Enrique Miguel Cruz (*)
Hace muchos años que me estaba debiendo esta nota que forma parte de los principales recuerdos que atesoro de una época afortunadamente superada, ya que la actualidad muestra al fútbol de Colón en un primerísimo plano y a la institución consolidada, como tal, merced a las grandes realizaciones cristalizadas en los últimos tiempos.
De todo esto se viene ocupando correctamente el periodismo especializado de la ciudad; pero creo que ha llegado el momento de desempolvar el cofre de los recuerdos para que los jóvenes, de hasta cincuenta años de edad, sepan de las etapas que fueron quedando en el duro camino iniciado por audaces dirigentes que soñaban con esta realidad que hoy exhibe orgullosamente el club, pero que fue forjado con el esfuerzo de antaño, especialmente desde la presidencia de don Francisco Ghiano, que fue quien logró la incorporación al durísimo certamen de ascenso de la AFA, allá por 1948.
Gobernar sin recursos
Precisamente, en esa época empieza sus andanzas quien con el tiempo cambiaría la historia del fútbol de Santa Fe. Díscolo, tozudo, incansable luchador por alcanzar sus objetivos, Italo Giménez impuso su sello implacable y persistente que no supo de renunciamientos, aunque para conseguir ese fin tuviera que mover montañas. Estoy hablando de los comienzos de los rojinegros en el profesionalismo, cuando transitábamos por un país y un mundo absolutamente distintos de la actualidad. Por consiguiente, lo que hoy parecería una locura, en aquel momento era posible.
Por eso enumero algunas “locuras” de Italo que pudieron cambiar la historia de Colón. Cuando don Francisco Ghiano decidió llevar el club al actual emplazamiento, Giménez había encontrado una relación en el flamante primer gobierno de Juan Domingo Perón para construir el nuevo estadio en los terrenos en donde luego quedó emplazado el edificio de Correos, a tan sólo 100 metros de la peatonal San Martín. Hoy parece un absurdo total, pero, ¿quién duda de que hace 65 años esto habría sido factible? De hecho que esta fantasía tuvo el rotundo no del presidente sabalero de entonces, por razones políticas.
Nuevas “locuras”
Pasaron los años y, una vez alcanzada la fenomenal epopeya del ascenso a Primera División, no sin antes superar los dramáticos años en la Primera C haciendo oír sus reclamos en la AFA sobre la importancia del club, empezando allí una inquebrantable amistad con Valentín Suárez, el hombre de Banfield, quien como interventor iba a soportar los embates del santafesino en defensa de Colón, sobre todo en los comienzos en Primera.
Justamente cuando se logró ese fenomenal halago, Italo Giménez tuvo otra de sus insólitas salidas, producto de las luchas internas que mantenía en el club y que se prolongarían por siempre, a mi entender, de manera injustificable. Por ese entonces, yo tenía un espacio deportivo en LT 10 y no exagero si digo que la presencia del viejo luchador aseguraba una audiencia fenomenal. Se me ocurre preguntarle si conocía la crítica de sus opositores por haber recibido alguna colaboración económica del gobierno de Aldo Tessio, y me contestó con la rapidez que solamente él aprovechaba para meter un bocadillo punzante, que seguramente iba a significar un tema de polémica: “Vea —me dijo—, si en el día de mañana llegan al poder los comunistas y me ofrecen una ayuda para Colón, a cambio de que el rojo resalte más en la camiseta, no vacilaré en llegar a un acuerdo”.
Sueños con argumentos
Una vez alcanzados los anhelados propósitos de llegar al círculo máximo, las dos entidades mayoritarias de la ciudad empezaron lentamente a ocuparse de sus respectivos estadios tratando de adecuarlos a las exigencias de la AFA. Fue entonces cuando apareció por la cabeza de Italo otra de sus ideas descabelladas, recibiendo rápidamente el aporte inteligente del arquitecto César Carli, reconocido profesional santafesino que supo interpretar en toda su dimensión los alcances de la obra que, en definitiva, iba mucho más allá de lo deportivo para convertirse en una solución definitiva para uno de los problemas más acuciantes de la ciudad. Carli armó en su estudio los planos de un hermoso estadio único, a realizarse en las puertas de Alto Verde, junto al riacho, con lo cual no solamente se aseguraba definitivamente la conexión del distrito con la ciudad, sino que el sesudo proyecto contenía tareas de ingeniería que ponían fin a los permanentes sobresaltos provocados por el avance de las aguas.
Todo esto fue minuciosamente estudiado y concebido por los profesionales en cuestión, interesándose El Litoral por la publicación semanal de fascículos que despertaron el entusiasmo y la aprobación de todos los santafesinos, avalados por la seriedad del estudio de Carli, que todas las semanas demostraba la factibilidad de la gran obra. Lamentablemente, las promesas se fueron diluyendo cuando el gobierno militar de turno eligió otras subsedes para el Mundial de 1978. Quizás, ésta fue la idea de Giménez que estuvo más cerca de cristalizarse.
Lo que pudo ser
No tengo la menor duda de que en la mente de Italo siempre estuvo latente la idea de dotar a la ciudad de un moderno estadio único, sabedor de las renovadas críticas que hasta hoy reciben ciudades como Avellaneda, Rosario y hasta La Plata por no superar el odio pasional que no les permite valorar los beneficios que alcanzarían.
