El marcado descenso en la vacunación de niños y adolescentes argentinos es una cuestión seria, peligrosa y urgente. La vacunación de los adultos también está en descenso, y esto es igual de serio. Entonces, desde aquí convido a mirar cómo estamos de vacunas en casa, o bien preguntar en el centro de salud o en los otros puestos de vacunación que se implementen.
No se trata ahora de buscar culpables ni de señalar a nadie con el dedo, sino de completar cada uno su calendario de vacunas, por el propio bien y por el bien de todos. De esta manera, la Navidad será más tranquila y el año nuevo será mejor.
Mientras tanto, tengo entre manos un libro notable sobre lo que pasó en una ciudad parecida a Santa Fe. Entre los primeros casos hubo dos niños. Y hubo muchos otros niños desafortunados a lo largo de la peste, aunque al parecer el infortunio infantil no despertaba tanto interés como las bubas adultas.
Aunque diferente, la ciudad de Porto, en Portugal, se yergue como Santa Fe a la vera de unas majestuosas aguas fluviales. La ciudad debe su nombre a que tiene puerto, tal como lo tiene Santa Fe.
El libro relata con todo detalle, y tanto desde una perspectiva sanitaria como desde el punto de vista socio-económico y político, la epidemia de peste que asoló la ciudad a partir de julio de 1899. Con el nombre de peste se conoce, desde hace siglos, una enfermedad infecciosa de triste recuerdo porque provocó extensas pandemias de graves consecuencias y gran mortalidad.
Escrito por un médico, profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad de Lisboa, hoy jubilado, el libro permite revivir con histórica precisión aquellos tiempos de peste en Porto, y se fundamenta en una extensa bibliografía basada sobre todo en las noticias que publicaban los diarios de entonces. El libro tiene 505 páginas, y está redactado en un portugués literario, pero aséptico y objetivo, privado de sesgos políticos y de palabras o expresiones impropias. Es, por tanto, un documento de gran valor para salvaguardar la memoria.
La ciudad de Porto tenía entonces unas zonas próximas al puerto donde vivía mucha gente, sobre todo niños y adultos jóvenes. Era una zona pobre, con calles de tierra, viviendas precarias y poca higiene porque no tenían agua corriente ni desagües cloacales. En este barrio es donde comenzó la epidemia y donde se registró la mayor mortalidad.
Al mismo tiempo, la ciudad contaba con otros barrios, alejados del puerto, que ya tenían agua potable y casas de buena construcción, y había negocios prósperos, plazas y jardines. Por aquí estaba la Universidad de Porto, que tenía un hospital anexo, y ambos siguen estando. Los profesores de la Universidad se negaban a aceptar la imperiosa realidad de la peste y discutían con la autoridad sanitaria municipal.
Ese hospital y otras dependencias municipales sirvieron sobre todo para aislar a los enfermos, pero esta medida, y otras como limitar el desplazamiento de personas, barcos y mercaderías, tuvieron que batallar duramente contra políticos y comerciantes, y despertaron muchas críticas, aunque infundadas porque ya se conocía la importancia de aislar la zona afectada, y a sus habitantes sanos y enfermos. Los tratamientos eran poco o nada efectivos.
Aquel barrio portuario, en aquel tiempo insalubre, ya no aloja a una población pobre y hacinada. Por el contrario, las calles están hoy adoquinadas y aquellas casas pobres son hoy buenos bares y buenos restaurantes para atender a una multitud de turistas. El éxito del barrio oculta su tenebroso pasado, y poco o nada permite sospechar lo que por allá pasó.
Hacia el final de la epidemia, puesto que había quedado a la vista lo que se mantenía oculto, que las malas condiciones de la gente y de sus viviendas son un foco peligroso, comenzaron los trabajos de mejora del barrio. Sin apuro pero sin pausa, lo que antes fue indigno para unos y peligroso para todos, es hoy una zona recuperada que además genera trabajo y riqueza.
Según explica el libro, estos decisivos cambios en los barrios bajos, infectos e inseguros fueron proyecto y luego obra de la autoridad municipal, la misma que consiguió controlar los aspectos sanitarios de la epidemia. No obstante, el principal responsable sanitario tuvo que lidiar contra una gran adversidad y también contra las críticas y los obstáculos que interponían los poderosos de la ciudad.
Salvaguardar lo nuestro
Todo había comenzado cuando un comerciante de la zona buena de la ciudad envió una nota a la autoridad municipal para comunicarle que junto al puerto se venían registrando muertes sospechosas. Primero mandaron a un empleado municipal para ver si era cierto, y éste volvió diciendo que, en efecto, allá había muertos y enfermos. Después, el responsable de la sanidad municipal fue en persona al barrio, y en una sola calle pudo comprobar que había dos niños muy enfermos, con fiebre y bubas. Y varios adultos enfermos, y varios muertos.
De inmediato avisó al hospital para aislar a los enfermos y se inició la fumigación de las casas, pero ya era tarde, la epidemia de peste bubónica ya había comenzado y rápidamente se extendería a los otros barrios de la ciudad así como también a otras ciudades del país. La peste siguió extendiéndose durante los meses y años siguientes, y afectó a más ciudades y países, y hasta llegó por mar a Brasil. Y todo había comenzado en un barrio insalubre de una ciudad como Santa Fe bañada por las aguas del río.
Con fotos y dibujos de la época, el libro es Porto: a epidemia de peste de 1899, circunstâncias e consequências, publicado por la editorial de la Universidad de Porto en 2o22. El autor es João Alcindo Pereira Martins e Silva. El libro me pareció tan interesante y tanto me pareció un ejemplo a seguir para salvaguardar la memoria, que le escribí un mail a la editorial. Me permitía felicitarlos por libro tan ejemplar, y les pedía que le transmitieran al autor mi admiración por tan buena labor. Para mi sorpresa, al día siguiente recibí dos correos. Uno de la editorial y el otro del autor del libro, ambos de una corrección y de una amabilidad exquisitas.
Hoy vemos con preocupación que ciertos poderosos quieren establecer otra verdad, quieren reescribir la historia, y para ello ofrecen una versión alterada de todo lo que es, y de todo lo que pasó. Esta nueva versión ya no responde al hecho histórico, sino a ciertos intereses oscuros, fáciles de imaginar. Esto está pasando en Argentina (y en Gaza, etc.). Es necesario salvaguardar la verdad, la memoria, nuestra memoria, el conocimiento y la experiencia. En caso contrario, nos arriesgamos a perder la memoria de lo que pasó y a que nos impongan, como ahora pretenden, un relato al servicio del poder.
Contra la peste no hay vacuna, contra el sarampión y la tos convulsa, por suerte, sí. Que cada uno mire en su familia, en su entorno y en su barrio, entre los amigos, y que pregunte, que consulte. Ya sé que desde arriba no ayudan, al contrario, recortan, pero es lo que la gente quiere. Ya no queda nada del Programa Nacional de Salud Escolar, y al parecer hay una voluntad de comprar cada vez menos vacunas, y que las compre otro. Pero lo que más nos interesa no está allá, sino acá, en casa, entre nosotros, en Santa Fe.