La arquitectura del cuidado no solo resuelve flujos, sino que imagina espacios que abrazan al ser humano, recordando su dignidad y singularidad.

Los siguientes ejemplos de arquitectura pensada y proyectada para sanar fueron anticipados en nuestra primera entrega sobre este tema, publicada en la edición del 9 de octubre de 2025.
1) El hospital de Le Corbusier en Venecia (1965): lo no construido como manifiesto. Hay proyectos que, aun sin haberse concretado todavía, habitan la historia como si estuvieran vivos. El hospital proyectado por Charles-Édouard Jeanneret-Gris (más conocido como Le Corbusier) para la isla de San Giobbe, en Venecia, es uno de ellos.
Diseñado en los últimos años de su vida, este hospital horizontal, sinuoso y abierto al paisaje constituye un manifiesto radical: frente a la tipología vertical y aséptica de los hospitales modernos, Le Corbusier propone un cuerpo arquitectónico que fluye como un río de cuidados, acompañando la forma del terreno, del agua, de la luz.
Lo más sorprendente del proyecto es su rechazo a la monumentalidad institucional. El hospital no se impone; se inscribe con delicadeza. Está compuesto por pabellones interconectados, rodeados de jardines interiores, patios y corredores exteriores.
La planta es casi laberíntica, pero nunca caótica: responde a una lógica orgánica, donde cada parte encuentra su lugar en relación con el todo. La arquitectura aquí no es una máquina para curar, sino una morada para sanar.
El Modulor -su célebre sistema de proporciones humanas- reaparece como medida ética del espacio. Todo está pensado desde el cuerpo: la altura de los pasillos, la disposición de las camas, la orientación solar. Le Corbusier no proyecta para el diagnóstico, sino para la vida que se recupera lentamente.
Por eso este hospital, aun no edificado, sigue siendo una referencia para quienes creemos que el espacio también puede ser medicina. En cierto sentido, su no construcción lo vuelve aún más elocuente: una utopía de la ternura que la historia no quiso concretar, pero que la arquitectura sigue necesitando.
2) El Maggie's Centre, Dundee (2003), de Frank Gehry: el consuelo como arquitectura. Muy lejos de los grandes hospitales públicos, el Maggie's Centre de Dundee -uno de los muchos centros de atención para pacientes oncológicos fundados por Maggie Keswick Jencks en el Reino Unido- representa otra forma de cuidar: más íntima, más cotidiana, más poética.
Diseñado por Frank Gehry en colaboración directa con Maggie antes de su muerte, este pequeño edificio encarna una revolución silenciosa: quitarle al espacio de salud su cara institucional, devolverle la escala del hogar.
Aquí no hay pasillos infinitos, ni salas de espera despersonalizadas, ni mobiliario frío. En su lugar, hay una cocina abierta donde los pacientes pueden servirse un té, una biblioteca luminosa, rincones para conversar o simplemente estar. El espacio no cura, pero acompaña.
Y eso - cuando el cuerpo se ve atravesado por el dolor - es también una forma de sanar. Gehry, reconocido por sus formas escultóricas, en este caso se vuelve humilde. Diseña una casa blanca, luminosa, con techos inclinados que parecen abrazar el cielo escocés.
El jardín circundante es parte esencial del proyecto: no como adorno, sino como entorno terapéutico. La naturaleza aquí no es un paisaje, sino una presencia. Este centro nos recuerda que la arquitectura no necesita grandes presupuestos ni alardes formales para ser profundamente humana.
Solo necesita estar atenta. Maggie decía que lo más importante era que las personas se sintieran bienvenidas. Y en ese gesto, tan sencillo como esencial, reside la verdadera dignidad del cuidado.
3) El Pabellón Oncológico de Sant Pau, Barcelona (2018): naturaleza, tecnología y humanidad. El Pabellón Oncológico del Hospital de la Santa Creu i Sant Pau, en la Ciudad Condal, es un ejemplo contemporáneo que sintetiza lo mejor de la arquitectura sanitaria actual: respeto ambiental, innovación técnica y enfoque centrado en la persona.
Diseñado por el estudio PICHarchitects, este edificio demuestra que el cuidado puede ser, también, una cuestión ecológica y estética. El pabellón se organiza alrededor de patios ajardinados, donde el verde entra en diálogo con el edificio, ofreciendo calma, sombra, oxígeno y belleza.
