Gabriel “Puma” Goity vive un presente de éxito: por un lado, recorre los escenarios del país con “Cyrano”, puesta del “Cyrano de Bergerac” de Edmond Rostand con traducción, adaptación y dirección de Willy Landin; con esa puesta arrancó en el teatro San Martín (el mismo donde decidió un destino tras ver a Ernesto Bianco en el personaje), fue al Teatro Tronador de Mar del Plata, regresó al capitalino Teatro Alvear y planea una gira nacional. Por el otro, se luce en la pantalla de Disney + como el abogado Matías Zambrano, antagonista de Eliseo Basurto (Guillermo Francella) en “ “El encargado”, que ya promete una cuarta temporada.
De paso por Santa Fe, el actor conversó con El Litoral sobre su vocación, su forma de trabajar y su actualidad.
“A los clásicos hay que hacerlos bien; si lo hacés mal es un bodrio, sí, pero no es que es un bodrio el clásico, es cómo lo hiciste”. Foto: Delfina NicolaAquel clásico
-Cyrano ha sido un personaje decisivo en tu vida, desde aquel impacto que te provocó ver el “Cyrano” de Ernesto Bianco; y por tu abuelo, te dio un empujón hacia la carrera.
-Mi abuelo (Modesto Boris, catalán) era siempre el promotor de este tipo de programas: la buena lectura, la buena música ir a los museos. Somos cuatro hermanos, cada fin de semana le tocaba uno y él te llevaba a Capital; porque nosotros vivíamos en Palomar, provincia de Buenos Aires. Ir a capital era el gran programa, y yo nunca había ido al teatro todavía. Siempre me decía que me iba a llevar al teatro. A mí me gustaba mucho Ernesto Bianco, lo miraba en televisión: yo le decía “A mí me gusta ese flaco”.
Un día me dijo: “Ese flaco se llama Ernesto Bianco, y ahora está haciendo un clásico, ‘Cyrano de Bergerac’”. Me llevó al teatro empujado por eso, y dije: “Ah, sí, me gusta ese actor, me divierte mucho”.
-¿Qué estaba haciendo en televisión?
-Yo lo tenía de “Mi cuñado”, con Osvaldo Miranda, estoy hablando de los 70 y pico, había trabajado con (Alberto) Olmedo también. Aprovechó mi abuelo para hacer la conexión; fue la primera obra que vi, y me impactó todo; pero sobre todo me quedé enamorado del personaje, incluso le dije a mi abuelo: “Quiero ser Cyrano”; no es que le dije que quería ser actor. Y él me contestó: “Bueno, para eso tenés que ser actor”.
Y ahí empezó de alguna manera la semillita. Fui a estudiar teatro para ser Cyrano; después me encariñé con el teatro, con los autores, conocí todo ese universo teatral que me enamoró. Siempre estaba esta obra como como leit motiv de mi vocación.
Me llegó la oportunidad a partir de cosas que se fueron dando. Las hijas de Bianco (Ingrid Pelicori e Irina Alonso), cuando escribieron el libro en homenaje a su padre, me convocaron en la época de la pandemia para que contara esta anécdota: “Sabemos que sos actor por papá, de alguna manera, si querés participar en el libro...”, con eso yo ya estaba feliz.
El libro gustó tanto que se hizo un documental; me dijeron: “¿Qué te parece si la anécdota que nos contaste, además de estar en el libro, lo hacemos audiovisual? Lo hacemos en la sala Coronado, donde lo viste a papá, te sentás donde te sentaste con tu abuelo; y, si te parece, improvisá algo en el escenario: el final de ‘Cyrano’ o lo que vos quieras”.
Me pareció extraordinario: “Es un regalo hermoso el que me hacés, qué gloria más grande”. Fuimos a la sala Coronado, me senté donde había estado con mi abuelo, y me emocionó tanto que terminamos improvisando el final de “Cyrano” con las hijas de Bianco. Fue el último escenario que pisó Bianco, porque él murió haciendo el “Cyrano”: terminó la función de sábado, y cuando fue a dormir la siesta para hacer el domingo, no se despertó más.
Fue todo muy emocionante y está filmado: yo termino abrazado a las hijas de Bianco al final, y en un momento les digo a las chicas: “¿Quién dirige este teatro?”, e Irina contesta: “Gabriela Ricardi”. De ahí me fui a verla, a exigirle hacer el “Cyrano de Bergerac” de alguna manera (risas).
