Felipe Celesia y Pablo Waisberg, autores de “La Tablada. A vencer o morir. La última batalla de la guerrilla argentina”. Foto: Gentileza de los autores
La calurosa mañana del lunes 23 de enero de 1989 un grupo de 46 personas ingresó al cuartel de La Tablada con la excusa de frenar un golpe de Estado que estaban preparando militares carapintadas contra el agonizante régimen de Raúl Alfonsín. Sólo 11 sobrevivieron al combate.

Felipe Celesia y Pablo Waisberg, autores de “La Tablada. A vencer o morir. La última batalla de la guerrilla argentina”. Foto: Gentileza de los autores
Gabriel Rossini
redaccion@ellitoral.com
La calurosa mañana del lunes 23 de enero de 1989 un grupo de 46 personas ingresó al cuartel de La Tablada con la excusa de frenar un golpe de Estado que estaban preparando militares carapintadas contra el agonizante régimen de Raúl Alfonsín. Sin experiencia militar -sólo un tercio de los combatientes tenía experiencia-, fueron neutralizados por los oficiales, suboficiales y conscriptos que estaban dentro, frente a los que terminaron rindiéndose un día después. Sólo 11 sobrevivieron al combate.
En “La Tablada. A vencer o morir. La última batalla de la guerrilla argentina”, Felipe Celesia y Pablo Waisberg reconstruyen la formación y el recorrido del Movimiento Todos por la Patria durante la década del 80, la trayectoria del líder de la agrupación Enrique Gorriarán Merlo y realizan una minuciosa reconstrucción de la batalla dentro del cuartel y las consecuencias que trajo consigo el hecho.
—¿Qué lleva a 46 personas a tomar la decisión de intentar tomar un Regimiento?
—Se habían entusiasmado mucho en el último alzamiento carapintada. Habían advertido, lo que era cierto, que una porción muy importante de la sociedad se volcó a Campo de Mayo y rodeó el cuartel. Hubo una efervescencia interesante en términos insurreccionales y creyeron que podían reproducirla. La hipótesis era tomar el cuartel como si fueran carapintadas, esperar que las masas lo rodearan, descubrirse como militantes del MTP que habían detenido un golpe e iniciar con los tanques y la gente la larga marcha -hay 23,7 km de distancia- hasta Plaza de Mayo. La operación no fue tan sencilla como ellos suponían, nunca llegaron a los tanques, el subjefe del Regimiento Mayor Horacio Fernández Cutiellos estaba en una posición privilegiada, era buen tirador y los retuvo a la entrada. En los primeros momentos del combate sufrieron muchas bajas y después no tenían un plan de fuga. Era a matar o morir.
—Gorriarán Merlo era un tipo con mucha experiencia y llama la atención que no haya tenido en cuenta que todas las tomas de cuarteles en el país fracasaron como Azul, Monte Chingolo o Formosa. ¿Para qué insistió con algo que, estaba claro, tenía todas las posibilidades de fracasar?
—Hacían un cálculo muy voluntarista. Suponían que los militares estaban quebrados moralmente y no tenían convicción para hacerse cargo del desafío de pelear. Era bastante ridículo este menosprecio, porque lo único que hicieron los militares fue defenderse. Un dato que nos llamó la atención fue que La Tablada se convirtió en el bautismo de fuego de la caballería blindada argentina porque a Malvinas no llegaron.
—Otra de las cosas que siempre llamaron la atención es cómo un grupo de guerrilleros profesionales podían tener un comportamiento tan ingenuo.
—Tenían una confianza ciega en Gorriarán Merlo. La mayoría de los que entraron estaban en Nicaragua y vinieron al país uno y dos meses antes. No tenían la menor idea de la política argentina, de la situación del ejército, no conocían el terreno ni la cultura argentina. Eran lo que Eric Hobsbawm llamaba los revolucionarios profesionales, que circularon mucho en la región durante los ‘70 y los ‘80 entre Nicaragua, Guatemala, Panamá, Cuba.
—No les fue muy bien cuando intentaron reinsertarse participando en las elecciones de 1987.
—Creo que hubo un problema de ansiedad. El MTP se forma a mediados del ‘80. Lo presentan como un frente independiente, progresista, que quiere recomponer el tejido social, etc. Empiezan a trabajar en ese sentido, a invertir fondos. Publican la revista Entre Todos, que era muy buena y amplia. Se prueban electoralmente en 1987 y sacan algunos votos en Jujuy, en Córdoba, en el Gran Buenos Aires. Todos los militantes de la época creían que la tendencia era a crecer. Supongo yo, guiándome por las decisiones que tomaron después, que hicieron el siguiente cálculo: para tomar el poder por la vía electoral vamos a estar 20 ó 30 años y no tenemos ese tiempo, por lo tanto lo haremos por la vía de la insurrección.
—Además, después de las elecciones de 1987 estaba claro que el peronismo iba a ganar las presidenciales de 1989.
—Cuando se produce el ataque, el presidente puesto era Menem, que tomó La Tablada como una operación en su contra.
El presidente Alfonsín recorriendo el cuartel un día después del intento de toma. Foto: Archivo El Litoral
—¿Realmente el objetivo de ellos era la toma del poder?
