
por Rogelio Alaniz
ralaniz@ellitoral.com
De las elecciones de febrero de 1946 se sabe que ganó el peronismo, pero se sabe menos de los derrotados, es decir, de la Unión Democrática (UD), la coalición política liderada por la UCR y en la que participaron socialistas, demoprogresistas y comunistas. Hubo otros nucleamientos políticos menores y la participación de los conservadores de Córdoba, ya que en el orden nacional el radicalismo vetó la participación de sus tradicionales y enconados enemigos de la década del treinta, veto que para algunos observadores permitió que el peronismo pudiera imponerse. Regresemos a la Unión Democrática. El folclore peronista la presentó en los años sesenta como la encarnación del mal, la alianza de los vendepatrias, oligarcas y explotadores del pueblo argentino. Desde la izquierda nacional se teorizó acerca de esa coalición que desde los orígenes de la historia, desde los tiempos de Rivadavia y Mitre, expresó los intereses antinacionales. Como la Unión Democrática fue derrotada, y acto seguido se disolvió como coalición, todas las imputaciones que le llovieron no encontraron a nadie en condiciones de refutarlas, entre otras cosas porque los propios integrantes de la UD -algunos por convicción, otros por oportunismo- renegaron de ella. Ya en los años sesenta, la UD era algo así como un mito negativo y dejó de ser un sustantivo para transformarse en un adjetivo. A partir de allí todo acuerdo de fuerzas políticas no peronistas empezó a ser estigmatizado con ese adjetivo. Unión Democrática y “gorila” se transformaron en sinónimos. Y no conformes con ello, sobre la UD cayeron todas las acusaciones posibles e imposibles: elitistas, enemigos del pueblo, entregadores, etc., etc., etc. ¿Todos malos? La gran mayoría estaba marcada por un estigma a veces más grave que el de ser malo: incapacidad casi congénita para entender la realidad nacional. Sometida a la reflexión histórica, la realidad de la UD no es como la presenta el folclore peronista. Ojo. Esto no quiere decir que sea exactamente lo opuesto y que ahora los héroes sean los venerables y almidonados candidatos de la UD. Repasemos algunos hechos. La Unión Democrática como tal, se constituyó formalmente en noviembre de 1945, pero esa constitución formal estuvo precedida de acuerdos y entendimientos que se habían desarrollado a lo largo de seis o siete años. Ya en tiempos de la presidencia de Roberto Ortiz, hubo acuerdo de partidos políticos en algunos puntos básicos relacionados con la democracia y la paz. Esta unidad democrática era, por principios, anticlerical y antifascista. Sus modelos ideales fueron las socialdemocracias europeas y los frentes populares que se constituyeron en aquellos años para enfrentar al fascismo. Al golpe de Estado del 4 de junio de 1943, el populismo lo presenta como una decisión preventiva para impedir la candidatura de Robustiano Patrón Costas, el empresario azucarero salteño de filiación conservadora y de abiertas simpatías pronorteamericanas. ¿Fue así? Fue una posibilidad, pero no la única. La otra lectura es que el golpe se dio porque los militares nacionalistas y clericales estaban espantados por una probable victoria de esa unidad democrática entre radicales, socialistas, comunistas y demócratas progresistas. De hecho, el 4 de junio se produjo la respuesta militar, nacionalista y tal vez fascista, contra soluciones más o menos progresistas o más o menos conservadoras, pero de signo democrático y abiertamente antifascista. O sea que la UD no cayó del cielo ni fue la respuesta improvisada de un puñado de políticos asustados por las movilizaciones del 17 de octubre. Al respecto, corresponde recordar que un mes antes de las jornadas populistas de octubre se realizó en las calles de Buenos Aires la movilización en defensa de la Constitución y la Libertad. La marcha salió del Congreso y concluyó en la Recoleta. Hasta los observadores más críticos admiten que por lo menos hubo en esa marcha unas 200.000 personas, número no muy diferente del que se convocó para reclamar por la libertad de Perón el 17 de octubre. ¿Fueron iguales estas marchas? No tanto. Ya para esa fecha estaba presente otra variante que en política hay que tener en cuenta, y esa variante, era