Se lo juzgó por la muerte de 148 chiítas y por el genocidio de iraquíes kurdos durante una campaña de represión en la región del Kurdistán en 1987 y 1988. Saddam Hussein, que mañana podría ser condenado a muerte por las ejecuciones de chiítas en un poblado de su país, fue un héroe del panarabismo y jefe omnipotente de Irak antes de convertirse en paria. El culto de la personalidad en torno del ``gran dirigente'', supuesta síntesis de Saladino y del legendario Nabucodonosor, terminó con su captura, cuyas imágenes desmitificadoras dieron la vuelta al mundo, el 13 de diciembre de 2003, cuando estaba escondido en un agujero cavado en el suelo al norte de Bagdad. Saddam Hussein puede ser condenado a muerte por las ejecuciones de 148 chiítas en Dujail, pero también se le juzga desde el 21 de agosto por genocidio de iraquíes kurdos durante una campaña de represión en la región del Kurdistán en 1987-88. El 9 de abril de 2003 el régimen del hombre que prometió ``morir en Irak y preservar el honor del pueblo'', cayó con la entrada de las tropas estadounidenses en la capital iraquí y la desbandada de su ejército. Saddam Hussein, de 69 años, entró brevemente en la clandestinidad. Sus estatuas fueron derribadas y sus retratos destrozados. Sus hijos Qussai y Udai, déspotas como él, cayeron muertos tres meses más tarde en un ataque de las fuerzas de ocupación contra su escondite del norte. Su esposa y sus hijas huyeron al extranjero. Saddam está detenido en una cárcel de una base norteamericana cerca del aeropuerto de Bagdad. Durante el juicio de Dujail ante el tribunal especial iraquí, que ha durado casi un año, compareció vestido con traje oscuro y camisa clara, sin corbata -sólo una vez vistió una ``dichdacha'', la túnica masculina iraquí-, sin perder nunca su arrogancia y su espíritu combativo. Es el primer jefe de Estado árabe que es juzgado en su país por crímenes contra su pueblo. Una parte de los insurgentes iraquíes sigue considerándose perteneciente al antiguo régimen del partido Baas. Nacido el 28 de abril de 1937 en Awja, en la región de Tikrit, al norte de Bagdad, en una familia campesina, Saddam Hussein tuvo una infancia difícil. Huérfano de padre a los 9 años, fue criado por un tío que lo envió a estudiar a Bagdad. En 1959 se dio a conocer al intentar asesinar al presidente Abdel Karim Qassem, que derrocó a la monarquía en 1958. Herido en una pierna, huyó al extranjero para volver cuatro años más tarde, y en 1964 fue detenido. Poco después se fugó de la prisión para reanudar su acción clandestina por cuenta del partido Baas. En 1968 participó en el golpe que llevó al Baas al poder y que fue el inicio del ascenso que lo llevó a convertirse en el hombre fuerte del régimen del presidente Ahmad Hassan Al Bakr. Secretario general adjunto del Baas, en 1969 se convirtió en vicepresidente del Consejo de Mando de la Revolución (CCR), la más alta instancia dirigente, y no dejó de reforzar su poder. Elevado finalmente al rango de número uno el 16 de julio de 1979 acumuló las funciones de jefe de Estado, secretario general del partido, presidente del CCR y jefe supremo del ejército. No toleraba ninguna disidencia, multiplicaba las purgas y enviaba a sus oponentes al exilio o al cementerio. Saddam Hussein, que libró de 1980 a 1988 una sangrienta guerra contra Irán y fue derrotado en la guerra del Golfo en 1991, dominaba el arte de la sobrevivencia. Ni siquiera los misiles que llovieron sobre su país en los años 1990 le impidieron cantar victoria, mientras su pueblo sucumbía bajo los efectos del embargo. Desde sus inmensos palacios de un lujo extravagante, no cesó de desafiar a Estados Unidos hasta la invasión de su país por parte de las tropas de esta superpotencia y de su aliado británico, en marzo de 2003. Fuente: EFE/AFP































