Rogelio Alaniz
Rogelio Alaniz
La muerte no hace ni bueno ni malo a nadie. María Julia Alsogaray no es la excepción. Murió el domingo, pero políticamente estaba muerta desde hace años, desde que perdió el poder y con el poder la impunidad. La juzgaron los jueces y la opinión pública. En todos los casos la declaración de culpable fue unánime. Sospecho que ella misma al final del camino sabía que los jueces estaban en lo cierto.
A su manera fue transparente: corrupta a tiempo completo. Absolutamente convencida de que el poder es una excelente y privilegiada ocasión para enriquecerse. La apologista del antiestatismo se enriqueció gracias a los beneficios del Estado. A modo de consuelo le queda la certeza de saber que no es la primera liberal que disfruta de esa paradoja.
Nadie salió a defenderla. Ni los parientes ni sus cómplices políticos. Una de las mujeres que más poder simbólico y real llegó a exhibir en la Argentina, quedó sola. Un Shakespeare contemporáneo hubiera encontrado allí un excelente material para un drama acerca del poder, la soledad y la traición. Algunos dicen que a la derrota la vivió con dignidad. No me consta que la palabra “dignidad” sea la que mejor exprese algún aspecto de su vida. Puede que su silencio no provenga de la entereza, sino del estupor y el miedo. También del cinismo o de esa suerte de alienación que domina a quienes se creen poderosos desde la cuna y, por lo tanto, ningún juez en el mundo está en condiciones de juzgarlos.
Liberal y peronista
Su ideología supuestamente fue liberal, pero la oportunidad de robar se la brindó el peronismo. Ese fue su otro aporte a la política: el peronismo no solo podía asimilar al liberalismo sino corromperlo. Es uno de los emprendimientos que mejor sabe hacer aunque convengamos que en el caso que nos ocupa no debe de haberse esforzado demasiado. Más allá de los Alsogaray la pregunta a hacernos en estos casos es la siguiente: ¿El peronismo los corrompe o ellos se corrompen cuando deciden sumarse al peronismo?
María Julia también dejó en claro, por si había alguna duda, que la corrupción opera con independencia de las ideologías. La pulsión de robar desde el poder vale para María Julia y Lula; para Cristina y Menem. Tampoco distingue linajes: se puede ser nieta de un guerrero de la independencia o hija de un colectivero. María Julia y Cristina en algún punto se parecen. Los orígenes sociales son distintos, pero no el concepto acerca del poder y la pulsión por enriquecerse.
Una extraña y sugestiva virtud ilumina a María Julia. Es la única funcionaria corrupta que pagó con cárcel y detención domiciliaria, la única funcionaria a la que le remataron algunos de sus bienes e incluso se vio obligada a devolver dineros mal habidos. Lo suyo no inspira lástima pero sí algo de sorpresa. No murió pobre porque, por lo que se sabe, la fortuna declarada era un porcentaje mínimo de la real. Pero desde hace años no podía salir a la calle porque el repudio era unánime. Tampoco podía salir -claro está- porque estuvo casi dos años presa. Julita, como le decía su padre; María Julia, como se la conoció en los dorados y corruptos años menemistas, pasó una temporada entre rejas. Y murió con prisión domiciliaria.
Una cuestión de piel
Lo suyo fue algo así como un sacrificio. Sin dudas que fue corrupta. Pero no fue la única y en los planteles menemistas es probable que ni siquiera haya sido la que más robó. Sin embargo dispuso del bizarro privilegio de pagar por sus actos. Esa fatalidad inspira algo parecido a la compasión, un sentimiento que semejante monumento a la soberbia jamás se hubiera imaginado inspirar.
Sumarse a una banda de delincuentes sin ser original de esa banda tiene sus perjuicios. María Julia Alsogaray no era peronista y por lo tanto nadie la defendió. Su jefe, el señor de La Rioja, hasta el día de hoy dispone de protección. El peronismo riojano y el peronismo del país lo defiende a capa y espada. En estos temas parecería que los peronistas cierran filas. Se protegen, se cuidan. Como se dice en estos casos: uno nunca sabe.
