“No quiero ver a mis hijos arriba de un carro. Quiero que tengan su trabajito y una linda familia”.
Todos los días, desde las 7 de la mañana Tito Abraham recorre la ciudad arriba de su carro. Se dedica al cirujeo desde que tiene uso de razón. Comenzó junto con su padre cuando era pequeño y ya lleva toda una vida en esta actividad.
“No quiero ver a mis hijos arriba de un carro. Quiero que tengan su trabajito y una linda familia”.
Todos los días, desde las 7 de la mañana Tito Abraham recorre la ciudad arriba de su carro. Se dedica al cirujeo desde que tiene uso de razón. Comenzó junto con su padre cuando era pequeño y ya lleva toda una vida en esta actividad.
Nació en Villa Oculta hace ya 53 años, en épocas en las que el barrio era pacífico y los pequeños podían jugar en la calle. Hoy ve cómo el barrio se ha vuelto más poblado y más inseguro, pero no pierde las esperanzas y reconoce que “es cierto que en un par de años puede mejorar, ya que en realidad eso depende de cómo son las personas que viven en cada lugar”.
Su piel está curtida por el sol y su ánimo, por la realidad social. Ya no quiere dedicarse al cirujeo. “Salgo por el caballito nomás, para juntar unos pesos para alimentarlo y unos pesitos para vivir yo. Ya son demasiados años trabajando de esto y mis hijos ya son grandes y no necesitan que los mantenga”, cuenta.
Y en efecto, los hijos de Tito ya son adultos. Han aprendido el esfuerzo y la honestidad de su padre.
“Mi hijo es albañil, el otro tiene un kiosco y el otro trabaja en una escuela en Santa Rosa. Les dije que ellos no tienen que hacer lo que yo hice”, cuenta Tito con orgullo. Y agrega: “Yo empecé a trabajar en el carro por mis padres, pero si ellos no quieren hacer esto, mejor, porque ¿quién quiere terminar así? Yo voy a morir haciendo esto, pero ellos son jóvenes. No los quiero ver arriba de un carro. Quiero que tengan su trabajito y una linda familia”.
Hoy en día tener un carro no es sencillo. Tito cuida su caballo como si fuera parte de su misma familia, y de hecho es la única razón por la cual sale todas las mañanas a hacer su recorrido. Y si bien le gustaría poder dedicarse a otra cosa, con resignación nos cuenta: “Yo sobrevivo tironeando, buscando lo mínimo para vivir. Puedo laburar en otra cosa porque no soy un inválido. Pero voy a morir en esto, porque a los 53 años ¿quién me va a dar un trabajo a mí?”.




