Sábado 28.9.2019
/Última actualización 8:16
A pedido del público, dentro de una amplia gira que incluye diversos puntos del país, Midachi vuelve a la ciudad de Santa Fe. El show tendrá lugar el domingo 6 de octubre, a partir de las 20, en la sala mayor del Centro Cultural ATE Casa España (Rivadavia 2871) y formará parte de los festejos que el trío humorístico viene desarrollando desde 2018 con motivo de los 35 años de carrera, que ya son en rigor 36.
En la previa a esta nueva presentación (que implica un repaso por los mejores registros del grupo), Dady Brieva se hizo un espacio para charlar con El Litoral. Con su estilo franco y espontáneo, se refirió a la Santa Fe de sus recuerdos, a la complicidad que Midachi logró edificar con el público, a la relevancia de llevar el show pueblo por pueblo y a las mutaciones que tuvo el humor sin mover la esencia del grupo. “Nuestro límite es la risa”, remarcó.
—Están por desembarcar de nuevo en la ciudad de Santa Fe ¿Qué sensaciones prevalecen?
—Tenemos la excusa para ir. Miguel vive allá, pero yo voy a ver a mi mamá. Estoy un rato con mis hermanas. Vuelvo a casa. Yo voy para Navidad con la Chipi, mis dos hijos. A veces me acompañan mis otros dos hijos más grandes, o voy con mi nieta. Nos reunimos en Monte Vera en la casa de mi hermana, o comemos en lo de mi mamá y me quedo tres o cuatro días ahí. Más de eso, si voy a actuar, no puedo durante el año. El sábado (5/10) actuamos en Paraná y ya me voy a dormir a Santa Fe. El domingo (6/10) me voy a almorzar con mi vieja, actuamos en Santa Fe y nos volvemos.
—A pesar de que llevás tantos años viviendo en otras partes, te referís a Santa Fe como tu casa.
—Es medio contradictorio. La Santa Fe que reconozco en mis monólogos y en mi libro, es la Santa Fe del recuerdo, pero no la Santa Fe que está ahora. A veces voy con mi hijo mayor, Bruno, a Monte Vera por Aristóbulo del Valle y él se enoja cuando le digo que lo más lindo que tiene Santa Fe es cuando me voy. Porque en realidad, la Santa Fe que recuerdo no es la que está ahora. Dicen que uno nunca debería volver al lugar donde fue feliz. En ese sentido, mi casa no es la misma. Mi papá la tenía hermosa, la pintaba, le arreglaba todo. Hoy no está igual. El barrio está asfaltado, pero se le fue la magia. Entonces Bruno me dice: “¿Papá, por qué tenés esa idea de Santa Fe?”. Y yo le respondo: “Acá, bajo el Puente Negro, por Aristóbulo del Valle, una cuadra antes yendo de sur a norte, de mano izquierda, había un restaurante que se llamaba Nova. Cuando papá cobraba el aguinaldo, íbamos. Había una choppería que se llamaba La Modelo. Una heladería en Obispo Boneo. Ahora hay un delivery de pizza, un local de sushi, un cyber. Lo único que no ha cambiado en Aristóbulo del Valle es Don Giuseppe, que sigue estando con el mismo mozo. Es una visión poética, fatalista si querés. Tiene que ver con mi visión, porque fui muy feliz. Le cuento a mis hijos que cuando abrieron la zanja en avenida Galicia hacíamos puentes de madera para las bicicletas. Para nosotros era Magic Kindom, no teníamos necesidad de ir a Disney. Era nuestro Disney.
—Desde que ustedes comenzaron con Midachi, el humor cambió mucho. Sin embargo, el grupo sigue estando ¿Cómo se fueron adaptando?
—Seguimos teniendo el mismo humor. Es el humor Midachi, del slapstick, la bofetada, el tortazo. Es el humor de Los Tres Chiflados, el humor de Santa Fe, de los vagos de la esquina, de la tribuna. Es un humor así. Hoy puede ser tildado de antiguo y te puede gustar o no. Pero en realidad, creo que al que no le gusta Midachi hoy no le gustó nunca. Ahora con esto de la política, de Miguel y mía, se ha dicho que el público se ha dividido. Yo no creo que sea así. Para mí, el que le gusta Midachi nos va a ver porque somos siempre Midachi y el que no, porque nunca le gustó Midachi.
—Totalmente. El límite nuestro es la risa. Si hace reír queda, si no hace reír no queda.
