Llega 2026. Son días de celebración y reflexión. El segundo año libertario confirmó su capacidad para recortar gastos innecesarios del Estado, y penosamente los que también forman parte de sus deberes constitucionales como educación, salud y cuidar la calidad de vida de los más viejos.
Reveló también su incapacidad de mejorar la actividad económica y cientos de empresas cerraron con miles de argentinos que para sobrevivir se convirtieron en cuentapropistas o pasaron al trabajo informal como lo demuestran las cifras oficiales.
Al logro positivo de bajar la inflación al 30% faltó un plan de inversiones y empleo, y sin eso no existe el progreso. Pero creo que más importante que una economía a mejorar es terminar con el abismo social que nuestra política promovió desde hace setenta años.
Así que mi deseo es que 2026 brinde a nuestros dirigentes la capacidad de "imaginar al otro" y con ese ejemplo contagiar a una sociedad que lo necesita. Que no significa empatizar con el que piensa diferente sino no excluirlo, escuchar, ser oído y buscar acuerdos esenciales para el bien común.
Un primer paso para salir del egocentrismo moral de un Estado que nos ha lastimado y dividido a todos. La tumultuosa historia de la humanidad nos muestra cuantos países luego de guerras o luchas fratricidas gracias a la lucidez de sus gobernantes pudieron progresar. No es una utopía.
Es lo que falta en esta democracia de justicia lenta y permisiva con la proliferación de corruptos y personalismos que desde el poder se creyeron por encima de las leyes. Necesitamos ese cambio de actitud en nuestros líderes. Imaginar al otro, para terminar con las revanchas estériles. Y entonces sí podremos restaurar la confianza en recuperar el progreso perdido.