Menem es un gran ejemplo. No está preso porque los peronistas, todos los peronistas, decidieron protegerlo. Hoy por mí mañana por ti. Abrochado en el Senado dispone de fueros para eludir cualquier acción de la justicia. También del voto de los riojanos, pero ese es un problema del que en todo caso deberán hacerse cargo los riojanos, un electorado que con sus actos confirma el principio de que los pueblos tienen los gobernantes que se les parecen.
Semejantes beneficios no los dispuso María Julia. Todo lo que hizo para mimetizarse con el peronismo no alcanzó. No era del palo, como dicen los muchachos. Esta diferencia no está establecida en ninguna ley, en ningún contrato, pero todo peronista sabe que existe. Es una cuestión de piel, como les gusta decir a ellos. Y la piel de María Julia no era la de ellos.
Del Riachuelo a la diva
A María Julia Alsogaray se la va a recordar por dos o tres cuestiones puntuales. Fue la hija del emblema del liberismo conservador de la Argentina. Y digo liberismo y no liberalismo, porque para don Álvaro el alcance exclusivo de la palabra libertad era la de los mercados. Fue su hija preferida. A la que defendió contra todos y todas. Según don Álvaro la corrupta y trepadora en la Ucedé era Adelina de Viola. Su nena era una santa virgencita. Estaba equivocado en la mitad. Equivocado en el juicio acerca de su hija, pero no con Adelina de Viola.
María Julia fue la funcionaria menemista en temas tales como SOMISA, Entel y Medio Ambiente. En todos los casos, las posteriores investigaciones probaron que lo más importante no fue lo que gestionó sino lo que robó. Como Secretaria de Medio Ambiente todos recordamos aquellos incendios en la Patagonia, una de las grandes catástrofes ecológicas, mientras la Ministra descansaba en un castillo de la localidad cordobesa de La Cumbre regenteado por Anzorreguy.
También quedarán para la historia sus declaraciones acerca del Riachuelo y la certeza de que en poco tiempo todos tomaríamos sol en sus playas y nos bañaríamos y navegaríamos en sus aguas limpias y cristalinas. En menos de mil días, prometió. El Riachuelo sigue como está, tal vez un poco peor, pero nada se sabe de los millones dedicados para esa magna tarea.
Sin embargo no serán sus actos de gestión e incluso los episodios de corrupción que la acompañaron lo que le permitió ganarse un lugar en la historia. La pedagogía menemista se encargó al respecto de impartir sus lecciones. La foto de María Julia en la tapa de la revista Noticias apenas cubierta por un tapado de piel -según las malas lenguas pertenecía a su amiga Graciela a Borges-, será decisiva para su fama.
Esa foto dice mucho más que cualquier tratado político o manual de moral y autoayuda. La severa, estricta funcionaria del liberalismo conservador, la distinguida hija del capitán ingeniero, en la primera plana de una revista como una diva. ¿Qué le pasó? ¿Un momento de debilidad, como dijera un periodista? ¿Una foto sorpresa?. Ni una cosa ni la otra. En aquellos días de vacaciones en Las Leñas, acompañada de Susana Jiménez y Graciela Borges, María Julia hizo público su acto definitivo de adaptación al peronismo menemista. No sé ni importa saberlo, si fue consciente o no. Pero los resultados fueron aleccionadores. Los que supuestamente se sumaban al peronismo para cambiarlo desde adentro, los que se consideraban destinados a liberalizarlo demostraban que en realidad el proceso era exactamente inverso. No fue Menem el que cambió sino María Julia. La frivolidad, el cholulismo, incluso el exhibicionismo de mal gusto, dejaba de ser un patrimonio exclusivo del riojano populista, para transformarse en una marca en el orillo de quienes en otro tiempo supuestamente militaban en las antípodas de la estética peronista.
María Julia en ese sentido probó, por si alguien tenía alguna duda, que el peronismo y una de las versiones del liberalismo conservador podían ir de la mano. No eran exactamente lo mismo pero empezaban a ser cada vez más parecidos. Menem y María Julia fueron los retoños de ese maridaje entre populismo y liberalismo corrupto.




