Rogelio Alaniz
Las tratativas de paz abiertas en Colombia entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC, se han constituido en el gran acontecimiento nacional e internacional de la úlitma semana. Políticos, intelectuales, jefes de estado y hasta el Papa, han apoyado la iniciativa. La reacción es previsible. Palabras como “paz”, “vida”, amor”, por lo general no suelen presentar objeciones.
La única voz disidente en ese coro plagado de corrección política y buenas intenciones, fue la de Álvaro Uribe. Para el ex mandatario, lo que está haciendo Santos es una traición al legado político construido en los años anteriores. Según Uribe, Juan Manuel Santos, ministro de Defensa de su gobierno y el hombre encargado de llevar en términos prácticos la lucha contra la guerrilla, ha abierto una línea de entendimiento con Hugo Chávez y promociona una paz cuyo resultado será el fortalecimiento de las FARC y el mejoramiento de la imagen del déspota venezolano en la región.
Las declaraciones de Uribe fueron muy cuestionadas. Se lo consideró provocador, aguafiestas y reaccionario, pero más allá de las previsibles respuestas de los involucrados, a nadie escapa que el ex presidente dispone de autoridad moral para hablar sobre el tema, en la medida en que fue su estrategia contra la guerrilla la que hirió severamente a la guerrilla más antigua de America latina .
Al respecto, hay que recordar que al momento de asumir Uribe la presidencia, las políticas de apaciguamiento ideadas por Pastrana habían fracasado, como en la década anterior fracasaron las propuestas de Betancourt inspiradas en los mismos principios. Lo que Uribe instaló como novedad, fue la definición de que el único acuerdo posible con la guerrilla era la profundización de la lucha armada. La estrategia incluiría políticas sociales avanzadas y sanciones a los grupos parapoliciales de derecha, medidas destinadas a ganar consenso y autoridad moral ante la población.
Los resultados fueron óptimos. En sesenta años de existencia, por primera vez las FARC acusaron los golpes militares recibidos. Comandantes y militantes de base, fueron aniquilados en combate o tomados prisioneros. A las derrotas militares se sumaron las deserciones y la recuperación de rehenes y territorios. Obligada a replegarse, la guerrilla recurrió a la solidaridad territorial de Ecuador y Venezuela, con lo cual quedó en claro la hipocresía de estos gobiernos que invocaban una legalidad regional que luego borraban con el codo.
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