Algo sucedió hace un tiempo, ya sea que esté inscripto a un amor fallido, una ruptura familiar o problemas laborales, cuando se pretende recordar, a todos los une el hecho de que son objeto de la memoria y están referidos en el presente. Si un amigo cuenta al detalle un incidente matrimonial, con cada una de las ofensas sufridas y desencuentros, la veracidad de lo recordado no es puesta en tela de juicio. En igual sentido con las historias de un compañero de trabajo y así en muchas otras situaciones de la vida cotidiana. Estos testimonios, dado su contexto, no son sometidos a una interpretación crítica.
Suele haber ahí una distensión, pero en ciertas ocasiones aflojarse no se justifica, si se tienen en cuenta las consecuencias irreparables que la memoria descuidada provoca en las relaciones. Pareciera que no existe consciencia de los problemas que implica representar el pasado, ese tirar de la soga del recuerdo y que la memoria arrastre hasta a la actualidad no sólo lo buscado sino mucho más o bastante menos, moldeado bajo la presión del presente y el porvenir.
El recuerdo, expresó Paul Ricoeur, es una operación compleja. El filósofo francés observó que en la memoria hay un desdoblamiento "entre la estática del recuerdo, como imagen presente de algo ausente ocurrido con anterioridad, y su dinámica consistente en el recordar". Cuestionó, inmediatamente, que "si el recuerdo es una imagen, ¿cómo no confundirlo con la fantasía, la ficción o la alucinación?". Ricoeur supo prevenir que en esa zona es donde la memoria ingresa en una vía peligrosa, la de la similitud, la mímesis, "sin que se pueda romper (…) el sentimiento de un lazo de adecuación, de conveniencia de la imagen-recuerdo a la cosa recordada" (en "Historia y memoria", 2000).
Nada de esto asumen el amigo o la compañera del trabajo que escuchan. Nunca se plantean cuánto hay de alteración, olvido, inconclusión, adecuación por conveniencia, fragmentación, ficción, imprecisión o anacronía, en fin, falta de veracidad en lo que les cuentan. La poeta Silvina Ocampo observó que: "El recuerdo está lleno de desmayos,/ de pérdidas de conocimiento./ Se llega a un lugar sin haber partido/ de otro, sin llegar./ Se ama a una persona que uno no recuerda,/ más que a una persona que uno recuerda./ Hay manos sin caras,/ cuerpos sin palabras,/ palabras sin cuerpos,/ vestidos solos, jabones importantes como personas./ La gama de confusiones es infinita" (en "Invenciones del recuerdo", 2006).
Los recuerdos se desdibujan, como bien lo ha explicado la neuropsicología. La memoria es un proceso cerebral complejo y frágil, en constante evolución, el cual construye, almacena y recupera recuerdos. Se trata, expresó el profesor Emilio García García, de "redes neuronales, estrechamente interconectadas, interactivas a la vez que autónomas, solapadas en parte y muy distribuidas por todo el cerebro" (en "Memoria. Recordar y olvidar", 2022).
El sistema neuronal no posee una capacidad ilimitada para almacenar los recuerdos. Los que están, además, se van alterando con el paso del tiempo al añadirse nuevas conexiones a la red original, ya sea incorporando detalles que provienen de otro episodio contemporáneo o modificándolos a partir de la experiencia emocional. El recuerdo, aseveró el académico, "es plástico, no marmóreo".
En 1962, la neuropsicóloga Brenda Milner descubrió la existencia de varios tipos de memorias y, a su vez, halló que tienen funciones diferentes con bases cerebrales distintas. Una de ellas es la "memoria episódica", esa capacidad consciente de acordarse experiencias específicas que se experimentaron en un lugar y un tiempo concretos, como testigos o protagonistas. Con ella, expresó García García, "viajamos al pasado no solo para revivirlo sino, sobre todo, para construir y elaborar nuestra propia identidad".
Aquel relato en el marco de una amistad, fruto de la memoria episódica, además de obviar las dificultades que implica recordar, ni siquiera es pasado por el tamiz de la razón y la experiencia de la vida, ni el de las conductas previas y posibles, ni el de la personalidad y características conocidas de quien habla. Difícilmente se encuentre a un amigo que, al escuchar, se constituya en un observador crítico y desmalece previamente la historia para aconsejar.