la de clase. En la marcha democrática de septiembre hubo multitudes, pero lo que predominaba eran las clases medias y altas, mientras que en octubre en Plaza de Mayo apareció un nuevo actor social y político: una clase obrera que aquella noche estableció una relación singular con un líder. ¿La presencia obrera le otorga rango justiciero a una marcha? Un tema que históricamente merece discutirse. Para fines de 1945, los poderes económicos tradicionales: Unión Industrial, Bolsa de Comercio, Sociedad Rural Argentina y numerosas entidades apoyaron decididamente a la UD. El peronismo, por su parte, no estuvo solo. Disponía de los recursos del Estado, y los soportes de las Fuerzas Armadas, la Iglesia Católica, las organizaciones obreras y los capitales alemanes. Decía que la UD se constituyó en noviembre de 1945. Su programa político era socialmente avanzado y en más de un aspecto mucho más progresista que el del peronismo. El mismo día de las elecciones, Tamborini, el candidato presidencial, declaró que éstos serán los últimos comicios en los que no participaba la mujer. Y no se equivocaba, aunque el voto de la mujer no vendría de la mano de los que siempre lucharon por esa causa, sino de un peronismo que olfateó las posibilidades electorales de esa iniciativa que, ya en 1942, estaba aprobada por la Cámara de Diputados. El acuerdo de la UD no fue muy prolijo. Las desconfianzas y recelos entre los aliados estaban a la orden del día. A ello había que sumarle las refriegas internas entre radicales intransigentes -liderados por Frondizi-, Balbín y Lebensohn, y el Unionismo, la corriente política “conservadora” de la UCR, identificada con el antipersonalismo y el alvearismo. La fórmula presidencial se integró con dos dirigentes radicales: José Pascual Tamborini y Enrique de las Mercedes Mosca. Tamborini había sido diputado, senador y ministro del Interior de Alvear. Y Mosca, gobernador de Santa Fe entre 1920 y 1924 y diputado nacional. También había acompañado a Marcelo T. de Alvear en las elecciones de 1938. Se trataba de dos dirigentes radicales honorables, pero con visibles límites para entender una coyuntura histórica clave como la del 45. No deja de ser una paradoja política que en un momento histórico tan importante como el de esos años, el partido mayoritario hasta ese momento, la UCR, llevara como candidatos en una alianza con la izquierda no a sus sectores renovadores y progresistas, la Intransigencia, sino a “los viejos carcamanes” del unionismo. Para fin de ese año, los peronistas y la UD iniciaron sus giras por el interior. No iban a ser pacíficas. Abundarán los enfrentamientos entre seguidores de una facción y otra; también las emboscadas, algunos tiroteos y las correspondientes víctimas. Perón y Evita -una Evita que todavía no era el personaje de leyenda que íbamos a conocer unos años después- harán tres giras: una al norte, otra hacia Cuyo, y otra al litoral. Lo harán en tren y en todas partes serán recibidos por multitudes. En esos baños de pueblo se consolidó la mística peronista. La locomotora que tiraba los vagones también participaba de la fiesta con su apodo sugestivo: “La Descamisada”. La UD, por su parte, hará sus giras por las provincias. Los dirigentes eran recibidos en pueblos y ciudades por multitudes enfervorizadas decididas a luchar para derrotar al nazifascismo. La “Caravana de la libertad” sufrió atentados que incluyeron uno o dos muertos, pero nada impidió que sus dirigentes estuvieran presentes en todas las tribunas. Faltaban semanas para la elección y todo parecía indicar que la UD, la coalición que nucleaba a los partidos tradicionales se impondría en toda la línea. Ése fue uno de los problemas de la UD: estaban tan seguros de que le ganaban al coronel aventurero que no se privaron de cometer todos los errores posibles; incluso, el de permitir que Braden -el embajador norteamericano- les maneje la campaña. Pero para la primera semana de enero de 1946 no importaban o no eran tenidas en cuenta. (Continuará)
Es una paradoja política que en un momento histórico tan importante, la UCR llevara como candidatos en una alianza con la izquierda no a sus sectores renovadores y progresistas, sino a “los viejos carcamanes” del unionismo.




