Sea porque la realidad nos decepciona o aburre, sea por las satisfacciones que la fantasía procura al pensamiento, es claro que nos fascina imaginar otro orden de las cosas. Por ejemplo, especialmente en la ciencia ficción, en los últimos años se ha consolidado un subgénero, el cual se resume en la frase: ¿qué pasaría si...? (What if…? en inglés).
Bajo esta condición de inicio, José Saramago se pregunta qué pasaría si la muerte deja de hacer su trabajo un 1º de enero de un año cualquiera ("Las intermitencias de la muerte", 2005). A su vez, Ítalo Calvino crea una trilogía literaria donde los personajes centrales viven situaciones extraordinarias.
Entre ellas, un joven que decide vivir toda su vida en la copa de los árboles ("El barón rampante", 1957) o un hombre transparente que nunca abandona su armadura medieval ("El caballero inexistente", 1959).
Otro autor se pregunta qué hubiese pasado si la Alemania nazi resultaba victoriosa en la Segunda Guerra Mundial.
En otro lugar, alguien hace conjeturas sobre la evolución de las especies, si acaso el meteorito que extinguió a los dinosaurios se hubiese desviado en el último instante. También hay quienes vislumbran mundos postapocalípticos como resultado de una guerra nuclear, una invasión alienígena, desastres climatológicos, la mutación del hongo Cordyceps o la caída de una misteriosa nieve tóxica.
Así, desde lo distópico a lo utópico, desde lo terrorífico hasta el cumplimiento de algún deseo idealista, todos los presentes y futuros alternos que una imaginación excitada admita. Del mismo modo, puede tomarse esta estrategia narrativa y dirigir la especulación hacia otro objeto, a saber, la complejidad del ser humano. En lo que sigue, algunas variaciones posibles a partir de una pregunta: ¿qué pasaría si la condición humana fuese simple?
Entonces, si la condición humana fuese simple, los filósofos tendrían menos temas sobre los cuales reflexionar. Por su parte, los poetas perderían un poco de su inspiración y empuje a la escritura en versos. Seguramente, se reduciría la oferta y demanda de métodos psicoterapéuticos, creencias espirituales y prácticas alternativas.
Si la condición humana fuese simple, entonces las telenovelas durarían menos tiempo.
Allí se repite incansablemente la misma estrategia narrativa, es decir, todos los obstáculos que impiden que los protagonistas estén juntos por siempre: prejuicios sobre las diferencias de origen social, antiguos odios en las respectivas familias de origen, una relación de supuesta consanguinidad, pérdida de memoria tras un accidente doméstico, malentendidos sobre infidelidades y otros engaños perpetrados por terceros malintencionados, privación de la libertad bajo cargos falsos, orgullos heridos, entre tantos otros.
Sea como fuere, el anhelado reencuentro se reserva para los minutos finales del último capítulo. En tanto se ofrece al público lo que demanda, ¿acaso en este modo de entretenimiento, en todos esos rodeos, no es patente la relación entre el ser hablante y el sufrimiento?
Si la condición humana fuese simple, entonces habría menos síntomas en la vida amorosa. Supongamos que un sujeto se queja sistemáticamente de una crianza poco afectiva en su familia de origen.
Según el sentido común, lo esperable sería que en adelante las elecciones amorosas se dirijan a un partenaire de estilo amoroso, zanjando así la cuestión. Sin embargo, por paradójico que resulte, en ocasiones se eligen lazos similares a eso mismo que tanto se rechaza, condición necesaria para perpetuar una queja hacia el infinito. Es lo que llamamos, en psicoanálisis, un síntoma.
Si la condición humana fuese simple, entonces no habría tantos zigzagueos entre un sujeto y su deseo.
Por eso mismo se ha popularizado el término "procastinación" en la literatura de autoayuda y otras prácticas que ofertan bienestar emocional.
Por procastinar, suele entenderse la tendencia a posponer o demorar tareas importantes en lo cotidiano, aunque en psicoanálisis supone una inhibición más profunda, vinculada a un acto trascendental en la vida de un sujeto. Ante estas coyunturas, a veces un psicoanálisis nos confronta con la pregunta de si queremos lo que deseamos o si deseamos lo que queremos.
Si la condición humana fuese simple, entonces en la mesa de los domingos podría hablarse de fútbol, política y religión.
Lo esencial del asunto no radica en las diferencias objetivas que existen en dichas elecciones -es decir, el equipo por el cual simpatizamos, el partido político que militamos o la religión que profesamos-, sino en el empuje a confrontar a partir de la imposición de una verdad individual, el sostenimiento de una identidad más frágil de lo que puede reconocerse y la necesidad de liberar las tendencias agresivas que habitan en cada uno.
Si bien en los siglos la cultura ha progresado respecto de la naturaleza de los espectáculos públicos, el espectador del Coliseo romano y el espectador de eventos deportivos contemporáneo, ambos persiguen la misma descarga catártica.
A propósito, si la condición humana fuese simple, entonces Sigmund Freud no hubiese escrito "El malestar en la cultura" en el año 1930. Allí explica que las pulsiones agresivas buscan expresarse, sea dirigiéndose hacia un objeto exterior o incluso hacia uno mismo (sadismo/masoquismo).
Tampoco hubiese escrito su ensayo "Más allá del principio de placer" en 1920, donde propone una de sus tesis más resistidas, a saber, que allí donde se sufre, en ocasiones también algo se satisface. He aquí una paradoja difícil de asimilar para el sentido común.
En su seminario sobre la ética, Jacques Lacan lo resume así: "Quienes prefieren los cuentos de hadas hacen oídos sordos cuando se les habla de la tendencia nativa del hombre a la maldad, a la agresión, a la destrucción y también, por ende, a la crueldad".
Por supuesto, lo humano no se reduce a la libre expresión de estas tendencias destructivas. Incluso, esa misma complejidad también le permite construir una ética colectiva que no degrade el lazo social al impulso individualista.