—Es interesante lo que decís, porque hoy los artistas se mueven mucho por lo que le va marcando el público.
—Sí. Por la corrección política. La corrección política te puede venir bien a vos, o a un conductor de radio. Pero la corrección política en el artista popular es un arpón en la espalda. Es tirarse un tiro en el pie. Vos llegás a la gente por la impronta que tenés, que te sale de las tripas. Si anulás eso o lo anestesiás con una corrección política que pasa por un filtro cerebral, te estás perdiendo clientela. Le pasó al Negro Álvarez cuando estuvo en Cosquín. Lo salieron a matar por cuentos que está contando desde hace 25 años. La verdad es que no entiendo cuál es la discusión.
—No debe ser fácil para los artistas populares moverse en un contexto de tanta crispación.
—Yo la tengo muy clara, porque nunca quise ofender. Nunca me aproveché de ninguna situación ni verdugueé a ninguna mina, así que yo la misoginia no la tengo. Uno tuvo conductas claras, que siempre han ido acordes a la naturaleza de uno, no a los tiempos. Si me preguntan si cambié el humor respecto a las mujeres, la verdad es que nunca tuve mujeres en el grupo ni me referí irrespetuosamente a una mujer. La vez que tuve mujeres en Midachi fueron bailarinas y la vez que tuve bailarinas, tuve una mujer que me dio dos hijos. Así que no aplicaría para el ejemplo.
—¿Cuáles son los sketches que después de 36 años siguen haciendo, les sigue pidiendo la gente y todavía funcionan?
—La gente va a ver siempre Midachi. Es como cuando vas a ver Los Chalchaleros. Con los clásicos pasa eso. Vas a ver a alguien que ya conocés desde hace muchos años. Pueden estar la Tota, Drácula, mis monólogos, las canciones que hacemos con el Chino. Pero se supone que Midachi vende energía. Energía y buena onda. Le hacemos creer a la gente que la vida es linda vivirla. Nos cagamos de risa y ellos se cagan de risa con nosotros. Midachi es como una kermesse de la alegría. No tiene subtextos, no viene con un folleto explicativo. No tenés que pensar.
—Además, ustedes lograron generar una complicidad con la gente.
—Nosotros contamos cosas de nosotros. De ahí vienen todos los chistes. Primero nos reímos de nosotros. Yo me río de que estoy viejo, de que el Chino está gordo, de que Miguel se metió en política. Entonces, todo lo que hagamos después está como bendecido. Nos podemos reír de cualquier cosa y la gente no lo toma a mal.
—El trabajo de ustedes anda muy bien en la Argentina. ¿Qué pasa cuando van a otros países?
—La pasamos muy bien en Uruguay. En Paraguay somos conocidos, pero vamos por la chapa. A Chile he ido una sola vez y he tenido una mala experiencia. Hace mucho tiempo que no vamos afuera y nos sentimos muy cómodos acá. Estamos haciendo muchas localidades. Hace poco estuvimos en un lugar de 5.000 habitantes que se llama Darregueira. Teníamos más gente arriba del escenario que abajo. Hemos decidido eso, volver a la gira de pueblo en pueblo. Y la verdad es que nos sentimos cómodos así. Volver a lugares donde hacía rato que no íbamos, donde habíamos ido con un R12, con una Volkswagen, jamás con un camión de gira semirremolque, con sonido, iluminación y 60 metros cuadrados de pantalla led. Entonces, la gente valora eso.
—De alguna manera, entran en la historia de los pueblos chicos.
—Hoy en el país no hay un grupo que esté rodando de gira con la estructura que tenemos nosotros. Hay muchos grupos de teatro que se han bajado porque no lo pueden hacer, no lo pueden sostener, no le dan los números.
—¿Qué proyectos tienen para el año que viene?
—Ahora vamos a Uruguay, después a Paraguay. En enero hacemos un mes en Carlos Paz todos los días. El 2 de febrero nos tomamos unas vacaciones importantes y después nos volveremos a juntar para hacer el nuevo espectáculo. Pero aún no hemos hablado de eso. Vamos a ver qué queremos hacer. También estamos un poco cansados de nosotros mismos, no como personas, sino como productos artísticos. A lo mejor estamos necesitando mutar o cambiar. Estamos buscando que es lo que hacemos con 62 años, porque ya no corremos todas las pelotas. Ponernos de Shakira o la Tota, correr con tacos altos ya está costando. Tenemos que ver qué rumbo seguir. Estamos en una disyuntiva filosófica importante en Midachi.
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