José Luis Pagés
Poco antes de las 20.30 un automóvil que circulaba por la avenida Costanera se despistó, ascendió al cantero central y chocó contra una palmera.
El impacto y sus consecuencias no parecieron graves en un primer momento, pero quienes fueron a ofrecer su ayuda advirtieron que el conductor estaba descompensado.
Una ambulancia del Cobem llegó al lugar en contados minutos y un médico -un experto en emergencias como el Dr. Eduardo Wagner- apareció de entre el público para asistir al paciente que había entrado en paro cardíaco.
Wagner trepó a la unidad para practicar un masaje de reanimación cardiorrespiratoria y recién en ese momento reconoció en el paciente a Eduardo Baumann, un hombre con quien tenía “una relación de respeto y aprecio mutuo”. recordó.
“Estaba trotando a orillas de la Setúbal cuando escuché la sirena”, dijo el médico que fue director de la Dipaes (Servicio 107), “subí a la Costanera, y recién sobre la ambulancia lo reconocí Eduardo Baumann”.
Desde la unidad, se pidió al hospital Cullen la habilitación del shock room, “pero al llegar -se lamentó Wagner -, vimos que ya nada podíamos hacer por el amigo”. “En situaciones como ésta es cuando uno, como médico, siente la impotencia más tremenda”, agregó amargamente.
Eduardo Baumann, un hombre del periodismo, las artes y las letras, alguien que supo conquistar la simpatía de un público heterogéneo iba a compartir una cena con sus amigos y seguramente, una sobremesa desbordante de ese humor inteligente con el cual, naturalmente se prodigaba.
Lamentablemente, para Eduardo la rápida y acertada asistencia profesional nada pudo con una sorpresiva conjunción de adversidades.
Contra lo que indica la razón, los hechos se dieron para Eduardo como si “el ángel de lo raro” hubiera estado de guardia anoche. Una ocurrencia de Poe que me habría gustado compartir con él, alegremente, en el café de una esquina cualquiera.
