—Querían agitar el río y ver qué pescaban. Producir algo como lo que pasó el 20 y 21 de diciembre de 2001. Creo que Gorriarán era consciente de que un golpe de Estado en términos clásicos iba a ser resistido por las fuerzas armadas, de seguridad, los partidos políticos y la sociedad. También hizo mucho daño la bajada de línea de Gorriarán a los sobrevivientes, porque no pudieron contar su versión de los hechos y procesar esa experiencia.
—¿Por qué no lo pudieron hacer?
—Cuando caen presos, Gorriarán centraliza todas las explicaciones y las apariciones públicas desde Uruguay. Hasta ahí se entiende como una táctica para resistir y pasar el peor momento. Después, cuando están todos presos y condenados les dice que la discusión la iban a dar una vez que estuvieran todos libres para evitar peleas que podrían perjudicarlos. Pero cuando salieron, Gorriarán les dijo que no se iba a hacer ninguna reunión, discusión ni plenario. Nada. Que iban a seguir sosteniendo que habían ido a parar un golpe.
—Está la hipótesis de que La Tablada es consecuencia de una operación de la Side de Nosiglia con el objetivo de producir un hecho de conmoción para que el gobierno radical pudiera reprimirlo y, de esa manera, erigirse en defensor de la democracia para mejorar su posición en las elecciones presidenciales, pero que en realidad salió mal porque Cafiero rodeó el cuartel con la policía más rápido de lo previsto y no pudieron salir.
—Si fue así, les salió muy mal porque el gobierno padeció mucho el episodio. Nosotros no distinguimos a ninguno que pudiera estar infiltrado de los integrantes del MTP, que fuera un doble agente como el Oso Ranier en Monte Chingolo. La iniciativa fue de Gorriarán y la toma fue organizada por un grupo pequeño de personas de la mayor confianza de él, que los trajo desde Nicaragua. Era difícil que fungieran como dobles agentes. Nosotros no creemos en eso.
—Otra cosa que aparece en La Tablada es el tema de los desaparecidos, que es poco conocido. No hay muchas personas que sepan que hay 4 desaparecidos.
—Hay dos que son los que se rinden en la Guardia de Prevención -Iván Ruiz y José Alejandro Díaz- y otros dos que los militares fueron a buscar donde los tenían reunidos luego de que se rindieron, que fueron Francisco “Pancho” Provenzano y Carlos “Sordo” Samojedny. Y hay una quinta víctima, Berta Calvo, que era secretaria de un conocido abogado laboralista porteño, Aldo Commoto, que estaba muy malherida con varios tiros de 9 milímetros en el estómago y, según dicen los asaltantes que sobrevivieron, los militares la asfixiaron con una bolsa.
—También hubo fusilados.
—No hay testimonios que acrediten efectivamente esta situación. Hay dos militantes que deciden rendirse y aparecen muertos. Está la sospecha de que lo fusilaron a Pablo Ramos, que en un momento lo pierden de vista y el cadáver aparece con un tiro a muy corta distancia. Es muy probable que lo hayan fusilado o rematado, pero también hay que decir que se ensañaron mucho con los cadáveres, les dispararon aún muertos. Todo debería haberse aclarado en el momento con pericias. Pero tampoco el ejército hizo ningún informe.
—¿Les queda alguna duda después de escribir el libro?
—Una es con qué informes de inteligencia se nutrió Gorriarán en los meses anteriores al asalto, porque él tenía su armado de inteligencia propio. Hacía 20 años que estaba en ese juego. Y la otra, ingenua si querés, es por qué se llamó Operación Tapir. ¿Porque era un bicho prehistórico en peligro de extinción? ¿Porque tiene un caparazón muy duro? Todo se lo llevó a la tumba.
—La otra cosa que dejó La Tablada fue el mejor documental filmado por la televisión argentina que es la cobertura de Crónica y que exhiben cada 23 de enero.
—Y que muestra sólo la punta del iceberg, porque el terreno donde estaba asentado el Regimiento tiene un primer terraplén y después una pendiente. El sector donde se combatió casi no se ve. Lo que se observa -que es muy impresionante- es el ingreso donde un tanque pasó por encima de los vehículos y el sector de la Guardia de Prevención donde hubo tiroteos tremendos.
—Además sirvió para generar un clima de terror en una sociedad que ya estaba asustada. El alfonsinismo se caía a pedazos, la crisis económica era terrible. Ver todo eso durante un día y medio impactó mucho en la gente.
—Además fue la primera batalla televisada. ¿Cuándo vimos un tanque tirando cañonazos pasando por encima de un vehículo? Nunca. Fusiles FAL disparando en vivo, tampoco.
“La Tablada fue como el estertor final de una etapa donde la acción armada era un camino para llegar al socialismo. Quienes tomaron el cuartel estaban entusiasmados con la lucha sandinista. Creyeron que ese modelo nicaragüense de rebelión insurreccional se podía trasladar a la Argentina y se equivocaron”.
El camión de Coca Cola con el que los terroristas ingresaron al cuartel. Foto: Gentileza de los autores.
“Creían que los militares estaban quebrados moralmente y que no tenían convicción para hacerse cargo del desafío de pelear. Pero por más burocratizados que estuvieran, cansados, mal pagos, fuera de estado, están entrenados para combatir, eliminar enemigos. Suponer que no van a cumplir con ese rol es ridículo”.




