Sábado 27.4.2019
/Última actualización 12:40
Ricardo Iacub es doctor en Psicología y tiene un posgrado en Gerontología y en Investigación de la Ancianidad. Desde su experiencia académica y clínica, advirtió sobre el valor de epidemia que se otorga a nivel internacional a la soledad, que afecta sobre todo a adultos mayores, y que puede desencadenar enfermedades graves.
En su paso por Santa Fe, habló con este diario sobre este tema, analizó los cambios en la forma de percibir la ancianidad y destacó los programas prejubilatorios para “hacer el duelo” hacia una nueva etapa de la vida.
—Hablamos de adultos mayores ¿en qué contexto en la Argentina?
—Más que los múltiples contextos que pueden existir, estamos hablando de un cambio generacional muy importante, en el cual las formas en las que se concebía qué significaba ser adulto mayor y sus roles, se fueron modificando: pasamos de un adulto mayor que pensaba que la vida era adentro de la casa, retirado y con sus nietos, que sigue existiendo, a otro que piensa que no tiene por qué abandonar su estilo de vida. Es un cambio muy profundo, más allá de que en Estados Unidos con una bonanza económica no se vive de la misma manera que acá, donde las clases medias pueden disfrutar de esta etapa de una manera distinta que las clases más bajas. Pero en términos generales hay un criterio de que uno no se retiró de la vida, de que la vida puede volver a empezar, que uno puede volver a estudiar. Fijate el éxito de los programas educativos, de los que Santa Fe tiene varios, los viajes de los jubilados, todo un estilo de vida que hasta hace 30 ó 40 años no existía.
—El tema es cómo se ve a la persona mayor desde afuera. ¿No ocurre que se sigue viendo a esa mujer de más de 60 años como a alguien que no tiene nada para aportar?
—Las representaciones mentales, las ideas acerca de lo que es el viejo o el otro -en cualquiera de sus formas- tardan mucho más en modificarse de lo que la realidad cambia. Entonces, si tuviésemos que hacer un dibujito, hacemos a una mujer con un rodete y anteojitos cuando no hay nada de eso. Incluso el símbolo internacional de la vejez es el bastón y la mayoría de los viejos no lo usa. Es cierto que tenemos situaciones problemáticas con el nombre: si uno dice viejo, a la gente le cae mal; si dice adulto mayor, le cae mal. Tenemos un problema con la vejez en nuestra cultura y no nos damos cuenta de que el problema no es la vejez, sino cómo se la viva y cómo uno pueda encontrar alternativas positivas a este nuevo estilo de vida, en que seguramente nadie quiere ser una persona recluida, aburrida en su casa. Y no hay por qué serlo más allá de las condiciones físicas que se pueden alterar en algún momento. Lo que hoy sabemos es que este tránsito tiene muchos años de vida saludable y que más allá de que es cierto que después de los 80 años aumentan los niveles de discapacidad, la gente está para hacer muchísimas cosas. Entonces, ¿la tendencia es hacer residencias para adultos mayores, o lograr que las casas sean más seguras? Tenemos que generar espacios intermedios: hay gente que necesita un cuidador para que lo acompañe a hacer un trámite o para que lo higienice y puede estar en su casa, y otros necesitarán una instalación, lo que en Europa se llama residencia protegida, donde si se cae o le pasa algo, van a ir alguien a socorrerlo. Lo que vamos haciendo es un sistema de prestaciones relativas a las necesidades puntuales que tiene la persona, pero siempre pensando en un adulto mayor con autonomía y preservando la identidad de ese sujeto para que no se transforme en otro por ser adulto mayor.
—No es lo mismo envejecer con una obra social que en la vulnerabilidad; tampoco hacerlo en una comunidad pequeña, donde hay más acompañamiento de familiares o en grandes ciudades donde es más frecuente que los mayores estén solos.
—Todo esto hace a la cuestión, incluso la longevidad cambia. No es lo mismo una persona que vive en Buenos Aires o en Santa Fe, que una persona que vive en el campo donde vive menos, o en la provincia de Jujuy, donde la longevidad es menor. También es cierto que a veces hay una fantasía de que vivir con la familia es lo mejor que le puede pasar: gracias a las investigaciones de la UCA, que trabajaron seriamente este tema, una persona puede sentir la soledad o el aislamiento aun cuando está con su familia si nadie le presta atención, o si nadie le responde cuando habla, o si no la tratan bien. Y ambas cosas, la soledad y el aislamiento, producen efectos patológicos. Hoy la soledad es un gran problema para los adultos mayores y es un tema internacional: una investigación hecha en el Reino Unido demostró que casi 10 millones de personas se sentían solas o muy solas. La mayoría son adultos mayores porque quedan viudos -que es uno de los grandes motivos de soledad- o tienen problemas para moverse, o ya no están laburando -y muchos de nuestros encuentros sociales pasan por el laburo-, o porque tienen problemas auditivos. Lo que los organismos internacionales quieren cifrar es la soledad y el aislamiento como epidémicos. Porque sabemos que si una persona está aislada durante gran parte del tiempo, lo más probable es que tenga una depresión y que de allí pase a una patología física. Esto en un tiempo que se puede medir de entre seis meses a un año. La gente dice que los mayores hablan mucho sobre su pasado; es cierto, especialmente cuando no tienen ningún presente ni expectativa de futuro y, entonces, hablan del pasado porque no hay otra cosa. La soledad está relacionada con el Alzheimer; es más posible que desarrollen esa enfermedad o que terminen en una residencia. La soledad y el aislamiento en cualquier edad es más grave que el colesterol: hoy estamos mostrando que es la variable más grave a nivel psíquico. Y así como aprendimos a tomar conciencia de que si hacemos un análisis clínico y el colesterol nos da alto tenemos que preocuparnos por un posible riesgo cardiovascular serio, tenemos que pensar que si transito muchas horas del día solo, lo más probable es que me termine enfermando. Y es importante que lo tengan en cuenta los equipos de salud, las familias y los propios adultos mayores.