Justo me habían nombrado, porque Guillermo Francella había ido al San Martín: el tampoco había trabajado ahí y tenía ganas de hacerlo. Tiró mi nombre para algo conmigo; a Guillermo le habían ofrecido el Cyrano, dentro de un montón de obras que le ofrecieron.
Lo llamé y le dije: “Te ofrecieron Cyrano?”. “No, mi amor, me ofrecieron varias obras”.
-Sí, somo amigos de hace 40 años. También gracias a Gabriela Ricardi (hoy ministra de Cultura Buenos Aires) que le pareció bien hacer este tipo de obras que hace mucho que no se hacían: teatro de repertorio clásico.
“Sigo actuando con las mismas ganas (o más) que cuando tenía 18 años, porque me encanta esto; y obviamente que los que laburan conmigo tienen que sentir igual”. Foto: Delfina NicolaFenómeno
-Condicionados además por el peso que tenía que una generación se acordaba de la puesta con Bianco.
-Totalmente. Aparte porque es una gran obra de teatro. Lo que pasa es que a los clásicos hay que hacerlos bien; si lo hacés mal es un bodrio, sí, pero no es que es un bodrio el clásico, es cómo lo hiciste. Shakespeare no es aburrido, vos lo hiciste aburrido. La guitarra es un buen instrumento, depende quién lo toque: si toca Paco de Lucía te va a encantar la guitarra.
A los 17 años yo era un chico que nunca había escuchado un verso alejandrino, y quedé extasiado de la belleza del texto, de la situación, de lo que significa Cyrano. Es una obra sumamente popular de un idealista, un tipo que defiende los valores, a sus amigos, las causas; un tipo noble, contra la corrupción, y defiende el amor de sus amigos. ¿Cómo no te va a gustar eso? Me di el gusto, 40 y pico de años después, de estrenarla en esa misma sala, en ese mismo escenario.
Dentro de lo que es el teatro oficial, todos sabemos que las temporadas son de (como mucho) tres meses; superó las expectativas de propios y extraños, el principal sorprendido fui yo.
El suceso que produjo devino en que se extendió la temporada, vamos a cumplir dos años. Algo increíble es que el San Martín vaya a Mar del Plata, porque las veces que hubo una temporada del San Martín en Mar del Plata fue Alfredo Alcón con “Hamlet”, que tampoco se quedaba todo el tiempo. Nosotros estuvimos desde octubre hasta Semana Santa: 160.000 espectadores, cumplimos 200 funciones.
-¿En qué momento te diste cuenta de que era algo fuera de lo común?
-Creo que no me di cuenta. Lo hago con un amor grande, voy viendo lo que está pasando, función a función. Me doy cuenta cuando salís y ves esa ovación a partir de cómo se siente la gente conmovida en todo sentido. Porque hoy el espectador está “acostumbrado”, a puestas donde ves a los actores con el mismo vestuario, o que dicen “este es así”; o que hablan siempre de lo mismo, los matrimonios que se pelean...
-Obras de cuatro obras de cuatro personajes.
-Acá somos 40 en el escenario; hay cinco músicos, vestuario del Colón, base de escenografía. El agradecimiento es para la coproducción, porque es el San Martín junto con la producción privada de Marcelo González, que es el valiente que se anima a llevarnos a Mar del Plata y a sacarnos de gira. En las primeras charlas le dije: “Yo encantado, siempre y cuando salimos todos. Si no, no tiene sentido”.
-Y salir de gira nacional es otra locura.
Una locura total: imagínate que vienen tres camiones, es un circo. Pero es una gran obra de teatro, una obra que es un antes y un después. A veces te preguntan: “¿Cuánto dura la obra?”. Dura toda la vida, porque la ves y te acordás toda la vida. No es una obra más, no es que “ay, me entretuve”; las pelotas te entretenés: te voy a romper la cabeza y el corazón, y te vas a acordar toda la vida,
Porque hay obras de teatro que vos las ves y a la segunda baldosa que pisaste ya no te acordás ni lo que viste. Esto es una experiencia, y así actuamos; siempre dije: “Esto es teatro: es hoy y no sé qué pasa mañana”. Bianco la hizo, se murió, no la viste más, te la perdiste. Esto es lo mismo: tenemos que salir como si fuera la última función. Es la concepción del espectáculo; el que no lo entienda así, se va.