Una calurosa tarde de verano de 1966, el entonces presidente de Colón me convocó a una reunión privada en su domicilio particular de calle Laprida. Fui muy puntual por el grado de curiosidad que me despertaba el convite viniendo de quien, en esos momentos, atravesaba por el pico más alto de su etapa dirigencial. No me equivoqué. Demostrando un alto grado de ansiedad, me recibió a flor de labio con una pregunta sorprendente: “Necesito hablar urgentemente con un dirigente de Unión, que sea bien futbolero y muy inteligente, de manera que quiero tu opinión para saber con quién reunirme. Concretamente, tengo muy avanzadas las conversaciones oficiales para la construcción de un estadio municipal en terrenos del Parque Garay. Eso sí, me exigen que haya acuerdo de los dos clubes para llevar adelante la obra”.
Cuando salí de mi asombro, me comprometí a armar la reunión con la urgencia del caso; me decidí por el escribano Alejandro Ulla, porque me pareció que en determinadas cosas iba a encontrar coincidencias con Italo. Pocos días después me enteré de que la comisión directiva de Unión rechazó el trámite por el momento, por estar abocada de lleno a la campaña que lo iba a llevar a Primera División. Tiempo después, el mismísimo Alejandro me confesó que el rechazo se debió a la desconfianza que siempre despertaba la propuesta de Giménez. No me sorprendió, porque los “notables” de Colón también compartían esa opinión.
Iluso e incomprendido
La realidad que hoy vive la institución del barrio Centenario es la antítesis absoluta de aquellos años a que hacemos mención en este recordatorio. Hay que valorar el esfuerzo titánico de aquellos dirigentes, carentes de recursos de una manera más que alarmante para que el club funcionara, para medir en toda su dimensión el espectacular cambio operado en la actualidad.
Pero también ello no hace más que dimensionar lo iniciado por Francisco Ghiano y concretado durante el mandato de Giménez, ambos pioneros de la puesta en marcha del Colón pujante de hoy. Esto no significa desconocer el aporte de otros presidentes, ya que sería injusto no atribuirles merecimientos a don Armando Fiocchi, al contador Carlos Salerno, al doctor Eugenio Marcolín, a Joaquín Peirotén, a César Ezcurra, a José Vignatti, a Horacio Darrás; hoy, a Germán Lerche, y seguramente a otros que aportaron lo suyo. Suelo cambiar algunas palabras con Pascual Rugna, Rodolfo González, Grilli, que acompañaron durante toda su gestión a Giménez, mientras mantienen jugosas charlas con amigos en Triferto de la Peatonal, recordando algunas historias de entonces. Una de ellas da cuenta del padrón societario de Colón, que llegó a tener menos de 300 socios que cumplían con su obligación mensual; justamente para fortalecer esa cifra hubo que incorporar a quienes habían adquirido bonos patrimoniales del frustrado intento por construir un complejo deportivo. Otro compañero de ruta de Italo es Pablito Gigliotti, con quien me une una vieja amistad y forma parte de los pocos sostenedores de esta historia, que merece no ser olvidada por los colonistas.
Para ponerle un punto final a este comentario, permítanme hacer referencia a algo que, en lo personal, me reconforta: don Francisco y el Italo, en algún momento de sus vidas, fueron empleados de El Litoral, por rara coincidencia.
El recuerdo de Carli
En su libro “El incierto camino de un caminante solitario”, César Carli recuerda aquella iniciativa del estadio en Alto Verde para el Mundial que se jugó en nuestro país: “... Nos proponíamos llevar a la realidad un estadio polivalente en un barrio proletario separado, canal de acceso de ultramarinos por medio, del pleno centro de la ciudad.
Estimulados por varios dirigentes del fútbol de primera línea y por un periodista entusiasta (Armando Lombardi) lanzamos la idea y al primero que visitamos fue a nuestro gobernador (Sylvestre Begnis), porque sabíamos de su empuje. ‘Ustedes saben que tengo un compromiso con Rosario Central para que sea subsede del Mundial de 1978 (largo silencio). Muéstrenme el lugar’, dijo y se levantó de su asiento. Llegamos, miró el lugar y dijo: ‘Si ustedes logran traer a mi despacho 200 personas que me soliciten este estadio, yo abandono Rosario Central’. Nunca fue tan febril la búsqueda de gente para la cita... No fueron más de 30 los que respondieron a mi convocatoria.
No obstante, el diario local se encargó de sacar suplementos voluminosos explicando las obras... Yo estaba convencido de que el club Colón, al que proyecté y construí una gran sede social y un par de piscinas, iba a responder a la convocatoria por medio de sus simpatizantes y socios. Me equivoqué. Casi nadie fue...”.
2 períodos fueron los de Italo Giménez al frente de la institución. Uno en la década del ’60 y el otro en la década del ’80.
4 votos fue la diferencia entre la lista de Italo Giménez y la que postulaba como presidente al contador Carlos Salerno en las elecciones de enero de 1981, la más pareja en Colón.
(*) Fue comentarista de fútbol en El Litoral y recorrió casi todas las secciones del diario durante más de 50 años.
































