Fines de marzo, inicio de cuarentena. Dentro de todo lo malo, algo alentador, un pájaro marrón y gris, decidió complacer mis mañanas. Creo que es una calandria, veo en Google una imagen bastante parecida.
La calandria no es el hermoso tornasolado pájaro de los cuentos de hadas, más bien es opaco, canilludo y camina a chuecas con bastante poca elegancia. Pero compensa, su canto es sublime, no sólo por lo melódico, sino porque atraviesa como flecha distancias insondables.
Fines de marzo, inicio de cuarentena. Dentro de todo lo malo, algo alentador, un pájaro marrón y gris, decidió complacer mis mañanas. Creo que es una calandria, veo en Google una imagen bastante parecida.
Los días pasan rápido, abril ya promedia, treinta días de cuarentena; la calandria se adueñó de mis amaneceres; sigue visitando religiosamente mi ventana, me avisa del nuevo día, me avisa que sigo vivo.
Yo espero su llegada, su melódico agasajo, con tiempo de sobra, como alguna vez esperé a mi novia. Efecto colateral del aislamiento, se aplazaron mis urgencias de hijos a la escuela.
Para ser justo, no es el hermoso tornasolado pájaro de los cuentos de hadas, más bien es opaco, canilludo y camina a chuecas con bastante poca elegancia. Pero compensa, su canto es sublime, no sólo por lo melódico, sino porque atraviesa como flecha distancias insondables.
Principios de junio, ya van cincuenta días de cuarentena. La calandria con frecuencia me encuentra en la cama, escribiendo o pensando qué escribir. Viene a mi memoria “El Cuervo” de Poe.
Se me ocurre que, de alguna manera, esta armoniosa visitante bien podría ungirse como metáfora de la pandemia.
Seguro que siempre estuvo por acá, pero ahora tomó relevancia, la veo, la disfruto, me inspira y todo por estar. Por estar acá, encerrado. Renovación de la vida en sociedad, “la nueva normalidad” que le dicen.
... El regreso a lo natural, el avance de mundo animal sobre esta desgastada humanidad.
Más aún su aspecto terroso contrastando con su canto lírico, bien podría relacionarse con el triunfo de lo sublime; lo espiritual frente a lo material.
Fines de junio, la cuarentena se distiende. Aprovecho para salir a hablar con mis vecinos. Ellos también la disfrutan, les canta a todos, seguro estarán extasiados con la serenata matutina. Bien los conozco; o eso creía.
Juan Carlos y Marcela, la pareja de enfrente, me confiesan que nunca la escucharon, pero prometen estar atentos. Sé que me mienten, no les importa.
El viejo Pedro, pone cara de fastidio cuando le hablo de mi dulce solista emplumada. Dice que lo despierta, que por su trabajo se acuesta muy tarde, que lo tiene harto y bla, bla, bla.
Me sentencia a que la espante, sino buscará la gomera...
Por fin Mercedes, la viuda de la esquina, me cuenta que sí, que está encantada y que su nieto prepara una vieja trampera, quiere cazarla, ponerla en el jaulón vacío del fondo del patio para escucharla todo el día.
¡Desilusión pura! Arruinan la metáfora.
Llega julio y mi calandria canta a las siete como si nada; ignora desatentos, trampas, y gomeras. Sólo canta.
Hoy es miércoles. Miércoles 15 de julio, más de cien días de cuarentena. Al fin despierto, sí que era una metáfora, y una de las perfectas.
Cada observador ve su propia realidad. Como con la pandemia. Muchos deciden ignorarla y seguir su vida como si nada. Otros pretenden llevar agua para su molino, ignoran al semejante, sólo son ellos y su placer terrenal. Hay quienes creen que se debe poner fin a la novedad y cargan su gomera.
Pero también estamos nosotros, los esperanzados, los soñadores (ilusos), que juramos ver señales que anuncian un tiempo mejor, incluso en un trivial pajarito.
La calandria sigue viniendo a diario, hoy me asomé para tocarla. Por supuesto se espantó; desde mi ventana la observé alejarse, volando al cielo infinito.
Volví a recordar al Cuervo de Poe, pero mi pájaro ni siquiera me dedicó una mirada. Y entonces terminé de comprender.
Juan Carlos, Marcela, el viejo Pedro, Mercedes y la calandria y el cielo, son parte de lo mismo, igual que yo.