Por María Teresa Rearte
Los tiempos que corren requieren una actitud que convoque al ejercicio de las fuerzas espirituales del ser humano. Y para esta tarea se apele a la virtud de la fortaleza, que como cultivo de sí y como don de Dios se relaciona con el espíritu de las bienaventuranzas evangélicas.

Por María Teresa Rearte
El pensamiento como los sentimientos, las vivencias y el obrar de los seres humanos, alcanzan su potencia expresiva por medio de la palabra. Lo digo para referirme a la poesía. Y en particular a mi libro "Habitar la pausa", de reciente publicación.
Desde el inicio y como lo afirmo en el prólogo, proponía leerlo teniendo presente los rasgos de la cultura propios del tiempo en el que fue escrito. Ahora a ese momento existencial tendríamos que añadirle la prolongada situación de pandemia que nos aflige y que en distintos aspectos ha alterado el desenvolvimiento de la vida humana. E impuso el confinamiento no sólo por las medidas dispuestas por las autoridades competentes, sino también por la propia actitud prudencial tanto como por el cultivo de las virtudes, que invita a perseverar en medio de la adversidad y las pérdidas que sufren las personas y las naciones.
Personalmente no pienso en una sola forma de relación e interacción entre el lector y el libro. Sino en una experiencia dinámica y polifacética, que desoculta los diferentes aspectos de la realidad y el discurrir histórico. Y configura el "instante" en el que un autor o autora, como en este caso, deja transparentar su percepción personal en lo que escribe. También en la forma como lo hace.
No obstante el desgano conque a veces se la mira, la poesía no ha dejado de sensibilizar a los seres humanos de nuestro tiempo. Tampoco debe dejar de hacerlo. Menos en este particular momento que atravesamos. En el que traigo a la memoria la imagen del Papa Francisco en la oración con la plaza de San Pedro totalmente vacía, oportunidad en la cual habló de las "densas tinieblas que han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades" y en como "se fueron adueñando de nuestras vidas, llenando todo de un silencio que ensordece y de un vacío desolador que paraliza todo a su paso. (…) Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estamos todos en la misma barca." (27/03/2020)
Pienso que los tiempos que corren requieren una actitud que convoque al ejercicio de las fuerzas espirituales del ser humano. Y para esta tarea se apele a la virtud de la fortaleza, que como cultivo de sí y como don de Dios se relaciona con el espíritu de las bienaventuranzas evangélicas (Cf Mt 5, 1-12). Que lejos de la indiferencia y el hastío de la vida sostiene en el hambre y la sed de nuestro ser finito.
La poesía no es insensible ante la magnitud de los dramas humanos. No lo fue, ni lo es a posteriori de la pandemia del covid-19. Aunque como los versos de este libro sea poesía escrita antes de este drama que atraviesa el mundo. Por lo que el poetizar refleja la dimensión de la temporalidad humana. Y a los trazos de "Habitar la pausa" habría que asumirlos en su dimensión profunda tanto como en sus coordenadas que rescatan el valor de lo humano. Y la marcha del acontecer histórico.
En tanto la velada presencia de Dios acompaña la vida y las búsquedas, el andar y los desvelos, la paz como las tormentas de la naturaleza, el amor y el dolor, los grandes ideales y sentimientos humanos. También el naufragio de la criatura humana que corporiza sus frustraciones y caídas. Hasta la muerte. Sin que ésta acabe con el dinámico buscar que acompaña las inquietudes humanas de unos y otros y se prolonga en la historia.
Sabemos de los anhelos junto a las decepciones y aún los fracasos del hombre. Y no obstante el bullir persistente de sus búsquedas y demandas. Bajo el cielo en el planeta tierra que habitamos, el mercado como el cálculo en cuanto expresión unidimensional del quehacer humano, no han logrado suprimir el rostro del Dios de la vida. Ni las aspiraciones por un futuro de justicia y amor.
Ciertamente la fuerza vinculante del Verbo que trae la vida sigue motivando el buscar del hombre peregrino. "En todas nuestras decisiones subyace siempre una motivación que valoriza o desvaloriza al hombre, en la persona de nuestro prójimo y en nuestra propia persona. Es importante aprender a leer en los hechos de nuestra vida y de la historia la vara que mide o aquilata el valor del hombre." (*)
Si bien las actividades artísticas reflejan un aspecto liberador, la obra literaria, y la poesía como tal, lo traduce y potencia de un modo especial, y lo transforma en verbo de esperanza. Precisamente porque el Verbo de Dios ha entrado en la historia de los hombres. Y compromete nuestra libertad para el profundo despliegue de las posibilidades humanas.
"Habitar la pausa" es una publicación de 96 páginas en formato digital, de la Editorial de la Universidad Católica de Santa Fe. Invito a leerla y vivir la propia experiencia de su lectura.
(*) María Teresa Rearte, "Recogimiento y quietud", pág.53. Edic. de la autora. Santa Fe, septiembre 2001.
Los tiempos que corren requieren una actitud que convoque al ejercicio de las fuerzas espirituales del ser humano. Y para esta tarea se apele a la virtud de la fortaleza, que como cultivo de sí y como don de Dios se relaciona con el espíritu de las bienaventuranzas evangélicas.
Si bien las actividades artísticas reflejan un aspecto liberador, la obra literaria, y la poesía como tal, lo traduce y potencia de un modo especial, y lo transforma en verbo de esperanza.