La conducta condescendiente y cercana al calor de lo contado por el prójimo, resulta -justificadamente- un apoyo moral. Pero pasado un tiempo deberían tenerse en cuenta los avatares de la memoria, a fin de que se den consejos en base a hechos que sean lo más verídicos posibles. Ni qué hablar si nos ubicamos en el conocimiento del pasado propio, pues hacerlo ingenuamente sería muy perjudicial, en tanto recordar sirve, como expresó Manuel Cruz, "para no perder de vista una dimensión de nosotros mismos fundacional, constituyente: de dónde venimos". Y, agregó el filósofo, "un sujeto sin memoria es un sujeto fallido" (entrevista en El Mundo, 2017). Entonces, quien se predisponga a recordar debe tomar precauciones. Una es seguir el consejo dado por la filósofa Hannah Arendt, alejarse de sí mismo para verse como si fuese una tercera persona.
Lo explicó Beatriz Sarlo, cuando resaltó que Arendt nos alertó a que se tenga cuidado "sobre la idea de que hay que estar muy próximo a la historia que se está narrando, tan próximo como está la primera persona que dice 'a mí me sucedió esto' o 'yo padecía tal cosa' (...)" . De esta manera, se pone en tela de juicio "la raíz de la verdad testimonial".
Una vez dado este paso, luego, aquello presenciado o padecido hay que saber entenderlo. Para lograrlo, expresó Sarlo, resulta "necesario un acto de imaginación que aleje al sujeto de esa experiencia que le permita ponerlo en relación con otras experiencias, que le permita estructurar un mundo de sentido". La ensayista destacó que fue Arendt quien pidió al que está en esa situación, que tome distancia y deje salir a la imaginación, así le es posible ver la experiencia (entrevista "Rescates de la memoria", 2007).
En ese mismo sentido, Ricoeur entendió que "solo quien puede verse a sí mismo al final de un camino recorrido es capaz de ocupar el lugar del que recuerda, transforma un punto final en perspectiva y comienza a narrar" (en "Tiempo y narración", 1985). Pero, aclaró, que "aprender a narrar significa también aprender a narrarse como otro" (en "Caminos del reconocimiento", 2004). Hay que alejarse de sí mismo para verse, desdoblarse para alcanzar una perspectiva adecuada a fin de recordar el pasado con entendimiento. Realizar este ejercicio espiritual e intelectual, es un comportamiento -en esta época narcisista- bastante exótico, pero indispensable.
A ello se añade la complejidad que importa el tiempo mismo. Por los años 397 a 400, San Agustín de Hipona al escribir sus "Confesiones", ubicó en el alma y sin creer que fuera de ella existan, tres tiempos: el "presente de cosas pasadas", la memoria; el "presente de cosas presentes", la visión; y el "presente de cosas futuras", la expectación. Más allá de la consideración que se tenga al respecto, las precauciones al recordar se justifican, a su vez, ni bien se advierte que en la textura de la memoria encontramos tanto el presente como el futuro.
No hay un tiempo humano dividido en compartimentos estancos, así lo entendió Beatriz Sarlo, en tanto no dudó que "del pasado se habla sin suspender el presente y, muchas veces, implicando también el futuro". Se preguntó Jorge Luis Borges: "¿Qué trama es ésta/ del será, del es y del fue?". Y, en el poema "Ovillos", Mario Benedetti mostró cómo se van entrelazando los tiempos en la vida: "Mientras devano la memoria/ forma un ovillo la nostalgia/ si la nostalgia desovillo/ se irá ovillando la esperanza/ siempre es el mismo hilo".
Al rememorar el propio Borges sus estadías veraniegas en el hotel La Delicia de la localidad de Adrogué, ve a la memoria como una "cuarta dimensión". Recuerda cada objeto de ese edificio y concluye que "Más allá del azar y de la muerte/ duran, y cada cual tiene su historia,/ pero todo esto ocurre en esa suerte/ de cuarta dimensión, que es la memoria.// En ella y sólo en ella están ahora/ los patios y jardines. El pasado/ los guarda en ese círculo vedado/ que a un tiempo abarca el véspero y la aurora". ("El hacedor", 1960).
Soslayar las dificultades que conlleva recordar dejará un pasado difuminado, demasiado alejado a lo sucedido y, a su vez, lamentablemente, tanto el presente como el futuro quedarán empantanados. Estos problemas de la memoria pueden advertirse con mayor claridad, si del ámbito privado pasamos al público, si de esas charlas íntimas entre amigos nos trasladamos al testimonio en un proceso judicial, en la investigación de un historiador o en los discursos de las memorias sectoriales.