-Toda función puede ser la última.
-Exacto. Vamos a hacer la última función de nuestras vidas. Porque aparte la única manera de encarar una obra así. Para actuar en un “Cyrano” no te alcanza conseguir un tipo simpático, tener oficio como actor, el lugar de confort y tener seguidores. Acá tenés que trabajar, estudiar, romperte el culo, emocionar, y darles vida a esos vestuarios del siglo XVII.
Este tipo de teatro no es para cualquiera. Eso es lo que me pasó a mí cuando lo vi a Bianco; pensé: “¿Este tipo la hace mañana esta obra otra vez?”.
“No sé si el elenco de “Cyrano” es el mejor del mundo. Son todos amigos míos, significa que van a dejar la vida todos: eso sí te puedo garantizar”, remarca Goity. Foto: Delfina NicolaDel mar a las tablas
-Aquel adolescente soñaba con ser marino mercante. ¿Cómo ganó el actor?
-Me ganó porque me fue mal en el examen de ingreso. Fui a presentarme a la Marina Mercante; me gustaba la idea de viajar, de tomarme un barco; y la soledad, y la cuestión romántica de la de la navegación Me atraía era mucho eso, la introspección.
-¿Qué habías leído como sentirte así?
-No había leído nada específicamente; “Moby Dick”, me pareció extraordinario, el capitán Ahab. Pero más allá de eso me imaginaba que dentro de un barco podía estar tranquilo, conectado conmigo, leyendo, todo el todo lo que es lo romántico de un viaje. Contra esa vocación chocó la matemática conmigo; mi poca pericia con la matemática hizo que el examen de ingreso fuera un fracaso absoluto. Ahí se hundieron mis esperanzas de ser marino.
-Lo cual demuestra que para ser marino hay que saber matemática, no es Rodrigo de Triana saltando desde el mástil.
-Por lo menos en esa época sí, había que saber cálculo náutico; bueno, no era lo mío.
-¿Cómo fue empezar a estudiar? ¿Pensaste o no en vivir de este oficio? ¿En gustarle a alguien, al público, a los compañeros? ¿Qué daba más vértigo?
-Hacerle caso a lo que a mí me gustaba. Lo de la aprobación sí, uno siempre de alguna manera la busca, pero no era lo más importante. Lo importante era si es “esto es lo que a mí me gusta”. Cuando di el examen en la Escuela Nacional de Arte Dramático y me aceptaron, de verdad sentí que había llegado. Había llegado a un lugar donde estaba mi manada: “Está mi gente acá”. “Esto me encanta”. Ahí descubrí que más allá de “Cyrano” me gustaba ese mundo teatral, los personajes, y volcar todo eso. Ahí me sentí en mi casa, en mi lugar.
De llegar a vivir de esto no: me conformaba con tener mi trabajito y hacer teatro a la noche; con eso ya me sentía una persona feliz, No es que estaba pidiendo el reconocimiento. Hoy me parece una irresponsabilidad creer que podés vivir como actor: aquel boludo que cree que puede vivir como actor eres un pelotudo. Siempre me pareció que era una irresponsabilidad, falta de madurez, pensar que vos podés vivir como “artista”, o la vida artística. Porque aparte la mejor manera de crear y demás es tener resuelto lo económico.
Me ocupé de eso y, sin pensar en vivir de mi vocación, se me entró a dar; sin buscarlo definitivamente. Tenía mis trabajos, hacía teatro y esos personajes que yo hacía, esas obras, se comentaban. Hasta que me empezaron a ofrecer la posibilidad de ser remunerado a partir del teatro oficial: el San Martín, el Cervantes, los primeros sueldos fueron esos.
Y después la televisión y demás, que vino también consecuencia de mis trabajos teatrales. La televisión me vino a buscar a mí, yo no fui a buscar la televisión.
Goity en la piel (y la nariz) del personaje que soñó interpretar desde los 17 años. Foto: Gentileza CTBA / Carlos FurmanReconocimiento
-¿Cómo fue ese momento en que pensaste: “Che, esto se está se está convirtiendo en algo más”?
-Un problema maravilloso: “¿Qué hago? ¿Dejo de vender rulemanes y apuesto a seguir esto?”. Pero nunca me la creí en eso.
-Si hay que volver al rulemán...
-Sí, totalmente: mi oficio para laburar era hermoso: me gustaba trabajar de mozo. Lo tenía ahí para para resolver. O lo que sea.