Hay gente que dice: “El fin de semana fue durísimo, porque me acordé de tal y tal”. Y yo le pregunto “¿cuánto tiempo estuviste acompañado?”. Y quizá esa persona estuvo todo el día sola y cuando eso ocurre es más probable que se termine melancolizando. Hay una frase terrible que se suele decir entre los adultos mayores y es que a veces “todos los días son domingo”, y significa que no hay ningún jalón a transitar en la semana. Y esos jalones que pueden ser ir a yoga, a un taller de memoria, salir a trabajar, son momentos en los que esa persona se encuentra con gente, pone su cabeza en otro lado, transcurre su vida de manera más amable.
—El desafío parece ser de las dos partes: para los adultos mayores tener un presente y un futuro, y para el resto de la sociedad generárselos.
—Absolutamente, tener un proyecto para nosotros es fácil porque tenemos que venir a laburar. Para un adulto mayor, cuya única finalidad obligatoria es ir a cobrar la jubilación, el proyecto es nada. Y muchas veces vemos como algo normal que nuestros padres o abuelos no tengan nada que hacer. Pero sepamos que hay un límite de soledad que admite cada ser humano, un límite clarísimo que tenemos que prevenir porque se está volviendo epidémico, en el sentido de que está produciendo muchas enfermedades. Es una responsabilidad de todos, porque si esa persona mayor quiere hacer algo y no hay un espacio en la universidad, o no hay un centro de jubilados, lo más probable es que no pueda hacer nada. La London School of Economics dice que es más caro pagar los efectos que tiene el aislamiento sobre la salud de los viejos que hacer actividades para viejos y, si lo vemos por género, es más fácil que las mujeres se inserten en ciertas actividades. Entonces, tenemos que ver cómo rediseñamos esto y cómo hacemos que el adulto mayor se comprometa en estos espacios y que no piense que después del trabajo no queda nada.
“La sociedad tendría que ir preparando esta etapa y una forma es a través de los programas prejubilatorios, que permiten que la persona mayor haga un duelo de aquella identidad, de ese personaje que construyó a lo largo de su vida para darle lugar a otro, y que haya espacios donde colaborar”, propone Iacub.
En ese sentido, el voluntariado es -opina- “un espacio riquísimo”, y cita la experiencia del gobierno de la ciudad autónoma de Buenos Aires: hay voluntariados muy interesantes en oficinas para turistas, “con adultos mayores que a lo mejor hablan idiomas y pueden charlar con la persona que llega al país”. “También el museo de Constanini (Malba) incorporó a personas jubiladas que tienen ganas de dar su tiempo, que saben de arte y pueden recibir a visitantes”.
—Pero si no nos animamos a nombrar la palabra viejo, menos todavía a valorar la experiencia de una persona mayor.
—Creo que cuando las experiencias son buenas, la gente se va involucrando. Hay algo que remarco por pura experiencia, más allá de investigaciones que me apoyan, y es que a través de los centros de jubilados y estos programas para mayores he visto lo que significa recomponer a un ser humano, con gente que estaba deprimida y sin ningún proyecto y que en pocos meses es una persona nueva porque encontró amigos, tiene una actividad, un proyecto. Y la verdad es que tener un proyecto nos da la sensación de estar más saludables, de que la vida va hacia un lugar. El proyecto está asociado a valores de salud a todo nivel.
Ricardo Iacub estuvo en Santa Fe en el marco de la Semana de la Seguridad Social. Fue en el ciclo de actividades que organizó el gobierno de la provincia y que se desarrolló el martes en Rosario y el miércoles en esta capital, con la presencia de funcionarios del área, entre ellos, el ministro de Trabajo Julio Genesini y el titular de Seguridad Social Fabián Medizza, junto con especialistas en la temática de la vejez.
“Hay una frase terrible que se suele decir entre los adultos mayores y es que a veces ‘todos los días son domingo’, y significa que no hay ningún jalón a transitar en la semana”. Ricardo Iacub. Dr. en Psicología.