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La paradoja del ladrillero: vivir en casas con paredes de nylon

En la zona de calle Miguel David, de Paraná, hay un barrio de ladrilleros. A la intemperie, pisan el barro, cortan los ladrillos y arman los hornos. Bajo el frío o el sol inclemente. Sin embargo, sus viviendas no son de material.

La paradoja del ladrillero: vivir en casas con paredes de nylonLa paradoja del ladrillero: vivir en casas con paredes de nylon

Lunes 24.9.2018
 15:08

Fabián Reato | redaccion-er@miradorprovincial.com

En la zona de calle Miguel David, de Paraná, hay un barrio de ladrilleros. A la intemperie, pisan el barro, cortan los ladrillos y arman los hornos. Bajo el frío o el sol inclemente. Sin embargo, sus viviendas no son de material.


No es fácil llegar hasta el barrio. Es como si alguien hubiese pensado en ocultarlos, en alejarlos no sólo del centro sino también de las calles, de los vecindarios. Es el barrio de los ladrilleros, un conjunto de viviendas hechas con palos y nylons negros, desparramadas en un inmenso baldío ajeno.

Vaya paradoja: los que día a día amasan, arman y cocinan ladrillos para que se construyan los edificios y las casas de la ciudad viven en estructuras sin paredes sólidas.

“Tenemos que vender hasta el último ladrillo para poder comer”, dicen, aunque no se escucha como una queja.

Gustavo Cabral

Foto: Gustavo Cabral

Igual que siempre

El oficio de ladrillero es antiguo. Estudios arqueológicos revelan que hace 11.000 años ya se trabajaba el adobe para darle la clásica forma y luego llevarlos a un horno. Desde entonces hasta ahora, la humanidad evolucionó en su ciencia y tecnología, hacia la informática, los vuelos espaciales, las impresiones 3D. Sin embargo, en la zona de Miguel David y Pedro Martínez de la capital provincial el proceso para fabricar ladrillos sigue siendo el mismo: se mezcla la tierra con bosta de caballo, se moja y se pisa, se cortan los ladrillos con un molde, se dejan secar al sol, se arma un horno con los mismos ladrillos y luego se queman.

Finalmente, hay que venderlos y reinvertir parte de lo obtenido en comprar materia prima para poder reiniciar el proceso.

Solidarios

Aquel asentamiento es un barrio y también una cooperativa. Algunas familias son parientes entre sí, otros amigos, todos solidarios. Se prestan sus herramientas, se dan una mano cuando necesitan, se ayudan para contratar el camión que les traiga la cama de caballo y así ahorrar gastos.

Son la Cooperativa Ladrilleros Paraná y trabajan todos los días, feriados o no, al sol, al viento, al calor y al frío.

Ramón es el presidente de la Cooperativa y hace 20 años que trabaja de eso. Tiene 36 y muchas agachadas. Es que, según calcula, al día por su trabajo tiene que inclinarse un promedio de 2.000 veces. Esas flexiones, claro está, han ido dejando sus consecuencias en su cintura y columna. Tiene 36 años y tres hijos.

Aprendió el oficio viendo trabajar a su padre.

“A los 14 años empecé. Primero acarreaba barro y después me fui largando solo”, cuenta a MIRADOR ENTRE RÍOS mientras no para de formar ladrillos, negros como el petróleo que va poniendo en hilera en el piso de tierra. Luego de unos días (dos o tres en verano, más de 10 si es invierno) estarán grises y secos y listos para otra etapa de la producción.

Antes hubo que preparar el adobe. El pisadero es una zona circular de unos 5 metros de diámetro. Allí se vuelca la tierra y se la mezcla con agua y bosta de caballo (la bosta o cama de caballo hay que ir a buscarla a establos y pagar el transporte. Antes, tenían la posibilidad de ir al hipódromo pero actualmente les resulta más complicado). Una vez que la mezcla está lista hay que pisarla.

“Hace mucho se hacía con una rueda y un caballo pero ahora se hace con un tractor”, nos explica. Eso también tiene su costo. El tractorero cobra 500 pesos por hora de trabajo y se necesitan más de un par para terminarlo.

Ya secos, los ladrillos son ubicados para formar el horno. Se requiere una pericia milimétrica y minuciosa para construirlo. Tiene una forma exacta que permita hacer fuego en la base, proveer de la ventilación necesaria para la combustión y lograr que el calor circule por toda la estructura. Se dejan bocas donde colocar la leña (que se debe comprar junto con desechos de madera, y también pagar el transporte) y rendijas en distintas posiciones y sentidos para la aireación.

