Por María Luisa Miretti
Por María Luisa Miretti
“Patria, no te olvides de mí”
A. R. “El farmer”, Buenos Aires, Alfaguara, 1996
Este epílogo cierra las reflexiones de Juan Manuel de Rosas solo y abandonado en el destierro, en una descripción magistral realizada por Andrés Rivera -seudónimo de Marcos Ribak- en “El farmer”, novela breve de extraordinario valor y contundencia, en la que desnuda sin preámbulos las facetas más íntimas y dolorosas del hombre -más que del político- que marcó una época clave en la historia socioeconómica argentina.
“Demoré una vida en reconocer la más simple y pura de las verdades patrióticas: quien gobierne podrá contar, siempre, con la cobardía incondicional de los argentinos” (Ibíd, p. 31). Atreverse a crear el llanto y el aliento en el perfil de Rosas, con su voz cascada y resquebrajada por la nostalgia, no debe haber sido tarea fácil: “¿Sabe alguien qué es el destierro? ¿Sabe alguien cuántos son 20 años de destierro?” (dijo Rosas en Inglaterra, el 27/12 de 1871, a los 78 años) (Ibíd, p. 15) porque el autor logró ponerse en su “pellejo” para acompañarlo en sus cuitas, reflexiones y derroteros, en el momento más difícil de su vida, cuando todos lo habían abandonado.
De igual modo hizo con el Manco Paz, o junto con los liberales en el renacer de una nueva Argentina (“El amigo de Baudelaire”), o como excusa para seguir atacando a Sarmiento, hasta descubrir los imaginarios cuadernos privados de Castelli “el orador de la Revolución” (“La revolución es un sueño eterno”) que el destino fustigó con un cáncer de lengua. Abrumador en su estilo, nos sorprendía con expresiones breves, precisas, fuertes: “Castelli, a caballo, tiene frío. Envuelve sus manos en el cuero de las riendas y afianza la puntera de las botas en los estribos. Se le enfrían los dientes. Tengo frío en los ojos, dice su lengua cortada, inmóvil en la boca nauseabunda” (A. R., “La revolución...”, Buenos Aires, Alfaguara, 1999, p. 103).
El laconismo de Rivera traduce lo que su imaginación le dicta, y nosotros como lectores podemos apreciar pasajes reveladores de la historia argentina, desde un inconformismo poco común y un atrevimiento pocas veces visto.
Por sus páginas vemos pasar al hombre, al político, al pensador, junto con los celos, la envidia, los valores y principios que moldearon las bases y principios de nuestro pueblo, sin olvidar los personajes más siniestros y patéticos, y los comienzos de la corrupción por la ambición de poder. “Mi comida es un pedazo de carne asada. Y mate. No tengo mujer.
“No ando de putas. (...) Soy Juan Manuel de Rosas” (A. R. “El farmer”, p. 9-10).
Extensos monólogos que dejan al descubierto una faceta diferente de ese hombre temible, que dio y repartió las tierras de un país entre seguidores y obsecuentes, y que en el destierro se encontró en la más absoluta y descarnada soledad. Las referencias a Mitre, a Sarmiento y a todo el arco opositor son de un contenido y una virulencia increíbles, como así también las alusiones a toda la oligarquía argentina, sin olvidar sus intimidades con Doña Encarnación Ezurra, ni su amor por Manuelita -su hija-.
Memorable descripción hacia el final, en ese legado acusatorio: “Estoy solo, 20 años solo, sin mujer, salvo una criada vieja y pulguienta, en mi home (...) Ella y yo solos” (Ibíd, p. 84). Ante el cual nos preguntamos ¿cuál habrá sido el lenguaje de esas miradas?, gran metáfora inconclusa a cargo de cada receptor. Andrés Rivera conocía el sabor del destierro porque lo había padecido en el seno de su propia familia (oriundos de Polonia). No tuvo mejor excusa que escribir sobre determinados tramos históricos, para destacar -desde su experiencia personal- los descalabros del poder y la ambición. Su muerte deja un enorme hueco en la literatura argentina. Escribió mucho -así lo sostenía-, sin embargo sus ideas siempre eran bienvenidas, aun desde la poética inconformista que lo caracterizaba.