Toda disciplina se sostiene a partir de un conjunto de ideas, algunas de ellas elevadas a una función ideal. Por imposibles que sean, su valor radica en la orientación que procuran a cada quien. Por ejemplo, desde sus inicios la práctica psicoanalítica se orienta a través de una ética de la singularidad.
Por definición, lo singular es lo único e irrepetible, a diferencia de lo particular, susceptible de repetirse aquí o allá. Sabemos que el color rojo y blanco identifica la camiseta del Club Unión de Santa Fe, puede decirse que es su particularidad. Al mismo tiempo, River Plate y Estudiantes de La Plata utilizan los mismos colores. Por tanto, el rojo y blanco no forma parte de la singularidad identitaria del club Unión.
Ya en el contexto de un espacio psicoterapéutico y el tiempo variable de las sesiones, ¿por qué tanto empeño en hacer lugar a lo singular en las palabras de un paciente? En general, aunque no siempre, cuando una persona se decide a consultar a un psicólogo, es porque su modo de habitar el mundo ha dejado de funcionar o, en ese mismo funcionamiento, el malestar ha sobrepasado el umbral de lo tolerable.
En ocasiones el motivo de consulta es enunciado ya al comienzo, por ejemplo, irrupciones de angustia, contexto de duelo, crisis amorosa o problemas laborales. Es un punto de partida, por supuesto, pero es necesario asumir que allí no está todo dicho, que aún persiste algo enigmático en las causas del malestar. Es por ello que en las primeras entrevistas la función del psicoanalista es implicar a quien consulta en la construcción de un saber singular sobre la causa.
Sostener dicho enigma es bastante difícil en la práctica clínica, no solo por la necesidad del paciente de deshacerse de su piedra en el zapato y retornar a su circuito de vida como si todo hubiese sido un mal sueño, sino también para el psicoanalista mismo. Sigmund Freud decía que un problema de la práctica clínica es el furor curandi, expresión latina que nombra la prisa por curar a quien consulta sin tomar en cuenta el resto de las variables. No es lo mismo el exitismo que la ética.
No solo nuestra época padece la chifladura de la eficiencia, aquella que, en nombre del éxito en las metas propuestas, desconoce los tiempos lógicos y necesarios de todo proceso. Si a la prisa por erradicar un síntoma le sumamos el saber disciplinar que un profesional cree poseer, entonces se comprende demasiado rápido lo que está en juego y el enigma se desvanece detrás de aquello que se propone como evidente. Desde siempre, lo "evidente" es un tapón que nos desentiende de una búsqueda.
Así, la interpretación sobre las causas del malestar y las intervenciones se limitan al uso de protocolos estadísticos. Se trata de una lógica del para todos, en oposición simétrica a la noción de singularidad. Se dirá a quien está en duelo que se sobreponga a su pérdida, que invite al diálogo a quien atraviesa una crisis amorosa, que se valore a sí mismo a quien está disconforme con sus condiciones laborales. Las fórmulas generales, de aplicación práctica para todo sujeto voluntarioso, constituyen un estribillo que se repite en la literatura de autoayuda y prácticas afines. Siempre es más complejo.
Se ha dicho una y mil veces que la condición humana se lleva mal con los enigmas, por eso es que tendemos a cerrarlos con lo primero que encontramos en nuestros bolsillos. El bebé que llora tiene hambre, el niño que hace berrinches está celoso de su semejante, el alumno que se porta mal en la escuela quiere llamar la atención, entre otros juicios promulgados desde el acervo cultural llamado sentido común.
Incluso la nueva fase de la Inteligencia Artificial (IA), denominada generativa, su objetivo primario es brindar respuestas, relegando la veracidad del contenido suministrado a un segundo plano. Cuando se trata de personas no expuestas públicamente, en lugar indicar la ausencia de información, la IA genera una respuesta, muchas veces aproximada, otras tantas inexacta o incluso errónea. Precisamente, fue programada por humanos para humanos.
Por ende, para los seres hablantes, nada más difícil que escuchar -en el sentido pleno del término-, en tanto requiere dejar en suspenso las propias conjeturas y certidumbres. Todos conocen aquel viejo aforismo atribuido a Sócrates, el célebre "Solo sé que no sé nada". Aunque desde entonces se interpreta como una invitación a reconocer que nuestro conocimiento individual de las cosas es modesto -movimiento que al menos permitiría sostener las ideas de una forma menos necia-, en la práctica psicoanalítica adquiere una función precisa. Antes que una falsa modestia o una humildad impostada, es una estrategia clínica.
En su tiempo, el filósofo y teólogo Nicolás de Cusa (1401-1464) lo articulaba en los siguientes términos: "El hombre ha de conformarse con la ignorancia, pero no con una ignorancia por ausencia de conocimiento, sino con una ignorancia que resulta del conocimiento de las limitaciones del entendimiento humano. Esta es la docta ignorancia". Fingir que no se sabe, no es lo mismo que asumir que no se sabe. Si se acepta que no se sabe, si acaso es posible desembarazarse del semblante de experto médico por un instante, entonces los oídos se abren ante la singularidad que habita en las causas del padecimiento de todo sujeto.
Sobre el malestar en la cultura, especialmente en los análisis sociológicos, se afirma que un determinado porcentaje de la población experimenta preocupación o insomnio ante la contracción de la economía de un país. En tanto dato estadístico, plantea una tendencia general y no más. Si recuperamos aquí la distinción entre lo particular y lo singular, decimos que la coyuntura económica oficia de causa particular del malestar, en tanto afecta a uno y otro.
En cuanto a lo singular, en cambio, implica preguntarse por el más allá de las variables económicas en cada caso. Entonces, si existe una crisis económica, también existe lo que ella toca en cada uno, eso que ya estaba allí en tanto marca subjetiva en una historia de vida. Es, por una cuestión de método, lo que no entra en ninguna estadística. En efecto, cada uno decide si se embarca en la construcción de un saber sobre la causa del propio malestar, saber singular que solo sirve para sí mismo y no más.
(*) Psicoanalista, docente y escritor.