Gustavo Cabral

Foto: Gustavo Cabral

Sin elección

“Es un trabajo duro, muy duro –repite Ramón– Hay que agacharse a cada rato, hacer fuerza, cargar peso. La salud se resiente”.

Todo el proceso de producción se realiza a la intemperie. En invierno no se puede empezar a trabajar antes de las 9 o 10 de la mañana porque el barro está congelado. En verano, el sol fulmina todo lo que se mueve, antes del mediodía. En ese campo, las inclemencias del tiempo son mucho más impiadosas que para el resto de los mortales. Siempre hay que estar atento a que no llueva o sople viento, para salir corriendo a cubrir con nylon los ladrillos que se secan o bajar las pilas para que no los destroce.

“No, no me gusta, pero no hay otra cosa –admite, sin parar de formar rectángulos barrosos– No lo elegiría como trabajo. Nunca lo elegiría”.


“Necesitamos políticas públicas”

En Paraná hay más de 60 hornos de ladrillos desparramados en la zona sur-este del ejido de la ciudad. Son alrededor de 700 familias que viven de ese duro oficio. Pero hay otras ciudades entrerrianas con una fuerte producción ladrillera artesanal: en Santa Elena hay más de 70, en Concordia alrededor de 80 y en Victoria superan los 60.

Todos padecen las mismas carencias: no cuentan con cobertura social, jubilación u otros beneficios de la clase trabajadora.

“Las necesidades más urgentes tienen que ver con tener políticas públicas para el sector ladrillero. Estamos reclamando que el Estado, tanto nacional, como el provincial y el municipal de alguna forma nos incorporen a las políticas de los sectores productivos”, manifestó Federico Feltes, delegado de la UOLRA (Unión Obrera Ladrillera de la República Argentina) en Entre Ríos.

“Nuestra realidad es compleja y difícil. Los trabajadores necesitan con urgencia políticas públicas para poder seguir con un ciclo de producción continua. Por ejemplo, la construcción de un parque ladrillero y tener la posibilidad de venderle al Estado”, sintetizó Feltes.

Es que en otras oportunidades han gestionado la posibilidad de que el Estado provincial les compre su producción para las obras que realiza. En principio, la respuesta era no porque los ladrilleros no contaban con el monotributo necesario para facturar. Una vez que hicieron ese trámite, la repuesta siguió siendo negativa porque al Estado le convenía más comprarlo en otras provincias.

“Para que la economía popular se desarrolle, el Estado tiene que generar políticas públicas que lo sostengan. Hay antecedentes en Chaco donde se conformaron consorcios ladrilleros, en otras provincias también el Estado compra ladrillos de la localidad pero nuestra provincia no compra a nuestros trabajadores locales”, afirmó Feltes.

“Estamos construyendo este sindicato. Las necesidades del sector no sólo son productivas sino también de vivienda, de salud, de muchas cuestiones. Decimos que es una actividad milenaria y millonaria porque genera mucho dinero pero con trabajadores postergados, pobres, muy pobres. No tienen vivienda o son muy precarias. Siempre dijimos que hay que hacer visible una actividad que genera mucha mano de obra pero que el Estado no le está dando la importancia que se merece”, continuó.

Explicó que los ladrilleros venden su producción a quienes llegan hasta los hornos a comprar con sus propios camiones.

“Le estamos vendiendo al que venga, no hay nadie concreto. No nos da el volumen para venderles a las empresas. Por eso el circuito no está garantizado. Si pudiéramos vender en un circuito productivo más grande sería mucho más fácil, podríamos acopiar adobe, tenerlo sin quemar. Pero eso no es una realidad”, indicó.

Un mes para poca plata

Todo el proceso de producción puede llevar hasta un mes, según el estado del tiempo y los días. Luego, cuando se consigue comprador la ganancia araña el 20% ya que el resto del dinero hay que destinarlo a los gastos que se necesitan hacer para empezar de nuevo.

Después de quemar el horno, hay que esperar al menos una semana para sacar los ladrillos cocidos.

“Con la plata llegamos justo y ahí. A veces, cambiamos la plata, después de 10 horas de trabajo todos los días”, calculó un ladrillero.

Acuerdo con la Comuna

El intendente Sergio Varisco se reunió con Federico Feltes, con el fin de llegar a un acuerdo para que el Estado Municipal adquiera la producción que realice la cooperativa Ladrilleros Paraná.

Asimismo, en el encuentro concretado días atrás, se trataron temas de la problemática constante que presenta el sector de la ciudad donde ellos se encuentran emplazados.

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Paraná

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