"El Negro es un gato tranquilo, distante, tosco a veces, sin ser grosero. Mi papá y yo fuimos a buscarlo una tarde a la Sociedad Protectora de Animales de París. Habíamos llegado tiempo atrás a Francia, y yo me sentía muy solo".
Escrita con simpleza para tocar temas profundos, la obra de Osvaldo Soriano reaparece como testimonio del desarraigo durante la dictadura. Es una fábula para todas las edades.

"El Negro es un gato tranquilo, distante, tosco a veces, sin ser grosero. Mi papá y yo fuimos a buscarlo una tarde a la Sociedad Protectora de Animales de París. Habíamos llegado tiempo atrás a Francia, y yo me sentía muy solo".
Entre las novedades de Editorial Planeta, está la reedición de "El Negro de París", el único cuento dirigido a los chicos que escribió Osvaldo Soriano. Narra las vicisitudes de un chico argentino al abandonar su país junto con sus padres durante la dictadura militar de 1976.
Una vez en la capital francesa, donde como todo exiliado tiene que adaptarse al nuevo entorno, se topa con el Negro, un gato de misteriosos poderes, con el que emprende un viaje a través de los techos, que lo lleva hasta la Torre Eiffel.
La historia es simple pero el texto tiene una hondura que lo convierte en una joya en el corpus del autor, que trabajó otras veces la idea del exilio. "El Negro de París" cruza la nostalgia por lo perdido con lo luminoso del reencuentro.
La ternura que pone en primer plano el autor está sin embargo atravesada por el dolor del desarraigo y por la capacidad infantil de construir sentido en el caos. Ahí, el gato se convierte en cómplice y puente entre dos mundos: la infancia y el futuro.
Esta premisa cobra mayor interés a partir de un dato extraliterario: el propio Soriano sentía una especial predilección por los gatos. "Tenía una relación muy cariñosa y los gatos con él", aseguró el año pasado a TN el biógrafo Ángel Berlanga.
Aunque fue publicado como obra juvenil, "El Negro de París" excede tal clasificación. Es que su narrador habla desde la sencillez, pero el trasfondo posee enorme densidad: el terror político, la extranjería y la nostalgia son temas que no saben de edades.
Soriano, que vivió el exilio en carne propia durante los años de plomo, trabaja con economía de recursos: no abusa de adjetivos, ni de dramatismo y pese a todo logra conmover con un nivel de autenticidad que por momentos roza lo brutal.
En este sentido, la escritura es un refugio. El niño aprende a expresarse francés, se adapta, pero no olvida. El cuento sugiere que el idioma, como el gato, como la historia misma, pueden ser tanto una jaula como un puente.
"Los gatos tienen un lenguaje que no comprenden quienes no aceptan el misterio", afirma. Eso vale también para la literatura, para la patria y para la memoria.




