandes poetas, las canciones resultantes comenzaron a tomar vuelo y vida propia hasta llegar a la actualidad, de modo que los temas popularmente conocidos muchas veces pierden la relación o identificación con la fuente u obra literaria mayor a la cual pertenecen. “Chasque para la costa” o “Si tenés cachorro” no son propiamente letras sino que se trata, en su origen, de dos fragmentos tomados de la obra Chira Molina. El primero es el canto introductorio a cargo de un narrador-personaje que es poeta y cantor del pago que ofrece su oficio a la “patrona” que es laMama-Costa(“Yo tengo un oficio, patrona, platero”) y el segundo, corresponde a una larga tirada de versos puesta en boca del personaje de Don Balta, un viejo guitarrero y cantor, que se dispone a recitar (“en este punto se oyó / suspiro de hembra en la rueda”) el poema-himno (bautismal) al hijo costero (“Si tenés cachorro -Dios te lo conserve- llevalo a tu río...”). El escritor santafesino también ha aportado algunas letras para el cancionero (“Costera mi costerita” o “Punta Cayastá”, en colaboración con músicos de la provincia) pero no están incluidas en las publicaciones de su obra. Si se identifica la imagen de Julio Migno solamente con la de su faceta de compositor de música popular, se puede llegar a perder de vista la verdadera dimensión de su personalidad que es, ante todo, la de ser un escritor de obras literarias completas.
Chira Molina o “El Martín Fierro de la Costa” como se ha dado en llamar la obra de Migno por su parecido con el clásico de José Hernández (aunque con notables diferencias y renovaciones) consiste en una narrativa en versos basada en la historia de un personaje real, un criollo de San Javier acusado y perseguido injustamente por la policía. La obra, publicada en 1952, puede considerarse como el mayor logro de Julio Migno dentro de su producción criollista que abarca los siguientes títulos publicados: Amargas Camperas (1943) -con antecedente (temático) en A los nuestros (1932)-, Yerbagüena, el mielero (1947) -obra por la cual el autor recibió reconocimiento nacional e internacional- y Miquichises (1972), libro que cierra el ciclo criollo y que concentra los mayores poemas dedicados al aborigen de San Javier. Julio Migno también tiene publicadas dos antologías (Cardos y Estrellas, 1955, y De Palo a Pique, 1966) y, fuera de la propuesta criollista, la obra Summa poética (1987) de corte más clásico y enfoque universalista. Por último, La rebelión del canto es el volumen que, aparecido (póstumo) en el año 2003, reúne sus “poesías completas”. Además, el escritor cuenta con otras obras que aún permanecen inéditas.
Muchas veces criticado, el escritor sanjavierino era consciente de sus posibilidades así como de sus limitaciones y no fue ingenuo al proponer una literatura criollista en pleno siglo XX. Como hombre atento y sensible que era, quiso poetizar la forma de vivir, las penas, las humillaciones, el sometimiento, la pobreza, así como las pequeñas alegrías y esperanzas de hombres y mujeres del pueblo de su infancia. Pensó que recuperando sus historias podría expresar, acaso, las miserias y los padecimientos de la humanidad porque, como él mismo declaró: “escuchar los sones de los cantos nativos, cada uno en su aldea, es preparar las estrofas que formarán el poema nacional (...) reconociendo en agua, tierra, viento y cielo, el himno total de América”.
La figura de Julio Migno podría ser recordada como la del autor de aquel poema del tontoyogo que entona en mocoví-paisano el aborigen del siglo XX para pedirle al Santo “del color del pago” que se acuerde del indio:
Tarará.. griyito cri-cri, tambora y violín, tambora y violín... tarará corriendo shipiac, comiendo amanic, comiendo aman..
Y también, como la del escritor de la tragedia del último criollo que ni en sueños descansa y que va a “esconder su dolor” a una isla para morir en brazos de su mejor amigo:
Dame la mano, Chabango... Costa... Costa..., Libertad... (...) Y flor de sangre prendió en la guitarra el ceibal. Silencio... llanto y lamento del Paraná con el viento que se ha largao... a cantar.
Se podría identificar su nombre con el del creador de “la Rosa-Celeste”, mujer que da la vida por la libertad del hombre que quiere y muere “desgajada” en un grito para “florecer” a la leyenda: Mirenla sanjavieleros:
esa es la Gabriela Vargas dormida sobre su río florcita de amor en l’agua.
Julio Migno identificaría al artista de tantas inolvidables imágenes como la de las manos de una madre que “vinchan” la “frente morena” de su hijo que yace muerto sobre la tierra:
Manos que ya conocía vinchan su frente morena, y al descolgarse el jinete del sol, en la tarde muerta, bronce con bronce se funden el Chira y doña Mamerta.
Seguramente se lo recordará como el escritor del San Javier personificado en un hombre que “tenía azules los ojos como florcitas del salvia”, que cuando murió nadie lo pudo ver porque “‘taba el sol alto” y entonces “parece cuento” pero “el mielero” “tenía yenas de pájaros las manos”:
...tenía sembrao de pájaros el pecho, y era un canto hecho cruz sobre los pastos estaquiao a cien picos contra el suelo; con dos calandrias que tomaban agua dende los charcos de sus ojos güenos; con yuntas de torcazas que buscaban la miel del corazón abriendo el pecho, y con enjambre camatá en los labios buscando flores de canción y acentos;
Y por fin, la figura del popular “poeta de la costa”, acaso podría ser asociada al del escritor criollista que ha aportado a la literatura argentina una nueva estampa: la de un moreno que “nació” cuando “la noche se le jué encima”, “tamplao justito” “para décimas y misterios”. Un payador de raza que “tenía rosas y estrellas en la punta de los dedos” porque había heredado la sangre “de contrapunto” desde Martín Fierro pero que era “manso”, “triste”, “sufrido” y bueno:
Ansí tiene que haber sido San Baltasar que en enero, le enllena de cascabeles las almas a los morenos.
Es justo que el nombre de Julio Migno, a 26 años de desaparición física, sea actualizado como el del artista que ha diseñado una poética que acaso haya superado sus propias intenciones. El escritor santafesino ha dado imágenes y metáforas que llaman la atención sobre su nombre y nos ha entregado verdaderos pasajes de un romancero criollo que le dan belleza, color, movimiento, emoción y originalidad a una obra literaria que merece más atención y reconocimiento por parte de la literatura y de los lectores argentinos.
Julio Migno ha diseñado una literatura que resulta musical porque eligió el verso para contar historias tomadas de su terruño y esa característica constitutiva, la hizo apta de apropiación por parte del cancionero; de manera que buena parte de su obra terminó convertida en letras que se difundieron rápida y ampliamente.
Como hombre atento y sensible que era, quiso poetizar la forma de vivir, las penas, las humillaciones, el sometimiento, la pobreza, así como las pequeñas alegrías y esperanzas de hombres y mujeres del pueblo de su infancia.
(*) Profesora en Letras. Maestría en Literatura Argentina, Facultad de Humanidades y Artes, UNR