-Siempre dijiste que la fama por sí misma no te interesaba. Pero llegó, por ejemplo, con “Los Roldán”, que fue un salto de reconocimiento en la calle. ¿Cómo lo viviste?
-Paulatinamente: no estaba pendiente de eso. Siempre estuve pendiente de hacer los mejores personajes que pude hacer.
Creo que todo es una sumatoria; cuando empezás a tener continuidad: “Ah, mirá”. O te reconocen con el protagonista del programa: hice una tira con German Kraus y me llamaban: “¿Qué hacés, German Kraus?”, porque era protagonista. La consagración sería cuando dicen “Goity”, ya saben que soy yo; si me dicen “Puma” ya soy familiar. Pero me llevó 50 años.
Nunca le presté atención a eso, simplemente por una cuestión lógica: “Hacé tu trabajo y lo demás no depende de vos”. Ocupate a hacer un buen laburo: hacé un buen pan y después comentarán si el pan tuyo es rico. Y lo hago porque me gusta, no porque estoy esperando el reconocimiento. Nunca laburé por eso, laburé por gusto personal. A veces pasa que te gusta a vos y el público no lo acepta; está bien, pero por lo menos tenés la tranquilidad de decir: “Es lo que yo aposté, a mí sí me gusta”.
-A veces la realidad te dice: “Ya está, no la hagas más”:
-Está bien, no hay que ser necio tampoco: tampoco la pasás bien si no viene nadie; el teatro en definitiva es para que venga gente.
-Viene un señor y te dice: “Esta es la última función”.
-Claro: “No te voy a alquilar más, a vos te gustará mucho pero tampoco hay que ser tan pelotudo”. Pero gracias a Dios no me puedo quejar, siempre hice una carrera que me fue muy bien: más, menos.
“Siempre me pareció que era una irresponsabilidad, falta de madurez, pensar que vos podés vivir como ‘artista’, o la vida artística”, afirma, agradecido de lo conseguido. Foto: Delfina NicolaÉtica laboral
-Una cosa que colegas o productores que han trabajado con vos destacan esto de ponerte la compañía al hombro, y ser también el motivador de los grupos humanos ¿Cómo se fue forjando eso? ¿Siempre fuiste así o se fue desarrollando con el tiempo, desde ser actor de reparto a ser protagonista?
-Porque siempre fui protagonista: aunque sea de reparto, yo soy protagonista. Nunca pensé como “de reparto”, aunque hacía personajes de reparto, o aunque hacía bolo. Aunque tuviera que decir “la mesa está servida” yo era protagonista.
-En ese momento sos el protagonista.
-Sí, absolutamente. Respetando obviamente a lo que corresponda al reparto; pero nunca me puse en “soy uno más”, ni en pedo. No: mi trabajo lo vas a ver, y me voy a hacer respetar. Es así: jerarquizar tu trabajo, jerarquizar tu personaje.
Ser cabeza de compañía yo me lo gané: nadie me regaló nada, y es mi mayor orgullo. Y no es que esto me genera resentimiento: no, con orgullo lo digo. No es para resentirte: “No, porque yo empecé de abajo”. Sentirte orgulloso, boludo. “No, porque a mí nadie me ayudó”. Qué suerte que nadie te ayudó; a mí tampoco, boludo, y es mayor orgullo y lo que más felicidad me da. Soy hijo de un militar, así que no me jodan con que el ambiente es jodido: yo vengo de bajo cero, a mí que no me rompan los huevos.
No tuve ningún pariente, amigo, ni contacto. Las pelotas: empecé pasando la gorra en las plazas, así que a mí no me hablen. Lo hice con pasión, con ganas y me lo gané. Me gané la cinta de capitán y la 10. Hablo de un lugar que para discutir conmigo tenés que argumentarme bien: soy el primero en llegar un ensayo y el último en irme. Soy el primero en saber la letra; para discutir conmigo de esto tenés que saber, ojo. Y si no, te vas.
Mi mayor orgullo es que hice todas las inferiores, y las sigo haciendo. Y sigo actuando con las mismas ganas (o más) que cuando tenía 18 años, porque me encanta esto; y obviamente que los que laburan conmigo tienen que sentir igual. Y si no, disimulalo: si no sentís igual, tratá de que yo no me dé cuenta.