Las fachadas responden a criterios bioclimáticos, con sistemas de ventilación natural y protección solar inteligente. Los materiales son amables, cálidos al tacto y a la vista. Nada aquí remite al imaginario hospitalario clásico: ni frialdad, ni anonimato, ni rigidez. Los arquitectos trabajaron codo a codo con los equipos médicos y los futuros usuarios, escuchando sus necesidades reales.
Se diseñaron espacios de consulta que permiten intimidad sin aislamiento, salas de espera con vistas naturales, recorridos intuitivos, señalética clara, y sobre todo, una atmósfera de respeto. No hay grandilocuencia, pero sí belleza silenciosa.
En este proyecto, la arquitectura se convierte en un instrumento ético: organiza flujos, pero también emociones; racionaliza funciones, pero también humaniza. Es un recordatorio de que la tecnología, bien entendida, puede estar al servicio del cuidado y no del control.
Sanar es recordar que somos cuerpo y vínculo. Hay palabras que, si las despojamos de su uso rutinario, revelan una intensidad inesperada. Cuidar, por ejemplo, es una de ellas. No es solo asistir ni proteger, sino también acompañar, estar, reconocer. Cuidar es una forma de mirar al otro como alguien único, irrepetible, digno de ser escuchado incluso en su fragilidad.
Y eso -aunque lo olvidemos- es el verdadero corazón de toda arquitectura que se propone acompañar la salud. A lo largo de estas páginas hablamos de filosofía, medicina, docencia, diseño. Pero en el fondo hablamos de algo más esencial: de cómo recuperar el sentido humano de nuestro oficio.
El espacio no es neutro. No da lo mismo una sala con vistas al jardín que una sin ventanas. No da lo mismo un pasillo recto y aséptico que un recorrido que invite a detenerse, a respirar. No da lo mismo pensar en normas que pensar en personas.
Desde las aulas universitarias, lo confirmamos cada vez que un estudiante descubre que proyectar un hospital no es solo resolver flujos, sino imaginar gestos de amparo. Que un techo no es solo protección, sino símbolo. Que una luz no es solo funcional, sino también consuelo.
Esa pedagogía silenciosa que se da en los talleres - cuando se toca la dimensión ética del proyecto - es quizás una de las formas más sinceras de enseñanza. Y también de esperanza. Porque sí, la arquitectura puede volverse esperanza.
En un mundo que medicaliza el cuerpo y olvida el alma, en un sistema que estandariza la atención y olvida la singularidad, la arquitectura tiene aún la posibilidad de resistir con belleza, con dignidad, con ternura lúcida.
El doctor René Favaloro lo intuyó desde su ruralidad formativa, desde su obsesión por la salud pública como derecho, desde su humilde firmeza de científico humanista. Él entendió -como pocos- que curar no era sólo operar, sino también enseñar, mirar a los ojos, abrazar sin palabras.
Su legado no está solo en las técnicas quirúrgicas, sino en la ética que sostenía cada gesto. Y esa ética es también una ética del espacio. Le Corbusier, desde otro lugar, soñó un hospital como si fuera un jardín. Gehry, por su parte, construyó una casa para pacientes como si fuera un refugio emocional.
PICHarchitects diseñó pabellones donde la tecnología no compite con la serenidad. Todos ellos -de maneras distintas- comprendieron que el cuidado no se impone: se ofrece. Por eso, en tiempos donde la salud se vuelve tema de números, políticas y estadísticas, escribir sobre arquitectura para cuidar es también un acto de resistencia.
Es volver a decir -como lo decía la poesía sin palabras de un patio con sombra- que el ser humano merece algo más que eficacia: merece ser mirado, oído, contenido. Y eso, querido lector, también puede (y debe) proyectarse. Así como enseñamos a dibujar muros y techos, enseñemos también a imaginar consuelos. Así como aprendimos a resolver funciones, aprendamos a escuchar historias.
Así como proyectamos para vivir, proyectemos también para sanar. Porque sanar no es solo devolverle al cuerpo su equilibrio. Es recordarle a cada ser humano que no está solo. Que hay un espacio que lo espera. Que hay una forma del habitar que todavía cree en la ternura. Y esa forma, si sabemos cultivarla, es arquitectura.




