Rogelio Alaniz
A pesar de su fama de previsible, en los últimos años los suecos persisten en sorprender con sus decisiones, en este caso electorales. En 2006, una coalición moderada de derecha -liderada por Fredrik Reinfeldt- desalojó a la socialdemocracia después de casi noventa años de ejercicio sostenido del poder. Todos suponían que se trataba de un accidente político y que en las próximas elecciones la líder socialdemócrata Mona Sahlin retornaría al poder para seguir brindando los beneficios del clásico Estado de bienestar. Contra todos los pronósticos y, sobre todo, contra todos los deseos de la socialdemocracia, Reinfeldt volvió a ganar sentando el precedente histórico de dos gestiones sucesivas de derecha.
No concluyeron allí las novedades. Reinfeldt festejó con sus seguidores, pero no tanto. Ganaron pero no pudieron mantener la mayoría absoluta parlamentaria. Para colmo de males, no fueron los socialdemócratas quienes se lo impidieron, sino el partido calificado de extrema derecha dirigido por Junnie Akesson, un joven de 31 años que rechaza el calificativo de nazi y racista, pero insiste en que Suecia, si quiere defender su estilo de vida, debe poner punto final a la inmigración, particularmente la de signo musulmán.
De todos modos, se equivocan quienes suponen que la continuidad de la derecha en el gobierno alterará los fundamentos centrales del orden político y social de Suecia. En este país, ni la izquierda es tan de izquierda como se cree, ni la derecha es tan de derecha como se teme. La diferencia que instala Reinfeldt con anteriores líderes de derecha es que las políticas sociales -en sus líneas generales- se mantienen, mientras se incentiva la economía de mercado. En definitiva, la derecha sueca pudo llegar al poder porque se corrió al centro.
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