Hace diez años, Barisone se hizo eterno en el recuerdo
Era martes a la madrugada, Diego viajaba desde Santa Fe a Buenos Aires para entrenar con Lanús, su equipo, cuando chocó contra un camión y falleció en el acto en la autopista a Rosario. El fútbol argentino lo lloró.
Hace diez años, Barisone se hizo eterno en el recuerdo
El destino quiso que Diego Barisone naciera un mes antes de aquella final entre Unión y Colón por el ascenso, en 1989. El destino también quiso que su nombre formara parte de dos ascensos en la historia del club, el de 2011 con Darío Kudelka y el de 2014 con Leo Madelón. El destino se lo llevó un 28 de julio, cuando viajaba desde Santa Fe a Buenos Aires para presentarse un martes en el entrenamiento de Lanús, la camiseta que defendía desde comienzos de ese 2015, hace exactamente diez años.
Diego Barisone jugó en Unión desde los 4 años. Y seguramente desde más chiquito aún, su papá Gerardo ya empezaba a inculcarle lo que luego fue: un gran amor por ese club en el que recorrió, literalmente, casi toda su vida. Porque Diego tuvo un paso corto por Argentinos Juniors y otro muy chiquito por Lanús, cuando Dios decidió llevárselo porque seguramente necesitaba un defensor férreo, comprometido y que dejara el corazón en la cancha, para armar su equipo en el cielo. Todo lo demás, toda su vida, estuvo ahí, en Unión, en el club que amó desde la cuna y hasta el último suspiro de su vida.
El homenaje del plantel de Unión para Diego Barisone en aquel Boca 3 - Unión 4 del 2 de agosto de 2015.
Siempre que lo recuerdo, me sorprende aquella llegada masiva de todo el plantel de Lanús, de su cuerpo técnico liderado por el mellizo Guillermo Barros Schelotto y los dirigentes, al velatorio en Sentir. Diego se había ido a Lanús a principios de año y esto pasó el 28 de julio. Llevaba apenas medio año. Y si bien formaba parte de un grupo humano que debe tener fuertes raíces para tener éxito en un ámbito tan competitivo como es el de un equipo de fútbol, llamó la atención tamaña demostración de dolor y tristeza por el compañero que ya no estaba.
Se fue el hombre y nació la leyenda. El mito. A los pocos días de su accidente, Unión jugó un partido siempre duro y trascendente, como el de ir a la Bombonera a jugar contra Boca en cualquier momento y en cualquier tiempo. Unión ganó 4 a 3 ese partido y había varios jugadores que habían sido compañeros de Diego. ¿Qué digo compañeros?, amigos.
“Santi Zurbriggen hizo las inferiores con él, era un amigo de la vida, y lloraba. Emanuel Brítez creció cuando él ya estaba un poquito más grandecito y “ducho”, y lloraba. Nereo Fernández le llevaba diez años pero había sido un guía, un referente, una persona a la que él escuchaba, y lloraba. Aquéllos que no lo conocían desde tanto tiempo atrás pero que habían compartido el plantel con él, como Gamba o Malcorra, lloraban. El técnico pensaba a cada momento en Gerardo, su papá, y lloraba. Desde su puesto hoy de técnico de Talleres, Darío Kudelka escribía contando de aquella vez que se había perdido en un campamento de La Salle, y lloraba. Los dirigentes, que lo habían visto crecer y asistían a todo ese increíble, indescriptible e inolvidable espectáculo del fútbol y de la vida en la Bombonera, lloraban. Los hinchas de Unión y lo que no son de Unión también, lloraban. Esa bandera posada en el mítico césped de la bandera con la leyenda “Bari, nunca te olvidaremos”, era la bandera que desde arriba miraba Diego, antes del partido, para darle fuerzas a ese grupo de muchachones vestidos de jugadores que salieron a la cancha a jugar con el corazón en la mano ante 50.000 personas por el amigo, por el compañero, por el “hermano” que se fue al cielo y desde ese lugar los ayudó a generar lo que generaron”, escribí apenas terminado el partido, con la misma emoción que hoy me genera el “volver a vivir” de aquellas horas muy tristes y en la que el “¿por qué?”, fue la pregunta que todos nos hacíamos y a la que nadie le encontraba una explicación.
“Está presente todos los días”, me decía Gerardo, su papá, cuando imaginaba que estos diez años deben haber sido “una eternidad” por el peso que llevará hasta el último suspiro de su vida. El y toda la familia. Toda la familia y todos los amigos y compañeros. Todos los amigos y compañeros y todos los hinchas de Unión, que cada tanto se detienen a recordar aquel gol contra San Lorenzo, en el arco de la redonda, que hizo estallar el 15 de Abril en una noche clave para que Unión consiga el propósito de seguir siendo de Primera. O aquella foto tremenda de Diego llevado en andas por la gente en el festejo del ascenso.
El trofeo del Diego Barisone, el torneo fútbol infantil de Unión en homenaje al defensor. Crédito: Manuel Fabatía
Pasaron diez años de aquel momento. El reloj se detuvo en esa madrugada. El llamado al padre “de un amigo de Coronda” para que vaya hasta el lugar del accidente. La desesperación de una familia, que se hizo carne en todos los habitantes de esta ciudad. En los hinchas de Unión y también en los de Colón, porque más allá del respeto que siempre tuvo Diego hacia la gente de Colón, la desgracia hizo que los gestos de tristeza y dolor no tuvieran límites por la rivalidad o el color de la camiseta.
Un proverbio hebreo dice: “No vivas con dolor pensando que ya no está, sino con agradecimiento por haber existido”. A Unión le pasó primero con el “Indiecito” Solari, justamente la madrugada siguiente al día en el que marcó un gol en un clásico. Y nadie lo olvidó. Hace diez años ocurrió con Diego Barisone. Y su luz sigue viva, alumbrando a cada uno de los chicos que, como él, arrancan correteando detrás de una pelota en la escuelita para luego cumplir con el sueño de jugar con esa camiseta que, en la eternidad, Barisone sigue defendiendo.