En un contexto donde la alimentación saludable y sostenible gana cada vez más protagonismo, una legumbre ancestral vuelve a despertar interés entre especialistas y consumidores: el lupino.
Con miles de años de historia, gana atención por su perfil nutricional: proteínas superiores a otras legumbres, beneficios para el corazón y potencial para dietas saludables. Conoce sus propiedades, usos y desafíos para incorporarlo en la alimentación diaria.

En un contexto donde la alimentación saludable y sostenible gana cada vez más protagonismo, una legumbre ancestral vuelve a despertar interés entre especialistas y consumidores: el lupino.
Aunque durante décadas permaneció relegado frente a otros alimentos más populares, hoy se lo empieza a considerar un posible superalimento del futuro por su alto valor nutricional y su potencial para integrarse en dietas modernas.
El lupino se cultiva desde hace miles de años en regiones del Mediterráneo y de Sudamérica, donde también es conocido como tarwi o chocho. Su revalorización actual se explica por un perfil nutricional que responde a muchas de las demandas contemporáneas: es rico en proteínas, no contiene gluten y aporta fibra y minerales esenciales.
Estas características lo posicionan como una alternativa interesante frente a otras legumbres tradicionales.
Uno de los principales atributos del lupino es su alto contenido de proteínas, que puede alcanzar porcentajes superiores a los de la lenteja, el garbanzo o el poroto. En algunas variedades, incluso se aproxima a los niveles de la soja, lo que lo convierte en una opción atractiva para personas que siguen dietas vegetarianas o veganas y buscan cubrir sus requerimientos proteicos.
Además, el lupino es una fuente importante de fibra dietética, clave para el buen funcionamiento del sistema digestivo y para prolongar la sensación de saciedad. Su consumo regular puede contribuir al control del peso y a una mejor regulación de la glucosa en sangre.
A esto se suma su aporte de minerales como hierro, magnesio, calcio, potasio y zinc, así como de antioxidantes que ayudan a proteger las células del organismo.
Otro punto a favor es que el lupino no contiene gluten, lo que lo hace apto para personas con enfermedad celíaca o con sensibilidad al gluten. Este aspecto amplía su potencial de consumo y lo integra a un abanico cada vez mayor de alimentos pensados para dietas específicas.
Pese a sus beneficios, el lupino aún no forma parte del consumo cotidiano de la mayoría de la población. Una de las razones es que no todas sus variedades son aptas para el consumo directo. Algunas contienen alcaloides naturales que le otorgan un sabor amargo y pueden resultar tóxicos si no se eliminan mediante procesos adecuados como el remojo prolongado y la cocción.
Las variedades denominadas “dulces”, con bajos niveles de estos compuestos, son las más utilizadas en la industria alimentaria y en preparaciones caseras. El lupino puede consumirse entero, en harinas, en pastas, en snacks o como base para productos ricos en proteína vegetal.
Sin embargo, su desarrollo industrial todavía enfrenta desafíos técnicos, ya que su proteína no siempre presenta las mismas propiedades funcionales que otras más difundidas.
A pesar de estas limitaciones, el interés por el lupino crece a nivel global. Países como Australia lideran su producción, mientras que en América del Sur mantiene un valor cultural y nutricional importante. En un escenario marcado por la búsqueda de alimentos más saludables y sostenibles, esta legumbre olvidada tiene el potencial de ocupar un lugar central en la alimentación del futuro.