-Sí, porque si no, no podemos laburar juntos. No sé si el elenco de “Cyrano” es el mejor del mundo. Son todos amigos míos, significa que van a dejar la vida todos: eso sí te puedo garantizar. Quedate tranquilo que mis amigos salen a matar.
-En “El encargado” interpretás al abogado Matías Zambrano, que es muy diferente a la exuberancia de “Cyrano”. ¿Cómo se trabajan esos diferentes registros?
-Es el trabajo hermoso de ser actor. Cuando sos actor, y tenés esa suerte y esa posibilidad, es hermoso. A mí me lo que más me gusta es eso: hacer diferentes personajes, siempre lo hice y lo hago. Tener esta posibilidad de hacer un clásico, por un lado, y un Zambrano, es la gloria más grande que puede existir para mí: es un premio en sí mismo.
-¿Cómo fue la experiencia de “El encargado”?
-Espectacular: no solamente el hecho de trabajar con Guillermo, que siente igual que yo. Francella es igual: es el primero en llegar y el último en irse; se sabe tu letra, la del otro. Guillermo trabaja como si tuviera deudas, una hipoteca.
Te quieren implementar que el trabajo es malo, que el trabajo es por guita. No, el trabajo se hace por pasión, y es 7 x 24. ¿Querés que te vaya bien? 7 x 24. Si vos estás pensando en un laburo, “cuándo tengo descanso, cuándo voy de vacaciones", seguro que no te va a ir bien. Si ya estás pensando “cuándo tengo vacaciones”, estamos en un problema.
Lo he hecho siempre esto, laburando de cosas que no eran mi vocación; imagínate ahora que estoy con la mía. Hay que dignificar tu trabajo, darle jerarquía a tu trabajo. Esa me parece que es la clave.
“Ser cabeza de compañía yo me lo gané: nadie me regaló nada, y es mi mayor orgullo. soy el primero en llegar un ensayo y el último en irme. Soy el primero en saber la letra”. Foto: Delfina NicolaFuturo promisorio
-Siempre hacer proyectos en Argentina es temerario: entre el deseo y la Argentina... Voy día a día, como diría Reinaldo Merlo, paso a paso. Pero se vislumbran cosas muy buenas: el “Cyrano” viene navegando extraordinariamente, hay posibilidades de seguir esto; tal vez volver a Mar de Plata. Hay una película si Dios quiere en octubre. Acabamos de terminar “El encargado” 4 la semana pasada.
-Es de destacar la ausencia de la ficción en la en la televisión abierta.
-Eso ya es una concepción que es mundial: hay muy poca ficción, y las pocas que hay compran latas turcas. No sé si seguirá habiendo, porque no veo mucha televisión de aire. Pero están las plataformas: hay que estar ahí: es mucho mejor que la televisión de aire, porque son para el mundo.
Ahí tenemos una posibilidad muy importante a partir de “El Eternauta”, a partir de nosotros con “El encargado”, del programa que está haciendo Griselda Siciliani (“Envidiosa”): esas son muy buenas posibilidades para la ficción argentina, porque la están viendo en el mundo, y estamos volviendo a ocupar un espacio que supimos perder.
-Lo tuvimos y lo perdimos.
-Lo perdimos nosotros: el traidor no está fuera, está dentro. Tenemos otra posibilidad en las plataformas mucho más fuerte que la televisión de aire; tenemos que apostar ahí, a la excelencia, y a que en el exterior nos digan: “Mirá qué buenos que son los productos argentinos”. Bueno, para eso hay que romperse el ojete, hay que poner huevos, no hay que victimizarse. Poner lo que hay que poner y mostrarles que somos realmente muy buenos de verdad. Pero para eso hay que poner el cuerpito.
-Si tuvieras que darle un consejo a aquel pibe de El Palomar que pensaba en los barcos y un día descubrió el escenario, ¿qué le dirías?
-“Poné el cuerpo, pibe, seguí”. No me gusta la palabra consejo. “No te quedes en tu casa. Salí, mové el orto”. Porque la vida es corta, y es larga también: hay mucha gente que está: “Ay, sí, me quiero jubilar”; después se quieren romper los huevos contra la pared, porque no saben qué carajo hacer el resto del día.
Poné el cuerpito, presenten batalla. No se queden y no se victimicen: la cultura de victimización es una mierda. No esperes nada, andá a buscar. Sé protagonista de tu vida, no seas actor de reparto en tu propia vida.