Por Miguel Ángel Asensio
Belgrano propugnó premios, escuelas, estadísticas, ramos específicos, técnicas agrícolas, compañías de seguros, caminos, puertos, puentes, navegación, posadas y postas.
Por Miguel Ángel Asensio
Cuando Belgrano tiene seis años se crea el Virreinato del Río de la Plata (1776), una medida de impronta estratégica, siendo Carlos III el monarca español. El contexto de política económica era mercantilista, prevaleciente entonces en las potencias, aunque con caracteres nacionales propios.
El nuevo virreinato
Muy pronto, Carlos III, quien antes fuera Rey de Nápoles, dictará el Reglamento de Libre Comercio (1778), que mejoró la posición del Río de la Plata dada la restrictiva preexistente. Desde muy pocos puertos habilitados en España e Hispanoamérica, el sistema amplióse a 24 para el intercambio con España, incluyendo a Buenos Aires y potenciando su rol ya visible.
Ello no alteraba totalmente un esquema de comercio regulado donde el intercambio con otras naciones no estaba habilitado, salvo excepciones. La connotación de “libre” implicó “menos limitado”, pero no “liberado de toda traba” sobre contrapartes. Lo ejercían, además, comerciantes monopolistas.
Mientras crecía el hinterland portuario era manifiesto el avance pecuario y la economía del cuero. Al norte resaltaba un área productora de plata y su periferia cercana, con otras ligadas a la yerba mate o el tabaco, de un lado y el vino y aguardiente, del otro. En el centro y el litoral, el espacio productor de mulas nutría a aquélla economía “argentífera”.
El novel Virreinato, pese a crecientes impuestos ingresados por la Aduana de Buenos Aires, no era fiscalmente autosuficiente y dependería un tiempo, de los giros de Potosí. En Buenos Aires y otras poblaciones, se cultivarían granos en “zona de chacras”, pero con rezago en relación a la ganadería. Años después, Belgrano señalaría tal retraso.
En España se intentaba reformar la estructura feudal. Allí focalizarían sus esfuerzos Carlos III y sus Ministros “ilustrados”, sobresaliendo Pedro Rodríguez Campomanes, servidor de la Corona por cerca de tres décadas.
Itinerario económico
En el itinerario “económico” belgraniano, luce una fase inicial de estudiante, estudioso vocacional e integrante de Academias -entre otras Salamanca y de Santa Bárbara-, y otra donde destaca como “actor”, desde su designación (1794) como Secretario del Consulado de Buenos Aires, institución modernizante creada para entender en los litigios del comercio y para su “fomento y protección”.
A partir de 1810 la Revolución obliga. Desde miembro de la Junta hasta gestor de proyectos sobre la forma de gobierno por adoptar y luego sacrificado militar inexperto, se aleja de esos aspectos. Tras más de 20 años ligado a estudios o cuestiones económicas concretas vendrían 10 intensísimos donde la actividad político-militar ocuparía un espacio superlativo hasta su agravamiento y deceso en 1820.
Así, hay en cuestiones económicas, una fase de estudio y especulativa, hasta 1794-96 y otra como funcionario real y “actor” luego, donde la realidad influiría en sus planteos de “español americano” en la fase “Consular”.
En doctrina, el pensar belgraniano tienen tres expresiones: a) Las traducciones realizadas en España y en nuestro país; b) Las Memorias leídas ante el Consulado como Secretario; c) Los artículos del Correo de Comercio que fundara y dirigiera.
Las primeras consisten en la correspondiente a las Máximas económicas para el gobierno de un país agricultor (1794), de Francois Quesnay, jefe de la escuela fisiocrática y los Principios de la Ciencia Económico Política (1796), integrada a su vez por una obra del Margrave de Baden, así como por los Orígenes y progresos de una Ciencia Nueva, de Pierre S. Dupont de Nemours, integrante destacadísimo y difusor de las ideas de los llamados economistes ligados a Quesnay.
Las segundas son muy importantes al expresar su rol de actor económico pues constituyeron a la vez piezas informativas, doctrinales y propositivas sobre aspectos ligados a los fundamentos económicos de erección de los Consulados hispanoamericanos.
En tercer lugar, como las Memorias, desde marzo de 1810, los artículos del Correo de Comercio exhibirían directa o indirectamente los principios sostenidos por Belgrano o bajo su dirección, por quienes lo acompañaron en su redacción.
Influencias doctrinarias
Ello denota varias influencias: 1) Las específicas españolas donde resalta Campomanes pero no oculta otras académicas; 2) La fisiocrática sin omitir a Mirabeau- demostrada en sus traducciones, destacada por estudiosos en España y Argentina, y por referencias en sus escritos; 3) La de origen italiano donde destacan Antonio Genovesi y Ferdinando Galiani; 4) La de Smith, los “agraristas” y otros.
Campomanes, quien fuera influido por Ward, surge explícito en las Memorias, pero para 1790 su rol declinaría. Reformador liberalizante aún encuadrado en los límites del esquema sociopolítico borbónico, impulsó las “sociedades económicas de amigos del país” para discutir cuestiones referentes a la modernización española y colonial, creándose varias en América pero no en Buenos Aires.
Las ideas “peninsulares” importan. Belgrano dejó el país con 16 años y pasó casi siete en España. Retornado, dejaba casi un tercio de vida en la Metrópoli, alcanzando madurez profesional. Hay pruebas de su conocimiento de Foronda, también caro a Vieytes, el probable de Victorián de Villava y Alonso Ortiz -traductores de Genovesi y Adam Smith- y pudo tener noticias del aragonés Normante, el valenciano Danvila o el catalán Capmany, dada tal estancia ibérica.
Se mostrará estudioso de la economía con las traducciones fisiocráticas y al exhibir la huella teórica “napolitana”, que atravesó España. Fiel funcionario real hasta 1810, exaltará la “primacía” agrícola, pero relativizándola pronto al impulsar una estructura económica trisectorial en la Memoria de 1796 titulada “Medios generales de fomentar la agricultura, animar la industria y proteger el comercio en un país agricultor”. Será claramente “desarrollante” al propugnar premios, escuelas, estadísticas, ramos específicos, técnicas agrícolas, compañías de seguros, caminos, puertos, puentes, navegación, posadas y postas. Y también audazmente “redistributivo”, impulsor precoz de la entrega de tierras o su dación en enfiteusis para combatir la pobreza y ociosidad.
Agregará su defensa fervorosa de la concurrencia y la paralela crítica de los gremios o corporaciones de oficios, la ponderación del interés personal, su definición “genovesiana” del comercio como “cambio de lo sobrante por lo necesario” y el recuerdo de Smith al identificarlo como mecanismo de lograr el oro que no se posee, la exaltación dieciochesca de la “felicidad pública” ligada a la educación o la apología de la industria, pues “ni la agricultura ni el comercio serán suficientes sin ella para alcanzar aquélla felicidad”, aunque años antes, como convencido integrante de la España Americana se mostrara mercantilista al atribuir ese rol a la Metrópoli, como transformadora de las materias primas coloniales.
(*) Serie producida para El Litoral por la Junta Provincial de Estudios Históricos.